El dragón rojo se pone verde

Este año el gigante podría desplazar a Estados Unidos como máximo emisor mundial de monóxido y dióxido de carbono; lamentable pero clara medida de la fortaleza industrial china. Por ende, muchos se preguntan hasta dónde se prolongará tanto éxito ligado a la contaminación de aire y aguas. Siete de las 10 urbes más perjudicadas del planeta son chinas.

19 noviembre, 2009

<p>&ldquo;Hace unos 10 a&ntilde;os, en Hongkong &ndash;apunta Marshall Meyer, analista de Wharton&ndash;, el aire era di&aacute;fano. Hoy, las plantas en el sudeste ti&ntilde;en todo de gris. En poco tiempo, China se convirti&oacute; en uno de los mayores conglomerados fabriles del globo&rdquo;. <br />
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Sucede que m&aacute;s de la mitad de las aguas dulces superficiales est&aacute; afectada, seg&uacute;n una reciente investigaci&oacute;n oficial. Siete de las 10 urbes m&aacute;s perjudicadas del planeta son chinas, subraya la Organizaci&oacute;n Mundial de la Salud en un estudio. En el corto plazo, quiz&aacute; la recesi&oacute;n occidental mantenga los cielos chinos un poco m&aacute;s azules pero, con el tiempo, peligrar&aacute; la idea de que solo vale el crecimiento del producto bruto interno. Por lo menos, Knowledge@Wharton lo teme as&iacute;.<br />
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Por de pronto, algunos analistas coinciden con Meyer y estiman que los costos asociados a la degradaci&oacute;n ambiental implican por a&ntilde;os 12% del PBI. Adem&aacute;s, muchos chinos van torn&aacute;ndose ecol&oacute;gicamente conscientes y presionan al Gobierno central o los provinciales para acelerar cambios. Entre 2005 y 2008, hubo unas 200.000 manifestaciones superiores a 100 personas cada una en protesta por la contaminaci&oacute;n terrestre e h&iacute;drica.<br />
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Para los industriales, el gradual cambio en Beijing &ndash;del crecimiento a cualquier precio a la disminuci&oacute;n de costos ambientales&ndash; genera tanto desaf&iacute;os como oportunidades. As&iacute; se&ntilde;ala un informe de Wharton y Boston Consulting Group (BCG), cuyo objeto es averiguar qui&eacute;n ganar&aacute; o perder&aacute; si China se descontamina.</p>
<p><strong>Nueva prioridad</strong><br />
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No hace mucho, las cuestiones ambientales eran muy secundarias para los funcionarios de varios niveles. Con 1.300 millones de bocas que alimentar, quienes adoptaban decisiones ve&iacute;an en la ecolog&iacute;a una expresi&oacute;n est&eacute;tica, nunca un asunto de salud p&uacute;blica.<br />
Parte de esa actitud reflejaba la novedad de ideas. Hist&oacute;ricamente, los chinos hac&iacute;an que el ambiente se adaptase a las necesidades de una poblaci&oacute;n enorme y expansiva. Antrop&oacute;logos y ge&oacute;logos han descubierto pruebas de los da&ntilde;inos efectos de la carga demogr&aacute;fica en suelos que datan del siglo 8. Durante centurias, los emperadores tendieron a privilegiar obras infraestructurales tan inmensas como la red de canales que une las cuencas de los r&iacute;os Amarillo (Huangho) y Azul (Yangdze). Sus consecuencias ecol&oacute;gicas fueron desastrosas.<br />
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Una serie de cat&aacute;strofes en los &uacute;ltimos a&ntilde;os, empero, ha dado vuelta la opini&oacute;n p&uacute;blica. El reciente caso del lago Tai ilustra el tipo de complejos problemas que una crisis ambiental puede crear en un pa&iacute;s tan densamente poblado. Ubicada sobre el delta del Yangdze, la laguna es un atractivo tur&iacute;stico cuyos islotes y neblinas han inspirado poemas y dibujos durante un milenio.<br />
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Al mismo tiempo, la laguna &ndash;parte de un amplio sistema pr&oacute;ximo a la costa oriental&ndash; tambi&eacute;n alimenta a un vasto complejo qu&iacute;mico, sostiene la pesca y provee agua potable a millones. Tras a&ntilde;os de sobreexplotaci&oacute;n, Tai y otros espejos h&iacute;dricos implosionaron: en abril de 2007 se cubrieron de algas verdiazuladas que generaban los contaminantes.<br />
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Durante 10 d&iacute;as, los habitantes del &aacute;rea, en su mayor&iacute;a cultivadores de arroz, debieron dejar de beber o usar el agua en la cocina. &ldquo;Lo ocurrido en esas lagunas es una clara se&ntilde;al de alarma&rdquo;, sostuvo el primer ministro Wen Jiabao. Crisis como esa demuestran que, en aras de la seguridad y la estabilidad social, Beijing ya no puede optar por el crecimiento en desmedro del ambiente.</p>
<p><strong>Ambig&uuml;edades </strong><br />
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Sin embargo, hay signos contradictorios sobre el empe&ntilde;o chino en la dura, larga tarea. Por una parte, solo en la cuenca de la laguna Tai se cerraron 1.300 plantas qu&iacute;micas. Pero, simult&aacute;neamente, los bur&oacute;cratas provinciales met&iacute;an presos a activistas ambientales en venganza por una larga campa&ntilde;a para detener la degradaci&oacute;n de la cuenca.<br />
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Si bien Tai es un caso extremo en la cadena de lagunas fluviales entre Jiangsu, Jiangxi y Anhui, demuestra sin dudas una dificultad clave para las empresas en lo tocante a normas ecol&oacute;gicas. En efecto, los funcionarios locales encargados de hacerlas cumplir a menudo descuidan sus obligaciones.<br />
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A veces, por corruptos; otras, de puro ignorantes. Por consiguiente, el grado de intervenci&oacute;n ambiental var&iacute;a de provincia en provincia. Por ejemplo, m&aacute;s de 125.000 megavatios en usinas el&eacute;ctricas a carb&oacute;n (emisoras de mon&oacute;xido) han sido erigidas en el pa&iacute;s sin autorizaci&oacute;n del Gobierno central.<br />
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Aun sin provocar conflictos graves, abundan normas vagas, proclives a generar divergencias bien intencionadas entre Beijing, las provincias y las compa&ntilde;&iacute;as locales. &ldquo;Las reglas suelen ser poco claras&rdquo;, advierte David Michael, director de la filial de BCG en la capital china. No es el &uacute;nico que apunta al d&eacute;ficit regulatorio en varios planos.</p>

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