El poder de los hábitos

“The Power of Habit:Why We Do What We Do and How to Change It”, de Charles Duhigg, es un libro que explica por qué es útil para las compañías entender y modificar las rutinas.

31 octubre, 2012

<p>Los h&aacute;bitos humanos parecen incorregibles e inexplicables, tan incrustados en nuestro ser como el color del cabello. &ldquo;Son tan fuertes, en realidad, que pueden hacer que nuestro cerebro se aferre a ellos con exclusi&oacute;n de todo lo dem&aacute;s, incluido el sentido com&uacute;n,&rdquo; escribe Duhigg. Pero sucede que nuestros h&aacute;bitos son bastante maleables y, como muestra el autor, las empresas est&aacute;n aprendiendo a identificarlos y a modificar nuestros patrones de conducta para aumentar ganancias. <br />
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Un h&aacute;bito es esencialmente una ecuaci&oacute;n escrita en el pizarr&oacute;n de los ganglios basales del cerebro. Primero hay un disparador: Un iPhone suena durante una reuni&oacute;n. Luego hay una rutina: el iPhone es examinado discretamente. Luego hay un premio: Un opositor ha dado un paso y ahora toca atacar. Ansiamos escuchar el tono del tel&eacute;fono y la r&aacute;faga de endorfinas que promete. <br />
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Aunque los cient&iacute;ficos no pusieron nombre a este mecanismo &ndash; la curva del h&aacute;bito &ndash; hasta bien entrado el siglo 20, los emprendedores comprendieron hace mucho m&aacute;s tiempo la importancia de las rutinas. Duhigg cita a Claude Hopkins, el mago detr&aacute;s de Pepsodent y el hombre que, a principios de los a&ntilde;os 1900 logr&oacute; que todos nos cepill&aacute;ramos los dientes todos los d&iacute;as. El encontr&oacute; un disparador: sentir una rara pel&iacute;cula sobre los dientes. Con avisos publicitarios, ofreci&oacute; una soluci&oacute;n: cepillarse todas las ma&ntilde;anas. La recompensa: dientes limpios y brillantes. <br />
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Las empresas que descubran c&oacute;mo inducir nuevos h&aacute;bitos pueden aumentar sus ventas y sus ganancias. Procter &amp; Gamble us&oacute; curvas de h&aacute;bitos para disparar las ventas de Febreze. Poco despu&eacute;s, en 1996, lanz&oacute; el desodorizador de telas Febreze pero los ejecutivos advirtieron que no iba a ser el &eacute;xito que imaginaban. Ocurr&iacute;a que la gente que viv&iacute;a entre malos olores esta tan aclimatada al or&iacute;n de gato o humo de cigarrillo que no advert&iacute;an nada desagradable. Al final de la curva Febreze no hubo recompensa. Pero en su trabajo de campo. Ejecutivos de P&amp;G tropezaron con un cliente que usaba Febreze porque le gustaba el aroma que dejaba a sus ambientes una vez que ella terminaba de limpiar. &ldquo;Lo estamos haciendo todo mal&rdquo;, dijo un ejecutivo a Duhigg. &ldquo;Nadie busca olor a nada. Pero lo que mucha gente quiere es un lindo aroma despu&eacute;s que pasaron la ma&ntilde;ana limpiando.&rdquo; P&amp;G modific&oacute; el material de marketing para poner &eacute;nfasis en los frescos aromas que daba Febreze a una casa limpia. Dos meses despu&eacute;s las ventas se hab&iacute;an duplicado. &ldquo;Tiempo despu&eacute;s,&rdquo; escribe Duhigg &ldquo;P&amp;G comenz&oacute; a mencionar a los clientes que, adem&aacute;s del buen aroma, Febreze tambi&eacute;n puede matar malos olores.&rdquo;<br />
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