PBI per cápita: tres años perdidos

La actividad creció a menor ritmo que la población entre 2012 y 2014. Con una contracción cercana este año a 2% anual, el trienio viene perdido en términos de crecimiento (+0,3% anual promedio), según estimó Ecolatina

26 septiembre, 2014

A poco más de tres meses de cerrar el año, Ecolatina proyectó un crecimiento promedio anual del PBI real de Argentina que se ubicó por encima del promedio de América Latina entre 2003 y 2014, pero el comportamiento que exhibió en los últimos años fue muy heterogéneo.

 

A diferencia de la caída de 2009, que tuvo su origen en la crisis internacional y en la peor sequía en 40 años, la recesión de este año obedece mayormente a causas internas, ya que se está dando a pesar de una coyuntura internacional aceptable.

 

Entre 2003 y 2006, el PBI per cápita (que mide el crecimiento ajustado por la expansión de la población) trepó a tasas superiores al promedio de los países emergentes. Entre 2007 y 2011, la expansión se moderó, aunque siguió por encima de los países de Latinoamérica.

 

En cambio, en los últimos tres años, el producto per cápita de la Argentina acumuló una caída de 2,5%, muy por debajo de la región y en línea con Venezuela.

 

Una recesión distinta

 

A poco más de tres meses del cierre del año, las proyecciones de los principales analistas económicos coinciden en que la argentina experimentará una contracción del PBI cercana a 2%.

 

Dando como resultado un trienio 2012-2014 perdido, ya que según nuestras estimaciones, la actividad creció sólo 0,3% promedio anual en dicho período.

 

Más aún, esperamos que caída del PBI se profundice durante el segundo semestre del año, por lo que el arrastre estadístico complica de arranque las perspectivas para 2015.

 

A contramano del resto de Latinoamérica, Argentina enfrenta actualmente una recesión que, a diferencia de la de 2009, no responde a shocks exógenos sino a inconvenientes internos que han llevado a la economía al cuadro de situación actual.

 

En 2009, la caída del PBI se había dado en un contexto internacional recesivo.

 

De hecho, no solamente Latinoamérica exhibió bajas de 1,3% anual, sino que los países desarrollados mostraron una contracción del PBI real de 3,4%.

 

Además, el enfriamiento de la actividad local se potenció por la peor sequía en cuarenta años (consecuencia del efecto climático La Niña.

 

Como resultado, la actividad en nuestro país se contrajo por primera vez desde que comenzara el proceso de recuperación en 2003, más allá de que las cifras del INDEC no hayan registrado dicha caída.

 

A diferencia de la recesión de 2009, que tuvo su origen en la crisis financiera mundial y las condiciones climáticas mencionadas, la contracción actual de la actividad obedece principalmente a cuestiones internas, ya que la situación internacional es aceptable.

 

Tras tres años de crecimiento a tasas bajas (1,5% promedio anual), los países desarrollados han comenzado a exhibir cierta aceleración, mientras que los emergentes (que entre 2010 y el presente se vieron favorecidos por el exceso de liquidez, particularmente en el caso de América Latina) conservan tasas de crecimiento elevadas (+4,8%), a pesar de su reciente desaceleración.

 

El PBI per cápita de la argentina cae 2,5% respecto de 2011

 

Según nuestras estimaciones, el crecimiento promedio anual del PBI real de Argentina entre 2003 y 2014 fue de 5%, un punto y medio por encima de los valores promedios de América Latina.

 

A pesar de estos niveles de dinamismo, es importante destacar el heterogéneo comportamiento que exhibió la evolución del PBI en los últimos doce años.

 

De hecho, el período que siguió a la mayor crisis económica de nuestra historia puede dividirse en tres.

 

Tras la gran crisis de 2001-02, el PBI real se expandió 8,9% promedio anual entre 2003-2006, a casi el doble de ritmo que América Latina (+4,6% promedio anual) y 1,5 puntos porcentuales (p.p.) por encima de los países emergentes.

 

El PBI per cápita también estuvo por encima del agregado: +7,8% promedio anual, en contraste con las tasas de 5,8% que exhibieron los emergentes. Es importante destacar que en los primeros años poscrisis 2001-02 del período fueron dinámicos debido a la baja base de comparación.

 

De hecho, en 2005 se recuperaron los niveles de la producción que se habían alcanzado en 1998.

 

A partir de 2007, con la crisis económica de 2009 y el paulatino agotamiento de los pilares del modelo productivo (superávit gemelos y tipo de cambio real competitivo), la expansión de la economía local comenzó a desacelerarse.

 

Aunque aún se mantuvo en niveles similares a los de la región (+4,8% promedio anual) y por encima de los países desarrollados, el crecimiento del PBI descendió un lugar en el podio, ubicándose por detrás de los países emergentes (+6,3% promedio anual).

 

Lo mismo sucedió con el PBI per cápita (+3,6% promedio anual), que quedó por debajo de los emergentes (+4,9%), pero por encima de América Latina (+2,5%).

