La globalización y una agenda para su mejora

Es prematuro evaluar ya los costos y beneficios del proceso que se inicia con el triunfo de Trump. El Presidente tiene mucho poder en  EE.UU, pero el Congreso también y allí son muchos los republicanos que no tienen las mismas agendas del ganador, por ejemplo en algo clave para nosotros como el comercio global.

14 noviembre, 2016

“Las encuestas fallaron de nuevo, como en el Brexit y tantas otras veces. Ello dificulta apreciar las motivaciones del electorado”, dice Juan Llach en el periódico informe sobre la economía que difunde el IAE.

La lista de razones posibles para este resultado es amplia: empleos escasos y malos y bajos salarios para las clases medias bajas y los obreros industriales, racismo, anti-inmigración, anti-globalización, retorno al aislacionismo de los EEUU, polarización política, populismo consumista y grietas, también allá, etcétera. Hay que distinguir entre efectos de corto y de mayores plazos. En el corto habrá temblores de mercados, pero quizás también una nueva postergación del aumento de tasas por parte de la FED en EE.UU.

En mayores plazos, la principal discusión global hoy –y a ella me limito aquí- es si el mundo continuará con la globalización tal cual está, si se procurará mejorarla o si se volverá atrás, cerrando las economías con mayor o menor intensidad -cuya chance ha aumentado-.

Es poco probable, e indeseable, que se siga sin cambiar nada. Por eso el corazón del debate es entre las otras dos alternativas, dos de cuyas principales dimensiones no pueden soslayarse. De un lado, la impresionante caída absoluta y relativa de la pobreza en el último cuarto de siglo, el más global en mucho tiempo –tomado del Banco Mundial, Taking Inequality, 2016).

Esto se explica por lo ocurrido en los países emergentes, grandes beneficiarios de la globalización.

De otro lado, el crecimiento de los ingresos por tramos en todo el mundo, entre 1998 y 2008. Los menos beneficiados fueron los percentiles 75 a 90, los de las clases trabajadoras y sectores medios bajos de los países desarrollados, probables votantes de Trump, partidarios del Brexit y de los nacionalismos europeos.

Se ve allí también el fuerte aumento de ingresos del 1% de “súper ricos” (Piketty), empardado por las clases medias globales. Si a la globalización se la mejora aumentarán las chances de que continúe bajando la pobreza y también podría darse una cierta recuperación de los hasta ahora mayores perjudicados. Lo que no advierten -o no quieren advertir – los críticos sin matices de la actual globalización, es que azuzan así el florecimiento del nacionalismo y la xenofobia y que, si los países se encierran, no sólo aumentará la pobreza de los más pobres sino también los riesgos de guerras, como tantas veces en el pasado después de “guerras comerciales”.

 

Mejorar la globalización

 

La agenda para mejorar la globalización es frondosa. Incluye cumplir a rajatabla –como mínimo- con los acuerdos ambientales de París, combatir el narcotráfico y todo tipo de trata de personas, incluyendo el trabajo forzado o en condiciones infrahumanas. También es necesaria una mayor coordinación global respecto de los desequilibrios macroeconómicos y financieros que, si bien no tienen hoy la gravedad que llevó a la crisis del 2008, siguen siendo una amenaza.

Mejorar la globalización implica, por cierto, mantener las economías razonablemente abiertas pero mejorando los mecanismos antidumping y los principios del comercio justo. Y también dar respuestas eficaces a las crisis humanitarias de la emigración, especialmente la de Ãfrica a Europa, cuya clave es terminar con las guerras y apostar por el desarrollo integral de los países azotados por la emigración crónica.

Una tasa global levemente arriba de 3% sería muy buena noticia, más aun con los países emergentes creciendo más de 4%, algo muy importante para la Argentina. Los precios de los commodities dependerá algo de las tasas de interés, pero más de la oferta, la demanda y el clima del hemisferio Sur en los granos; sólo del mercado en metales –con el oro más firme por la incertidumbre– y según se reconstruya o no el cartel de la OPEP en el caso del petróleo.

No sorprenden, lamentablemente, las pobres perspectivas del FMI para América latina, la región que menos ha crecido en este siglo. Para la Argentina se agrega la esperanza de una gradual recuperación de Brasil, probable aun después de las elecciones en EE.UU.

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