Escándalos 2005: más de lo mismo, pero menos original

Por cuarto año seguido, chicanas y trampas empresarias ocuparon las candilejas. “La misma soberbia, los mismos trucos, la misma codicia; sólo que con menos imaginación y algunas caras nuevas”, apunta el “Wall Street Journal” en la web.

19 enero, 2006

La lista empieza con Maurice Greenberg. El temido y nepotista ex amo de American International Group, la mayor reaseguradora mundial, perdió el timón a manos de Eliot Spitzer, fiscal federal del estado de Nueva York. La caída de Greenberg demuestra que hasta los autócratas ejecutivos más pesados están expuestos al defenestramiento.

Mientras AIG afrontaba el trauma, un hato de sinvergüenzas quedó al descubierto al venirse abajo dos o tres fondos de cobertura (o sea, los que especulan con derivativos para clientes tan ricos como insaciables). Uno de ellos, Bayou Capital (US$ 450 millones) resultó una ironía: haciendo honor al nombre (“bayou”, lodazal), se hundió mientras el huracán Katrina asolaba Nueva Orleáns y su cinturón pantanoso.

“Codicia” fue la clave en todo 2005. Hordas de ejecutivos embolsaron paquetes remuneratorios superiores a los de 2004. Ellos, sus voceros y medios adictos (Forbes, Barron’s, etc.) afirmaban que merecían esas sumas porque “habían mejorado resultados y dividendos a los accionistas”. Pero, en general, la capitalización bursátil de sus compañías terminó el año por debajo de sus valores al principio.

Entre otras estrellas aparece Philip Purcell, ex director ejecutivo de Morgan Stanley, depuesto en junio. Bajo su mando y el de Donald Kempf, un picapleitos, MS se dedicaba a burlar reguladores y adulterar documentos. A tal punto que la juez a cargo de una demanda colectiva radicada por Ronald Perelman le allanó el camino al gran jurado. Éste le impuso a la firma multas e indemnizaciones por US$ 1.450 millones. Las renuncias de ambos prueban que los dueños de la pelota también pueden perder partidos.

Greenberg, señor feudal de AIG, solía despachar sicarios para amilanar inspectores de seguros. Finalmente, el año pasado se topó con un fiscal imposible de presionar, Spitzer, que lo procesó por manipular asientos contables y engañar a inversores. Greenberg calificó eso como “abuso de autoridad”. Natural reacción de este piadoso judío ortodoxo, no habituado a rendir cuentas ante la ley.

Gary Wilson, presidente de Northwest Airlines, omitió divulgar la venta de US$ 1.800.000 acciones propias, finiquitada en dos días. O sea, transgredió normas tendientes a mantener los inversores externos al corriente de lo que ocurre dentro de una sociedad. Wilson se desprendió de esos papeles a fines de agosto (por entre US$ 5,07 y 5,84), tres semanas antes de que Northwest se acogiera al título XI de la ley federal para concursos y quiebras. Para entonces, la acción de la aerolínea no subía de un dólar.

Robert Miller, flamante director ejecutivo de Delphi, fabricante líder de autopartes en convocatoria, resolvió rebajar salarios y prestaciones sociales, mientras otorgaba a sus managers generosos paquetes retributivos. Al pedir autorización a la junta de acreedores para pagar un total de US$ 110 millones, Miller omitió aclarar que varios beneficiarios estuvieron vinculados a maniobras contables en años anteriores. Acreedores y accionistas pusieron el grito en el cielo y el paquete fue retirado.

Charles Prince, CEO de Citigroup, estaba a cargo de depurar las prácticas contables del grupo. “Quisiera no haber sabido nunca de Bernard Ebbers”, decía ante un tribunal, en un proceso contra Jack Grubman, gurú estelar en telecomunicaciones que trabajaba en Salomon Smith Barney (división especulativa de Citigroup). Razones lo asistían: el banco había pagado US$ 2.650 millones para arreglar litigios originados en un grueso traspié colocando acciones de WorldCom años antes de su quiebra, sin revelar su verdadera situación financiera y patrimonial.

Joseph Nacchio, ex director ejecutivo de Qwest Communications, obtuvo US$ 100 millones vendiendo en forma ilegal papeles de la empresa. La Securities & Exchange commission (SEC, comisión federal de valores) lo demandó por “insider trading” –uso indebido de información reservada-, a fines de 2005. Cinco años antes, se desprendió de acciones sabiendo que la compañía afrontaba severas dificultades. Meses antes, Nacchio había sido acusado por inflar ingresos en los balances de 2001-2.