 

La inflación, combinada con un tipo de cambio nominal relativamente fijo, dio lugar a una apreciación cambiaria que produjo la evaporación del excedente cambiario, vía menor saldo de balanza comercial y mayor fuga de capitales.

 

Por su parte, los crecientes subsidios para mantener las tarifas de servicios públicos congeladas (con el propósito de estimular el consumo, al permitir mayor ingreso disponible) carcomieron el superávit fiscal.

 

Esta nueva etapa, que requería una estrategia pro-inversión que no se llevó a cabo, explica los resultados más débiles del período 2007-2011. Las tasas de crecimiento se mantuvieron por encima del promedio mundial, no porque fueran tan elevadas, sino porque las de los países OCDE fueron bajísimas (0,8% promedio anual).

 

Además, el crecimiento ininterrumpido de los precios internacionales de la soja permitió el ingreso de dólares para seguir financiar un tipo de cambio real apreciado durante un cierto tiempo.

 

El esquema se agotó a fines de 2011, cuando la salida de divisas superó el ingreso (los agrodólares ya no alcanzaron para acumular reservas).

 

La respuesta del gobierno, una vez más, no fue apuntalar la oferta vía mayores niveles de inversión, sino recurrir a medidas restrictivas de escasa efectividad. En este caso, la imposición del cepo cambiario.

 

El mercado reaccionó rápidamente, dando lugar al desdoblamiento de facto del tipo de cambio, con una brecha cambiaria entre dólar oficial y paralelo que llegó a alcanzar el 100%.

 

Si bien la fuga de capitales se atenuó vía cuenta capital, también dejaron de ingresar dólares financieros, a la par que el saldo del balance comercial de servicios se volvió deficitario: el turismo emisivo se disparó, mientras que el receptivo se hundió.

 

En esta nueva fase, no hubo expansión de la actividad por lo que se trata de un trienio perdido.

 

Según nuestras estimaciones (que corrigen el sesgo INDEC), el crecimiento de la economía argentina fue mínimo entre 2012 y 2014 (+0,3% promedio anual), desacelerándose 4,5 p.p. respecto al período anterior.

 

De hecho, teniendo en cuenta que la población del país viene creciendo a una tasa de 1,1% en la última década (según el censo 2010 elaborado por el INDEC), el PBI per cápita cayó 0,8% promedio anual en los últimos tres años, acumulando una contracción de 2,5% respecto de 2011.

 

De esta manera, de ocupar el primer puesto en términos de crecimiento entre 2003 y 2006, pasamos al último lugar de la región entre 2012 y 2014. Esto significa no solamente que la población se está empobreciendo con respecto a años anteriores sino que, como el PBI per cápita del resto del mundo sigue creciendo, Argentina vuelve a perder terreno frente al mundo. Y, al menos que se revierta esta tendencia, el crecimiento del producto se alejará cada vez más del promedio de la región.

 

Las causas del actual escenario que enfrenta el país no son nuevas: ya en 2012 se habían visto los primeros resultados de la imposición del cepo cambiario.

 

Tras dos expansiones consecutivas en 2010 y 2011 (+9% y +6,5% anual, respectivamente), 2012 fue un año de estancamiento (-0,4%), principalmente a causa de la caída de la inversión y la desaceleración del consumo.

 

Ambos fenómenos, explicados por la falta de confianza tras la imposición del cepo cambiario.

 

Si bien 2013 fue un año de expansión, el crecimiento se debió en buena medida a las distorsiones de incentivos producidas por el cepo, la inflación y el atraso cambiario, que en combinación con boom de gasto público propio de un año electoral (legislativas).

 

La contracara de esta expansión fue el elevado nivel de divisas consumido: casi US$ 13.000 millones de reservas que nos dejaron a la puerta de una devaluación a principios de año.

 

Qué nos depara el futuro

 

El arrastre negativo que deja la profundización de la recesión en el segundo semestre, las posibles correcciones cambiarias y el clima de incertidumbre potenciando por las elecciones presidenciales, harán del año que viene uno complicado en términos de actividad.

 

Mucho depende de la capacidad del gobierno de conseguir divisas financieras (ya sea en los mercados financieros o de China) para distender la restricción externa. Pero otro tanto depende de recomponer la confianza para estimular la inversión.

 

El daño que los últimos años han dejado sobre el capital instalado no podrá ser subsanado de un día para otro.

 

Si bien la capacidad instalada ociosa puede reaccionar ante un repunte del consumo, se necesitarán inversiones para que el incremento de la demanda no presione nuevamente sobre los precios. Esto implica regenerar el clima de negocios, con el propósito de atraer capitales y estimular el gasto privado.

 

Recuperar un sendero de desarrollo no es fácil ni inmediato, pero sí es posible en 2016. Todo depende del pragmatismo de la nueva dirigencia y la habilidad que el próximo gobierno tenga a la hora de gestionar recursos escasos y concretar proyectos de inversión.

 

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