Trump decretó el fin de la alianza transatlántica

Hay una brecha difícil de salvar entre EE.UU y los grandes países de Europa occidental.

11 mayo, 2018

Se ha convertido en un especialista en abandonar acuerdos. Para empezar, el primer día que asumió retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico diseñado por Barack Obama y otros once países ribereños de ese océano, para contener a China.

Luego le siguió el Acuerdo sobre el Clima en París, con las consecuencias que ya son perceptibles. Más tarde Donald Trump decidió cambiar la sede de la embajada de su país en Israel, lo que introdujo una cuña en el concepto de “la solución de los dos estados”, que se perseguía en el caso de Israel y Palestina.

Más recientemente, en cumplimiento de una promesa electoral, presentó un ultimátum a China (la segunda potencia mundial) para que redujera bruscamente su superávit comercial con EE.UU. La demanda, en términos nada diplomáticos, mereció una fuerte respuesta de Beijing. Ahora, el desarrollo más previsible es una guerra comercial que podría llegar a escala planetaria.

Pero al menos quedaba en pie la piedra basal de la geopolítica que dominó el escenario mundial durante los últimos 70 años: la inconmovible unidad de acción entre la entonces megapotencia y sus confiables aliados como Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Ese vínculo también se ha visto afectado como consecuencia de otra decisión con pobres fundamentos de Washington, al retirarse del acuerdo nuclear con Irán y dejar al Medio Oriente en grave riesgo de transformarse en mayor conflicto y en renovado escenario bélico.

Los demás firmantes, esos mismos aliados europeos, se encuentran ahora ante un serio dilema: o bien obedecen servilmente las directivas de Trump, o intentan preservar el acuerdo a riesgo de entrar en abierto conflicto con Estados Unidos, que buscará sancionar a las empresas europeas que sigan operando con Irán.

El grado de irritación entre los europeos es tan alto, que existen claras posibilidades de que entren en desacuerdos graves con el viejo socio. El realismo votaría en contra de esa dirección, pero nadie quiere ingresar en la categoría de “socios sumisos”. Tal vez Washington perciba el mensaje derivado de la nueva situación.

 

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