Rusia no quiere volver a Stalin, sino al tsar Alejandro II

Así sostuvo el historiador británico Paul Kennedy en Yale. Más exactamente, “el modelo de Vladyímir Putin es Alyexandr Mijáilovich Górchakov”. Nombrado canciller por Alejandro II en 1863, sacó las papas del fuego tras la guerra de Crimea.

25 marzo, 2008

Kennedy resumió su tesis en un extenso artículo publicado por el “Herald Tribune” internacional (que lo censuró en parte). Rusia “es una nación orgullosa y proactiva. Sus decisiones son previsibles y nada en su historia, desde Iván IV el terrible hasta Putin, es novedoso. Sus acciones representan una élite de poder que, a cada derrota o humillación, recobra autoridad y capacidad de intimidar a los adversarios”. Así ocurrió con mongoles, polacos, suecos o alemanes. Sólo que ahora el ámbito real es interno, como señalaba el académico en medios europeos que no le recortaron textos.

Según cree el intelectual, en el largo plazo no pesan tanto las reivindicaciones y desafíos exteriores, cuanto la revolución cultural interna. Vale le decir, “la perpetua campaña de adoctrinamiento que Putin despliega sobre la juventud. Su objeto es rescribir la historia e insertarla en el siglo XXI”.

Curiosamente, los ultraconservadores norteamericanos intentaron lo mismo bajo George W.Bush, pero “su cortedad de miras sólo los condujo a guerras tan remotas como imposibles”. A la inversa, los conflictos armados rusos siempre se desarrollaron en su territorio o alrededor. En la actual situación, por otra parte, “no hay riesgos de retornar a la guerra fría.

“Putin busca recobrar el viejo nacionalismo ruso. Lo inspiran modelos como Alyexandr Ñevskiy, Pedro I, Catalina II -que era alemana- y Alejandro II. Admira explìcitamente a Górchakov, que Bush o Richard Cheney no conocen ni de mentas”. Encargado de reconstruir al país tras el desastre de Crimea, el canciller fue una espina para su colega prusiano, el príncipe Otto von Bismack.

La conducta de Putin en relación con Bush y la política internacional “es análoga. Puede –señala Kennedy- llegar a la provocación, pero elude pasos en falso. Esgrime el gas o el petróleo para intimidar vecinos al oeste y hasta amenaza con vuelos militares. Pero, cuando un general afirmó que Rusia precisa bases en el Mediterráneo, le replicó que ésa no era su estrategia”.

El historiador insiste en que “el mundo se fije en la organización de un movimiento patriótico juvenil que, personalmente, me recuerda la Hitlerjügend”. Ello no significa un paralelo directo entre el dictador y Putin, pero revela ingredientes xenófobos comunes. ”Esos activistas crecerán, harán encuestas e influirán en las futuras elecciones. Uno de sus manuales de adoctrinamiento sostiene que ingresar al club de países democráticos implica ceder soberanía a Estados Unidos”. En este punto, surge otro factor: la democracia continúa siendo una planta rara en el mundo. Nunca floreció en Rusia, China, India, casi todo el Islam o buena parte de África y Latinoamérica.

Ese aspecto doctrinario del “proyecto Putin” se aleja de Górchakov, pero no de ciertos antecedentes rusos. Por ejemplo, los “Protocolos de los sabios de Tsion”, un panfleto antijudío fabricado por la policía política de otro tsar, Alejandro III. A juicio de Kennedy, empero, el peligro viene hoy de diferente ángulo: “Si Rusia parece una amenaza, es por culpa de EE.UU., que -absorto en Irak, Afganistán y el terrorismo- le deja espacios políticos”.

Kennedy resumió su tesis en un extenso artículo publicado por el “Herald Tribune” internacional (que lo censuró en parte). Rusia “es una nación orgullosa y proactiva. Sus decisiones son previsibles y nada en su historia, desde Iván IV el terrible hasta Putin, es novedoso. Sus acciones representan una élite de poder que, a cada derrota o humillación, recobra autoridad y capacidad de intimidar a los adversarios”. Así ocurrió con mongoles, polacos, suecos o alemanes. Sólo que ahora el ámbito real es interno, como señalaba el académico en medios europeos que no le recortaron textos.

Según cree el intelectual, en el largo plazo no pesan tanto las reivindicaciones y desafíos exteriores, cuanto la revolución cultural interna. Vale le decir, “la perpetua campaña de adoctrinamiento que Putin despliega sobre la juventud. Su objeto es rescribir la historia e insertarla en el siglo XXI”.

Curiosamente, los ultraconservadores norteamericanos intentaron lo mismo bajo George W.Bush, pero “su cortedad de miras sólo los condujo a guerras tan remotas como imposibles”. A la inversa, los conflictos armados rusos siempre se desarrollaron en su territorio o alrededor. En la actual situación, por otra parte, “no hay riesgos de retornar a la guerra fría.

“Putin busca recobrar el viejo nacionalismo ruso. Lo inspiran modelos como Alyexandr Ñevskiy, Pedro I, Catalina II -que era alemana- y Alejandro II. Admira explìcitamente a Górchakov, que Bush o Richard Cheney no conocen ni de mentas”. Encargado de reconstruir al país tras el desastre de Crimea, el canciller fue una espina para su colega prusiano, el príncipe Otto von Bismack.

La conducta de Putin en relación con Bush y la política internacional “es análoga. Puede –señala Kennedy- llegar a la provocación, pero elude pasos en falso. Esgrime el gas o el petróleo para intimidar vecinos al oeste y hasta amenaza con vuelos militares. Pero, cuando un general afirmó que Rusia precisa bases en el Mediterráneo, le replicó que ésa no era su estrategia”.

El historiador insiste en que “el mundo se fije en la organización de un movimiento patriótico juvenil que, personalmente, me recuerda la Hitlerjügend”. Ello no significa un paralelo directo entre el dictador y Putin, pero revela ingredientes xenófobos comunes. ”Esos activistas crecerán, harán encuestas e influirán en las futuras elecciones. Uno de sus manuales de adoctrinamiento sostiene que ingresar al club de países democráticos implica ceder soberanía a Estados Unidos”. En este punto, surge otro factor: la democracia continúa siendo una planta rara en el mundo. Nunca floreció en Rusia, China, India, casi todo el Islam o buena parte de África y Latinoamérica.

Ese aspecto doctrinario del “proyecto Putin” se aleja de Górchakov, pero no de ciertos antecedentes rusos. Por ejemplo, los “Protocolos de los sabios de Tsion”, un panfleto antijudío fabricado por la policía política de otro tsar, Alejandro III. A juicio de Kennedy, empero, el peligro viene hoy de diferente ángulo: “Si Rusia parece una amenaza, es por culpa de EE.UU., que -absorto en Irak, Afganistán y el terrorismo- le deja espacios políticos”.

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