Cancún: ¿tumba del multilateralismo?

La reunión de Cancún, clave de la ronda Dohá, terminó en estrepitoso fracaso. Además, lo hizo antes de tiempo, cuando las negociaciones agrícolas se encaminaban. Pero, hace una semana, EE.UU. y la UE apostaban a ese desenlace.

16 septiembre, 2003

Ahora, Dohá “necesita ir a terapia intensiva”,dijo Pascal Lamy, el duro comisionado de la Unión Europea para comercio. Aludía al colapso de planes para llegar a fin de 2004 con un acuerdo que redujese barreras aduaneras y promoviera el desarrollo en pocos años. En cuestión de horas, el discurso de Washington pasó, ayer, a priorizar la pobreza extrema, la beneficencia y –como denotan súbitas exigencias del Banco Mundial a la Argentina- la defensa abierta de negocios privados y flujos financieros. Como se sabe, James Wolfensohn –presidente de la entidad- baja línea por cuenta de Estados Unidos.

“Sin duda (señala un análisis londinense), el fiasco de Cancún evidencia graves y quizás irremediables males en la Organización Mundial de Comercio. Como ocurría en el GATT y sigue ocurriendo en varias agencias multilaterales, subsisten densas burocracias y tecnocracias, tan prósperas como poco eficaces. En el mejor de los casos, la OMC irá al purgatorio. En el peor, caerá junto con el multilateralismo comercial”.

Su tumba será el hegemonismo de las potencias. Robert Zoellick, agente comercial norteamericano, ha dicho claramente que su país negocia y seguirá negociando convenios bilaterales, dictando sus propios términos. El senador Charles Grassley, presidente de la comisión de relaciones exteriores, advirtió que los países serán tratados según se hayan conducido en Cancún respecto de EE.UU. En otras palabras, primará el favoritismo político y estratégico.

Algunos copartícipes del fracaso apuntan a Luis Ernesto Derbes, ex canciller mejicano y presidente de la reunión. Antiguo analista del Banco Mundial sin experiencia, cometió el error de cerrar los debates en forma prematura. Lo hizo debido al “impasse” creado por exigencias de la UE, Japón y Surcorea, en cuanto a que la OMC adoptara de inmediato la “agenda de Singapur”.

Vista como maniobra para desactivar debates agrícolas, la propuesta se refiere a normas para promover competencia e inversiones… transparentando y desactivando los mecanismos típicos de la corrupción sistémica. Varios países emergentes y periféricos observadores que no era factible poner en práctica esa agenda en corto plazo. De hecho, el negocio petrolero –protagonista del soborno organizado en Nigeria, Angola, Indonesia, etc.- también se opone a la propuesta.

El domingo, asiáticos, africanos y caribeños rechazaron de plano la agenda. Pero, en vez de derivar las negociaciones al tema agrícola –donde se había hecho algún progreso-, Derbez cerró abruptamente la reunión. En su descargo, varios analistas recordaron que la Comisión Europea (“poder ejecutivo” de la UE) se había dedicado a antagonizar sin necesidad a países subdesarrollados, presionándolos para adaptar leyes y normas a los intereses de sus bancos y empresas. Argentina y Brasil tienen experiencia en esa materia.

Bruselas también trabó las negociaciones agrícolas, sector clave para Dohá. Por ejemplo, demoró hasta junio un modesto borrador de reformas y dejó demasiado poco margen de tiempo para discutirlo antes de Cancún. Tampoco salió bien un intento, en agosto, de posición mínima común EE.UU.-UE. En vez de lograr consenso, hizo que veintidós países en desarrollo –con China, Brasil e India al frente- se juntaran para exigir a los países ricos drásticos recortes en subsidios agrícolas y barreras tarifarias.

El nuevo grupo logró ejercer presiones sobre EE.UU. y la UE (Japón lo ignoró), pero su capacidad negociadora quedó constreñida por divergencias internas. No obstante, el ejemplo cundió y Cancún desbordaba de coaliciones yuxtapuestas. Esto generó críticas, como la de Zoellick hacia “la ambivalencia de algunos entre nuestros socios comerciales más ricos y los excesos retóricos de otros”. Por su parte, Washington irritó con su arrogante trato a cuatro países africanos muy pobres, que se habían quejado de subsidios por US$ 3.300 millones anuales a los prósperos algodoneros norteamericanos.

