La CIA invierte en Silicon Valley para obtener secretos

Vía un fondo inversor (con sede en Washington), la Agencia Central de Inteligencia toma acciones en firmas de vanguardia tecnológica. Objeto: aprovechar sus innovaciones y avances en cibernética, informática, equipos, etcétera.

7 enero, 2005

No es el argumento para la enésima película del devaluado James Bond. A primera vista -describe Corriere della sera– es una firma que intermedia capitales de riesgo, establecida en Washington, con 55 operadores y –oh- un “observatorio tecnológico” en Menlo Park, corazón de Silicon Valley, California. La crearon en 1999 y, por lo común, sus transacciones no pasan de US$ 5 millones.

No obstante, tiene liquidez suficiente para ingresar a paquetes de sociedades pequeñas, en la vanguardia de la investigación tecnológica. Su nombre es típico: In-Q-Tel. In y Tel provienen de “intelligence” (o sea, servicios secretos) y Q –naturalmente- remite al jefe de Bond. Como se ve, imaginación y sutileza siguen siendo ajenas a la CIA: Q y Bond son ficciones británicas, no estadounidenses.

Eso tiene una explicación: tradicionalmente, los servicios de su majestad (MI5, MI6) han sido más eficaces que los rivales norteamericanos. Tanto que éstos ni siquiera produjeron un Ian Fleming, creador de Bond. Recién en Irak, el MI6 fue tan castigado como para requerir los servicios de un vesánico lord para lavarles la cara.

En realidad, el fondo Int-Q-Tel es un instrumento para que los servicios federales escruten los secretos del mundo tecnológico y aprovechen todo cuanto pueda servir a sus actividades. Los directores se aferran al bajo perfil y no brindan informes sobre sus resultados, aunque la firma esté en el registro público de comercio.

¿Cómo empezó esto? “Cuando la CIA se dio cuenta de que las innovaciones no surgían sólo en grandes empresas sino también en universidades, laboratorios de todo tipo y hasta garages en Silicon Valley”. Así lo admite Gayle Eckhartsberg, vicepresidente de In-Q-Tel. “Hacía falta un medio de llegar hasta ahí y nos ha ido bien”. Ayudaron los propios estatutos de la agencia, que le permiten acceder a tecnologías nuevas, pero no bloquear el patentamiento ni el uso comercial.

En muchos casos, el fondo obtuvo tecnologías que compensaban la inversión accionaria y fueron adoptadas por la CIA. “Nuestro éxito ha inspirado iniciativas similares en el Pentágono. Por de pronto –revela el ejecutivo-, el ejército ha creado OnPoint Technologies (Florida), orientada a innovaciones en energía y combustibles”.

La captadora de secretos en Silicon Valley fue concebida durante la gestión de George Tenet, caído en desgracia por su mal manejo de la crisis desatada el 11 de septiembre de 2001 y por errores en Irak. Su sucesor, Peter Goss, ha continuado con In-Q-Tel.

Por ahora, la iniciativa marcha bien y es una mosca blanca en la accidentada historia de la CIA. Creada en 1947 por el presidente Henry Truman –o sea, por John Foster Dulles, secretario de Estado-, la “compañía” acumula una larga serie de errores, ilícitos, abusos de poder y papelones. En cierto modo, se parece mucho a los servicios argentinos y, como éstos, no goza de aprecio en la comunidad internacional de Inteligencia. Tampoco ha sido semillero de cerebros ni, como la KGB, ha producido un presidente (Vladimir Putin).

No es el argumento para la enésima película del devaluado James Bond. A primera vista -describe Corriere della sera– es una firma que intermedia capitales de riesgo, establecida en Washington, con 55 operadores y –oh- un “observatorio tecnológico” en Menlo Park, corazón de Silicon Valley, California. La crearon en 1999 y, por lo común, sus transacciones no pasan de US$ 5 millones.

No obstante, tiene liquidez suficiente para ingresar a paquetes de sociedades pequeñas, en la vanguardia de la investigación tecnológica. Su nombre es típico: In-Q-Tel. In y Tel provienen de “intelligence” (o sea, servicios secretos) y Q –naturalmente- remite al jefe de Bond. Como se ve, imaginación y sutileza siguen siendo ajenas a la CIA: Q y Bond son ficciones británicas, no estadounidenses.

Eso tiene una explicación: tradicionalmente, los servicios de su majestad (MI5, MI6) han sido más eficaces que los rivales norteamericanos. Tanto que éstos ni siquiera produjeron un Ian Fleming, creador de Bond. Recién en Irak, el MI6 fue tan castigado como para requerir los servicios de un vesánico lord para lavarles la cara.

En realidad, el fondo Int-Q-Tel es un instrumento para que los servicios federales escruten los secretos del mundo tecnológico y aprovechen todo cuanto pueda servir a sus actividades. Los directores se aferran al bajo perfil y no brindan informes sobre sus resultados, aunque la firma esté en el registro público de comercio.

¿Cómo empezó esto? “Cuando la CIA se dio cuenta de que las innovaciones no surgían sólo en grandes empresas sino también en universidades, laboratorios de todo tipo y hasta garages en Silicon Valley”. Así lo admite Gayle Eckhartsberg, vicepresidente de In-Q-Tel. “Hacía falta un medio de llegar hasta ahí y nos ha ido bien”. Ayudaron los propios estatutos de la agencia, que le permiten acceder a tecnologías nuevas, pero no bloquear el patentamiento ni el uso comercial.

En muchos casos, el fondo obtuvo tecnologías que compensaban la inversión accionaria y fueron adoptadas por la CIA. “Nuestro éxito ha inspirado iniciativas similares en el Pentágono. Por de pronto –revela el ejecutivo-, el ejército ha creado OnPoint Technologies (Florida), orientada a innovaciones en energía y combustibles”.

La captadora de secretos en Silicon Valley fue concebida durante la gestión de George Tenet, caído en desgracia por su mal manejo de la crisis desatada el 11 de septiembre de 2001 y por errores en Irak. Su sucesor, Peter Goss, ha continuado con In-Q-Tel.

Por ahora, la iniciativa marcha bien y es una mosca blanca en la accidentada historia de la CIA. Creada en 1947 por el presidente Henry Truman –o sea, por John Foster Dulles, secretario de Estado-, la “compañía” acumula una larga serie de errores, ilícitos, abusos de poder y papelones. En cierto modo, se parece mucho a los servicios argentinos y, como éstos, no goza de aprecio en la comunidad internacional de Inteligencia. Tampoco ha sido semillero de cerebros ni, como la KGB, ha producido un presidente (Vladimir Putin).

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