Reducir pobreza fomentando migraciones, no sólo comercio

Nicolas Sarkozy ganó gracias a un mensaje racista contra los inmigrantes y a la misoginia del burgués galo. Pero algunos analistas sospechan que, en un futuro, las migraciones pesarán más que el libre comercio como factor para generar riqueza.

8 mayo, 2007

Mientras la Organización mundial de comercio casi no tiene provenir. En manos del proteccionista agrícola Pascal Lamy va perdiendo crédito uno de sus libretos favoritos: “los acuerdos de libre intercambio mejoran la situación de economías subdesarrolladas o pobres”. Casos como México –en una categoría designada con el eufemismo “emergente”- o media África ilustran los estrechos límites del “libre comercio”.

George W.Bush “vende ideas similares respecto de Centroamérica, aunque sin mucho éxito”, apuntaba Robert Davis en el “Wall Street journal” edición web. En verdad, “la liberalización del intercambio ha dado resultados dispares. Así, en China, India y economías contiguas, las exportaciones generan millones de empleos”. Pero ninguna de ellas practica las normas “ortodoxas” –empezando con la libertad de cambios- que predican la OMC y las potencias occidentales.

Latinoamérica, que las ha aplicado con celo de conversa, igual que Méjico, Ecuador o Perú, “no ha experimentado reducción de la pobreza ni mejora en niveles de vida promedios. Para ser intelectualmente honestos –apunta Garrick Hufbaeur, del muy ortodoxo Institute for international economics-, no podemos vender una política comercial como si sirviese para aliviar carencias sociales. El intercambio fomenta crecimiento, pero sus beneficios no siempre llegan a los pobres”.

En las condiciones actuales de los mercados, ambos expertos creen que “ayudaría mucho más abrir ordenadamente las fronteras de los países desarrollado a más mano de obra temporal”. A diferencia de las crueles restricciones aplicada en Estados Unidos, España o Dinamarca –próximamente también en Francia-, “más visas laborales disminuirían la pobreza. Por ejemplo, si las economías ricas autorizasen la entrada de 3% de los trabajadores ociosos en el resto del mundo, los ingresos globales aumentarían en US$ 150.000 millones por año”. La estimación pertenece a Alan Winters (Banco Mundial).

Tras decenios de libre comercio, se ha desmantelado o reducido gran parte de las barreras al intercambio. Quedan pocas y centrarse en ellas es contraproducente. Por otro lado, salvo casos como China, las trabas más importantes no se encuentran en el mundo subdesarrollado, sino en las economías centrales. Una forma perversa de barrera es la masa de subsidios agrícolas (Unión Europea, EE.UU., Japón), que –al hacer dumping o bloquear exportaciones de países dependientes- aumenta la pobreza.

Nuevamente, el ejemplo mejicano pone ciertas cosas en claro. “El tratado norteamericano de libre comercio (TLC) elevó hasta 10% los ingresos promedios de la población. Pero el mejicano que halla empleo en EE.UU. gana 2,5 veces más que su compatriota al sur del río Bravo”, revela Gordon Hanson (universidad de California, San Diego). En la misma región, los inmigrantes salvadoreños remiten en su país US$ 2.000 millones anuales. Eso equivale a 13% del PBI local. En el plano mundial, los envíos de trabajadores golondrinas a sus países originarios oscilan en cerca de US$ 100.000 millones cada año. La cifra es de otra fuente insospechable de populismo, el Fondo Monetario.

Mientras la Organización mundial de comercio casi no tiene provenir. En manos del proteccionista agrícola Pascal Lamy va perdiendo crédito uno de sus libretos favoritos: “los acuerdos de libre intercambio mejoran la situación de economías subdesarrolladas o pobres”. Casos como México –en una categoría designada con el eufemismo “emergente”- o media África ilustran los estrechos límites del “libre comercio”.

George W.Bush “vende ideas similares respecto de Centroamérica, aunque sin mucho éxito”, apuntaba Robert Davis en el “Wall Street journal” edición web. En verdad, “la liberalización del intercambio ha dado resultados dispares. Así, en China, India y economías contiguas, las exportaciones generan millones de empleos”. Pero ninguna de ellas practica las normas “ortodoxas” –empezando con la libertad de cambios- que predican la OMC y las potencias occidentales.

Latinoamérica, que las ha aplicado con celo de conversa, igual que Méjico, Ecuador o Perú, “no ha experimentado reducción de la pobreza ni mejora en niveles de vida promedios. Para ser intelectualmente honestos –apunta Garrick Hufbaeur, del muy ortodoxo Institute for international economics-, no podemos vender una política comercial como si sirviese para aliviar carencias sociales. El intercambio fomenta crecimiento, pero sus beneficios no siempre llegan a los pobres”.

En las condiciones actuales de los mercados, ambos expertos creen que “ayudaría mucho más abrir ordenadamente las fronteras de los países desarrollado a más mano de obra temporal”. A diferencia de las crueles restricciones aplicada en Estados Unidos, España o Dinamarca –próximamente también en Francia-, “más visas laborales disminuirían la pobreza. Por ejemplo, si las economías ricas autorizasen la entrada de 3% de los trabajadores ociosos en el resto del mundo, los ingresos globales aumentarían en US$ 150.000 millones por año”. La estimación pertenece a Alan Winters (Banco Mundial).

Tras decenios de libre comercio, se ha desmantelado o reducido gran parte de las barreras al intercambio. Quedan pocas y centrarse en ellas es contraproducente. Por otro lado, salvo casos como China, las trabas más importantes no se encuentran en el mundo subdesarrollado, sino en las economías centrales. Una forma perversa de barrera es la masa de subsidios agrícolas (Unión Europea, EE.UU., Japón), que –al hacer dumping o bloquear exportaciones de países dependientes- aumenta la pobreza.

Nuevamente, el ejemplo mejicano pone ciertas cosas en claro. “El tratado norteamericano de libre comercio (TLC) elevó hasta 10% los ingresos promedios de la población. Pero el mejicano que halla empleo en EE.UU. gana 2,5 veces más que su compatriota al sur del río Bravo”, revela Gordon Hanson (universidad de California, San Diego). En la misma región, los inmigrantes salvadoreños remiten en su país US$ 2.000 millones anuales. Eso equivale a 13% del PBI local. En el plano mundial, los envíos de trabajadores golondrinas a sus países originarios oscilan en cerca de US$ 100.000 millones cada año. La cifra es de otra fuente insospechable de populismo, el Fondo Monetario.

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