Más allá de todo eso, lo de Cancún revela un grave dilema de la OMC: la pluralidad. Su anteceder, el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT, o sea General Agreement on Tariffs and Trade) fue manejado mucho tiempo por EE.UU. y la actual UE. Hasta 1994, las economías dependientes eran meras espectadoras. Una fulminante expansión y la ronda Uruguay cambiaron los ejes hasta acabar con esa tanda de negociaciones y el GATT mismo.

Andrew Stoler, ex subdirector de la OMC y actual negociador jefe de EE.UU. en la ronda, lo resume sin ambages: “El sistema multilateral, donde los países en desarrollo quieren influir las decisiones sin aceptar obligaciones, es un monstruo inmanejable”. Exactamente, la visión que tienen las potencias centrales, desde el siglo XVII, sobre cualquiera que intente limitar su hegemonía.

Más sutil, Lamy sostiene que “los procedimientos y las normas de la OMC no están a la altura de su cometido. No existe realmente una forma de canalizar discusiones ni generar consensos entre 148 miembros supuestamente iguales”. Pero, en general, se duda de que una reforma institucional sirva para algo.

¿Cómo viene el futuro? Mal. La OMC debiera celebrar otra reunión, tal vez en Hongkong, tal vez en diciembre. Pero la ronda Dohá languidecerá porque, en 2004, las elecciones norteamericanas, los problemas del euro y la ampliación de la UE serán prioritarias. Además, altos funcionarios de Bruselas sospechan que Francia y otros tratarán de usar el fracaso de Cancún como pretexto para anular la tímida rebaja de subsidios aceptada en junio.

Lo peor sería, empero, que el mundo optara masivamente por acuerdos regionales y bilaterales, en desmedro del multilateralismo. Mientras tanto, el grupo de los 22 (obra de Brasil, en verdad) podría obtener algún tipo de concesiones agrícolas por parte de EE.UU. y la UE o, al menos, actuar como contrapeso del hegemonismo norteamericano. Esto es lo que desvela a Zoellick y Grassley.

Ahora, Dohá “necesita ir a terapia intensiva”,dijo Pascal Lamy, el duro comisionado de la Unión Europea para comercio. Aludía al colapso de planes para llegar a fin de 2004 con un acuerdo que redujese barreras aduaneras y promoviera el desarrollo en pocos años. En cuestión de horas, el discurso de Washington pasó, ayer, a priorizar la pobreza extrema, la beneficencia y –como denotan súbitas exigencias del Banco Mundial a la Argentina- la defensa abierta de negocios privados y flujos financieros. Como se sabe, James Wolfensohn –presidente de la entidad- baja línea por cuenta de Estados Unidos.

“Sin duda (señala un análisis londinense), el fiasco de Cancún evidencia graves y quizás irremediables males en la Organización Mundial de Comercio. Como ocurría en el GATT y sigue ocurriendo en varias agencias multilaterales, subsisten densas burocracias y tecnocracias, tan prósperas como poco eficaces. En el mejor de los casos, la OMC irá al purgatorio. En el peor, caerá junto con el multilateralismo comercial”.

Su tumba será el hegemonismo de las potencias. Robert Zoellick, agente comercial norteamericano, ha dicho claramente que su país negocia y seguirá negociando convenios bilaterales, dictando sus propios términos. El senador Charles Grassley, presidente de la comisión de relaciones exteriores, advirtió que los países serán tratados según se hayan conducido en Cancún respecto de EE.UU. En otras palabras, primará el favoritismo político y estratégico.

Algunos copartícipes del fracaso apuntan a Luis Ernesto Derbes, ex canciller mejicano y presidente de la reunión. Antiguo analista del Banco Mundial sin experiencia, cometió el error de cerrar los debates en forma prematura. Lo hizo debido al “impasse” creado por exigencias de la UE, Japón y Surcorea, en cuanto a que la OMC adoptara de inmediato la “agenda de Singapur”.

