Un proceso por perjurio que podría salpicar a Richard Cheney

Empieza otra causa contra Lewis Libby, es asesor principal del vicepresidente. Pero años de investigaciones han sacado a luz turbias maniobras en la Casa Blanca, mientras se resolvía la invasión a Irak (2003).

25 enero, 2007

También quedaron mal parados medios en apariencia independientes y una serie de funcionarios. Por otra parte, Cheney es uno de testigos de cargo, pues todo empezó con una infidencia suya a Libby, con órdenes para difundirla. En realidad, la clave del proceso hace a conductas de Cheney, otros funcionarios de la Casa Blanca y medios de prensa, cuando George W.Bush y Donald Rumsfeld promovían activamente el ataque sobre Bagdad, apelando a datos falsos sobre el arsenal de Saddam Huséin.

En medio de esas operaciones de acción psicológica, de las cuales se hacían eco algunos medios, se abrió una investigación para averiguar quien puso en evidencia públicamente a Valerie Plame, agente encubierta de la CIA y esposa de un diplomático que había denunciados los “falsos informes de inteligencia” sobre Irak. Es decir, la dama espiaba a su entonces ex marido.

Curiosamente, aún nadie ha sido acusado por la infidencia de Cheney a Libby, fuente a su vez de los trascendidos periodísticos. Sea como fuere, Libby renunció tras ser llevado ante un gran jurado y cuando las investigaciones del FBI aún no estaban cerradas. A criterio de algunos juristas, el fiscal especial Patrick Fitzgerald debilitó el caso procesando a Libby y no a Richard Armitage, entonces subsecretario de estado. Máxime porque éste reveló haber pasado el nombre de Plame a ciertos periodistas.

Los abogados de Libby proyectan poner en la picota a Armitage. Su otra línea de defensa en endeble: el reo argüirá que el perjurio cometido ante el gran jurada no fue voluntario. Debido a la crisis de Irak ()2003), volaba de reunión en reunión y no podía recordar todas sus conversaciones, inclusive con periodistas. Por su parte, Fitzgerald vulneró la independencia de la prensa, forzando a los profesionales que habían hablado “off the record” con Libby a revelar las fuentes o ir a la cárcel. Una periodista prefirió la segunda opción y eso añadió otro escándalo a una causa ya muy envenenada.

También quedaron mal parados medios en apariencia independientes y una serie de funcionarios. Por otra parte, Cheney es uno de testigos de cargo, pues todo empezó con una infidencia suya a Libby, con órdenes para difundirla. En realidad, la clave del proceso hace a conductas de Cheney, otros funcionarios de la Casa Blanca y medios de prensa, cuando George W.Bush y Donald Rumsfeld promovían activamente el ataque sobre Bagdad, apelando a datos falsos sobre el arsenal de Saddam Huséin.

En medio de esas operaciones de acción psicológica, de las cuales se hacían eco algunos medios, se abrió una investigación para averiguar quien puso en evidencia públicamente a Valerie Plame, agente encubierta de la CIA y esposa de un diplomático que había denunciados los “falsos informes de inteligencia” sobre Irak. Es decir, la dama espiaba a su entonces ex marido.

Curiosamente, aún nadie ha sido acusado por la infidencia de Cheney a Libby, fuente a su vez de los trascendidos periodísticos. Sea como fuere, Libby renunció tras ser llevado ante un gran jurado y cuando las investigaciones del FBI aún no estaban cerradas. A criterio de algunos juristas, el fiscal especial Patrick Fitzgerald debilitó el caso procesando a Libby y no a Richard Armitage, entonces subsecretario de estado. Máxime porque éste reveló haber pasado el nombre de Plame a ciertos periodistas.

Los abogados de Libby proyectan poner en la picota a Armitage. Su otra línea de defensa en endeble: el reo argüirá que el perjurio cometido ante el gran jurada no fue voluntario. Debido a la crisis de Irak ()2003), volaba de reunión en reunión y no podía recordar todas sus conversaciones, inclusive con periodistas. Por su parte, Fitzgerald vulneró la independencia de la prensa, forzando a los profesionales que habían hablado “off the record” con Libby a revelar las fuentes o ir a la cárcel. Una periodista prefirió la segunda opción y eso añadió otro escándalo a una causa ya muy envenenada.

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