¿La reactivación es posible?

El déficit cero es la meta buscada en medio del temor a la inflación que puedan propiciar los bonos provinciales y un sector privado que muestra síntomas insospechados. La única medida que parece acertada es el canje de deuda.

5 octubre, 2001

A medida que pasan los días queda claro que para cumplir el déficit cero durante el último trimestre del 2001 el Gobierno necesitará practicar nuevos recortes de gasto, y que las provincias serán las afectadas. Aún así, hay grandes dudas con respecto a la consecución de esa meta. Es que con un riesgo país -que con holgura superó los 1.900 puntos básicos-, la Argentina tiene el acceso cortado a las fuentes de crédito voluntario.

Por más que la retórica oficial ponga el acento sobre la lucha contra la evasión, el único camino para equilibrar las cuentas públicas rápidamente es la reactivación, y lo cierto es que no hay indicios de ella. El informe sobre la balanza comercial de agosto impresiona: 22% de caída interanual de las importaciones revela la magnitud del ajuste en el nivel de actividad que está soportando la economía argentina. Dicho ajuste debería conducir al equilibrio de la cuenta corriente del sector externo (vivir con lo nuestro) y si ello no ocurre es por dos factores: el pobre crecimiento de las exportaciones y el alto nivel de pagos por intereses de la deuda.

A este cuadro hay que agregarle las violentas caídas en la producción y venta de automóviles que rondan, ambas, en 47% con respecto a septiembre del 2000.

¿El regreso de la inflación?

Con la recesión –o la depresión– instalada, los actores juegan su juego, y por cierto no se trata de un juego cooperativo. Las provincias apuestan a atemperar el ajuste fiscal mediante la emisión de bonos que cada vez se parecen más al dinero. El relativo éxito del patacón alienta a muchos gobernadores a seguir el camino de Ruckauf, que no está exento de riesgos.

Si bien el nuevo dinero le brinda alguna liquidez y capacidad de compra al público, en la medida en que su emisión se expanda habrá desvalorización. Es que el patacón o los bonos que vendrán tiene un tipo de cambio flexible con el peso y con el dólar, de manera que si no se mantiene una disciplina férrea en las cuentas públicas de las provincias que apelen a ese instrumento, la experiencia puede terminar en hiperinflación: el valor del nuevo dinero podría caer a cero y en ese caso lo que hoy aparece como un paliativo terminaría en una crisis traumática.

Esto es lo que asusta al ministro Cavallo: si el intento de hacer política monetaria con una moneda débil colapsa, puede aparecer la demanda por hacer política monetaria con el peso, lo que equivale a salir de la convertibilidad, cuya ratificación constante bordea, como suele suceder en la Argentina, lo preocupante.

El default privado y la deuda

El sector privado también juega su juego, aunque lo haga anárquicamente, y sin ningún tipo de coordinación. Hace ya algún tiempo que muchas firmas, en especial las Pymes, han dejado de pagar sus impuestos para financiarse. Lo que ha comenzado a ocurrir ahora es que también están dejando de pagar sus deudas con los bancos. Si esto se extiende, se ingresará en una nueva etapa de la crisis: la del riesgo de insolvencia del sistema financiero, debido a la dificultad de recupero de los préstamos.

¿Cómo sigue este proceso? La única solución es que la reactivación comience pronto y sirva para licuar estos problemas. El Gobierno lo sabe pero no acierta con la solución que, definitivamente, no es fácil.

Tiene solidez la estrategia gubernamental para aliviar el peso de la deuda. Como lo ha señalado reiteradas veces Hoja de Ruta, una combinación de garantías internas y externas puede servir para cambiar deuda cara por deuda barata o bien para despejar definitivamente el riesgo de cesación de pagos y consecuentemente reducir la tasa de interés. Ese sería un escenario diferente y favorable. Pero, en caso de darse, habrá que ver si es suficiente para que la Argentina crezca. Durante el 2000, el país pasó por un período cuyo riesgo era bastante bajo que, sin embargo, no impulsó el nivel de actividad. Entonces, ¿por qué lo haría ahora?

