Por qué colapsó la boleta de votación

El sistema de boletas vigente en la mayor parte de nuestro país colapsó. Y hay que hacer cambios. Pero para poder mejorarlo, o transformarlo, conviene tener en claro las razones del colapso, y plantearlas honestamente. Por Julio Burdman*. 

27 agosto, 2015

 

El sistema de boletas vigente en la mayor parte de nuestro país colapsó. Y hay que hacer cambios. Pero para poder mejorarlo, o transformarlo, conviene tener en claro las razones del colapso, y plantearlas honestamente. Se dice que el mecanismo actual es anacrónico y obsoleto, del siglo XIX. Pero el sólo paso del tiempo no hace la obsolescencia. Los autos siguen teniendo cuatro ruedas de caucho. Hay algo concreto que ocurrió, y que llevó el sistema al estado actual: que los partidos políticos ya no están en condiciones operativas de administrarlo.

 

Sí: en el sistema argentino, los partidos políticos administran las elecciones. O, mejor dicho, coadministran, junto al estado. Los partidos diseñan, imprimen, distribuyen boletas, observan la elección, participan del escrutinio. Así lo quisieron, históricamente: todas las reformas y modificaciones en la forma de votar que se hicieron desde 1904 hasta entrado el siglo XXI, estuvieron guiadas por el sentido de dar más participación e intervención a los partidos en el proceso electoral. La justicia supervisaba, no organizaba. Así lo querían los partidos: menos estado, y más partido, para garantizar la democracia. Porque el estado, históricamente, había gestionado una democracia restringida y fraudulenta que los partidos habían contribuido a superar.

 

Esos partidos, claro está, tenían muchos afiliados y militantes. Y no hablo sólo del peronismo y el radicalismo, los más grandes, que estaban formados por millones de personas. Los más pequeños también eran organizaciones que involucraban a mucha gente. El socialismo, la UCeDé, el Partido Intransigente y el FrePaSo tenían cientos de miles de afiliados, que participaban activamente en la campaña y los días de elección. Para ninguna de esas organizaciones fue un problema coadministrar las elecciones junto al estado. A ninguna, nunca, le faltaron fiscales ni voluntarios.

 

Hoy estamos asistiendo a una reversión de aquél fenómeno partidista: los partidos piden al estado que intervenga más. Que el estado imprima una boleta única, y que garantice su distribución. O que compre e instale unas máquinas para votar. La estatización del sistema también alcanza a la campaña electoral: si el estado no compra y reparte espacios publicitarios en televisión, los partidos “no pueden competir”. Porque, se dice, hacen falta “mil millones de pesos” para hacer una campaña, de los que solo puede disponer el estado o los millonarios que entran en política, como consecuencia de esa “ventaja competitiva”.

 

Hasta hace no demasiados años, el dinero tampoco era un problema para hacer una campaña, y por la misma razón: había cientos de miles de militantes que hacían la mayor parte del trabajo, a pulmón, repartiendo volantes, pegando carteles, convenciendo a sus propios vecinos. Los mismos militantes que, luego de la campaña, organizaban las elecciones.

 

No describo un pasado remoto e idílico: los partidos de militantes y con organización interna, como los que prevé nuestra legislación electoral, funcionaron en nuestro país hasta principios de los años 90. Pero en las últimas décadas la situación cambió sustancialmente. Hoy, nuestros partidos no tienen capacidad alguna de organizar elecciones. Campañas y comicios deben “estatizarse” porque hay partidos que solo tienen candidatos, asesores y colaboradores. Solo queda uno que, a duras penas y con “incentivos selectivos” a los que participan, puede completar la tarea: el peronismo. Esa es la historia, y no hay que avergonzarse de ella. La extinción de los partidos de militantes ocurrió en muchos otros países. Es muy lamentable, sin embargo, la forma en que demasiados dirigentes políticos explican el colapso, cuyo origen es la incapacidad partidaria, a la sociedad. En lugar de admitir la realidad, quieren convencer al público de que el sistema colapsó por culpa del peronismo, y desacreditan a la democracia y a la política al hacerlo. Reformar, democratizar y desperonizar se vuelven sinónimos con ese discurso. Naturalmente, ese planteo convierte a los peronistas en agentes refractarios al cambio.

La boleta única es necesaria. Tal vez, el mecanismo ideal sea una combinación con el actual: boletas partidarias para las PASO, una instancia más cercana a los partidos (y con muchas candidaturas) y boleta única en las elecciones generales. Pero solo serán posibles los cambios en un marco de discusión seria y bienintencionada.

 

Julio Burdman es polítologo y profesor universitario.

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