Vista como maniobra para desactivar debates agrícolas, la propuesta se refiere a normas para promover competencia e inversiones… transparentando y desactivando los mecanismos típicos de la corrupción sistémica. Varios países emergentes y periféricos observadores que no era factible poner en práctica esa agenda en corto plazo. De hecho, el negocio petrolero –protagonista del soborno organizado en Nigeria, Angola, Indonesia, etc.- también se opone a la propuesta.

El domingo, asiáticos, africanos y caribeños rechazaron de plano la agenda. Pero, en vez de derivar las negociaciones al tema agrícola –donde se había hecho algún progreso-, Derbez cerró abruptamente la reunión. En su descargo, varios analistas recordaron que la Comisión Europea (“poder ejecutivo” de la UE) se había dedicado a antagonizar sin necesidad a países subdesarrollados, presionándolos para adaptar leyes y normas a los intereses de sus bancos y empresas. Argentina y Brasil tienen experiencia en esa materia.

Bruselas también trabó las negociaciones agrícolas, sector clave para Dohá. Por ejemplo, demoró hasta junio un modesto borrador de reformas y dejó demasiado poco margen de tiempo para discutirlo antes de Cancún. Tampoco salió bien un intento, en agosto, de posición mínima común EE.UU.-UE. En vez de lograr consenso, hizo que veintidós países en desarrollo –con China, Brasil e India al frente- se juntaran para exigir a los países ricos drásticos recortes en subsidios agrícolas y barreras tarifarias.

El nuevo grupo logró ejercer presiones sobre EE.UU. y la UE (Japón lo ignoró), pero su capacidad negociadora quedó constreñida por divergencias internas. No obstante, el ejemplo cundió y Cancún desbordaba de coaliciones yuxtapuestas. Esto generó críticas, como la de Zoellick hacia “la ambivalencia de algunos entre nuestros socios comerciales más ricos y los excesos retóricos de otros”. Por su parte, Washington irritó con su arrogante trato a cuatro países africanos muy pobres, que se habían quejado de subsidios por US$ 3.300 millones anuales a los prósperos algodoneros norteamericanos.

Más allá de todo eso, lo de Cancún revela un grave dilema de la OMC: la pluralidad. Su anteceder, el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT, o sea General Agreement on Tariffs and Trade) fue manejado mucho tiempo por EE.UU. y la actual UE. Hasta 1994, las economías dependientes eran meras espectadoras. Una fulminante expansión y la ronda Uruguay cambiaron los ejes hasta acabar con esa tanda de negociaciones y el GATT mismo.

Andrew Stoler, ex subdirector de la OMC y actual negociador jefe de EE.UU. en la ronda, lo resume sin ambages: “El sistema multilateral, donde los países en desarrollo quieren influir las decisiones sin aceptar obligaciones, es un monstruo inmanejable”. Exactamente, la visión que tienen las potencias centrales, desde el siglo XVII, sobre cualquiera que intente limitar su hegemonía.

Más sutil, Lamy sostiene que “los procedimientos y las normas de la OMC no están a la altura de su cometido. No existe realmente una forma de canalizar discusiones ni generar consensos entre 148 miembros supuestamente iguales”. Pero, en general, se duda de que una reforma institucional sirva para algo.

¿Cómo viene el futuro? Mal. La OMC debiera celebrar otra reunión, tal vez en Hongkong, tal vez en diciembre. Pero la ronda Dohá languidecerá porque, en 2004, las elecciones norteamericanas, los problemas del euro y la ampliación de la UE serán prioritarias. Además, altos funcionarios de Bruselas sospechan que Francia y otros tratarán de usar el fracaso de Cancún como pretexto para anular la tímida rebaja de subsidios aceptada en junio.

Lo peor sería, empero, que el mundo optara masivamente por acuerdos regionales y bilaterales, en desmedro del multilateralismo. Mientras tanto, el grupo de los 22 (obra de Brasil, en verdad) podría obtener algún tipo de concesiones agrícolas por parte de EE.UU. y la UE o, al menos, actuar como contrapeso del hegemonismo norteamericano. Esto es lo que desvela a Zoellick y Grassley.

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