A medida que pasan los días queda claro que para cumplir el déficit cero durante el último trimestre del 2001 el Gobierno necesitará practicar nuevos recortes de gasto, y que las provincias serán las afectadas. Aún así, hay grandes dudas con respecto a la consecución de esa meta. Es que con un riesgo país -que con holgura superó los 1.900 puntos básicos-, la Argentina tiene el acceso cortado a las fuentes de crédito voluntario.

Por más que la retórica oficial ponga el acento sobre la lucha contra la evasión, el único camino para equilibrar las cuentas públicas rápidamente es la reactivación, y lo cierto es que no hay indicios de ella. El informe sobre la balanza comercial de agosto impresiona: 22% de caída interanual de las importaciones revela la magnitud del ajuste en el nivel de actividad que está soportando la economía argentina. Dicho ajuste debería conducir al equilibrio de la cuenta corriente del sector externo (vivir con lo nuestro) y si ello no ocurre es por dos factores: el pobre crecimiento de las exportaciones y el alto nivel de pagos por intereses de la deuda.

A este cuadro hay que agregarle las violentas caídas en la producción y venta de automóviles que rondan, ambas, en 47% con respecto a septiembre del 2000.

¿El regreso de la inflación?

Con la recesión –o la depresión– instalada, los actores juegan su juego, y por cierto no se trata de un juego cooperativo. Las provincias apuestan a atemperar el ajuste fiscal mediante la emisión de bonos que cada vez se parecen más al dinero. El relativo éxito del patacón alienta a muchos gobernadores a seguir el camino de Ruckauf, que no está exento de riesgos.

Si bien el nuevo dinero le brinda alguna liquidez y capacidad de compra al público, en la medida en que su emisión se expanda habrá desvalorización. Es que el patacón o los bonos que vendrán tiene un tipo de cambio flexible con el peso y con el dólar, de manera que si no se mantiene una disciplina férrea en las cuentas públicas de las provincias que apelen a ese instrumento, la experiencia puede terminar en hiperinflación: el valor del nuevo dinero podría caer a cero y en ese caso lo que hoy aparece como un paliativo terminaría en una crisis traumática.

Esto es lo que asusta al ministro Cavallo: si el intento de hacer política monetaria con una moneda débil colapsa, puede aparecer la demanda por hacer política monetaria con el peso, lo que equivale a salir de la convertibilidad, cuya ratificación constante bordea, como suele suceder en la Argentina, lo preocupante.

El default privado y la deuda

El sector privado también juega su juego, aunque lo haga anárquicamente, y sin ningún tipo de coordinación. Hace ya algún tiempo que muchas firmas, en especial las Pymes, han dejado de pagar sus impuestos para financiarse. Lo que ha comenzado a ocurrir ahora es que también están dejando de pagar sus deudas con los bancos. Si esto se extiende, se ingresará en una nueva etapa de la crisis: la del riesgo de insolvencia del sistema financiero, debido a la dificultad de recupero de los préstamos.

¿Cómo sigue este proceso? La única solución es que la reactivación comience pronto y sirva para licuar estos problemas. El Gobierno lo sabe pero no acierta con la solución que, definitivamente, no es fácil.

Tiene solidez la estrategia gubernamental para aliviar el peso de la deuda. Como lo ha señalado reiteradas veces Hoja de Ruta, una combinación de garantías internas y externas puede servir para cambiar deuda cara por deuda barata o bien para despejar definitivamente el riesgo de cesación de pagos y consecuentemente reducir la tasa de interés. Ese sería un escenario diferente y favorable. Pero, en caso de darse, habrá que ver si es suficiente para que la Argentina crezca. Durante el 2000, el país pasó por un período cuyo riesgo era bastante bajo que, sin embargo, no impulsó el nivel de actividad. Entonces, ¿por qué lo haría ahora?

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