En medio de tantos escándalos, fallecía a los 95 años Peter Drucker, padre de las teorías básicas sobre management. Adicto a decir la verdad, aun a los poderosos, negaba que pagar con opciones accionarian alineaba los intereses de los directrivos con los de la empresa ni, mucho menos, los accionistas. Por el contrario, a su juicio esos planas “alentaban el saqueo”. Al respecto, solía decir que, en vez de preguntarse “¿Estamos adoptando decisiones correctas?”, a quienes promovían esos esquemas sólo les importaba el último cierre de la acción.

Drucker también era cáustico en lo tocante a remuneraciones ejecutivas. “Es obligación de una empresa, y redunda en su propio beneficio, establecer una sensata estructura remuneratoria para los managers, que refleje la realidad económica y sectorial”. A su criterio, “el mayor triunfo empresario del siglo XX en Estados Unidos ha sido la paulatina reducción de la brecha entre ingresos de ejecutivos y trabajadores”. Pero ¡ay!, en los últimos años los CEO se han dedicado a aumentar locamente esa misma brecha.

La lista empieza con Maurice Greenberg. El temido y nepotista ex amo de American International Group, la mayor reaseguradora mundial, perdió el timón a manos de Eliot Spitzer, fiscal federal del estado de Nueva York. La caída de Greenberg demuestra que hasta los autócratas ejecutivos más pesados están expuestos al defenestramiento.

Mientras AIG afrontaba el trauma, un hato de sinvergüenzas quedó al descubierto al venirse abajo dos o tres fondos de cobertura (o sea, los que especulan con derivativos para clientes tan ricos como insaciables). Uno de ellos, Bayou Capital (US$ 450 millones) resultó una ironía: haciendo honor al nombre (“bayou”, lodazal), se hundió mientras el huracán Katrina asolaba Nueva Orleáns y su cinturón pantanoso.

“Codicia” fue la clave en todo 2005. Hordas de ejecutivos embolsaron paquetes remuneratorios superiores a los de 2004. Ellos, sus voceros y medios adictos (Forbes, Barron’s, etc.) afirmaban que merecían esas sumas porque “habían mejorado resultados y dividendos a los accionistas”. Pero, en general, la capitalización bursátil de sus compañías terminó el año por debajo de sus valores al principio.

Entre otras estrellas aparece Philip Purcell, ex director ejecutivo de Morgan Stanley, depuesto en junio. Bajo su mando y el de Donald Kempf, un picapleitos, MS se dedicaba a burlar reguladores y adulterar documentos. A tal punto que la juez a cargo de una demanda colectiva radicada por Ronald Perelman le allanó el camino al gran jurado. Éste le impuso a la firma multas e indemnizaciones por US$ 1.450 millones. Las renuncias de ambos prueban que los dueños de la pelota también pueden perder partidos.

Greenberg, señor feudal de AIG, solía despachar sicarios para amilanar inspectores de seguros. Finalmente, el año pasado se topó con un fiscal imposible de presionar, Spitzer, que lo procesó por manipular asientos contables y engañar a inversores. Greenberg calificó eso como “abuso de autoridad”. Natural reacción de este piadoso judío ortodoxo, no habituado a rendir cuentas ante la ley.

Gary Wilson, presidente de Northwest Airlines, omitió divulgar la venta de US$ 1.800.000 acciones propias, finiquitada en dos días. O sea, transgredió normas tendientes a mantener los inversores externos al corriente de lo que ocurre dentro de una sociedad. Wilson se desprendió de esos papeles a fines de agosto (por entre US$ 5,07 y 5,84), tres semanas antes de que Northwest se acogiera al título XI de la ley federal para concursos y quiebras. Para entonces, la acción de la aerolínea no subía de un dólar.

Robert Miller, flamante director ejecutivo de Delphi, fabricante líder de autopartes en convocatoria, resolvió rebajar salarios y prestaciones sociales, mientras otorgaba a sus managers generosos paquetes retributivos. Al pedir autorización a la junta de acreedores para pagar un total de US$ 110 millones, Miller omitió aclarar que varios beneficiarios estuvieron vinculados a maniobras contables en años anteriores. Acreedores y accionistas pusieron el grito en el cielo y el paquete fue retirado.

Charles Prince, CEO de Citigroup, estaba a cargo de depurar las prácticas contables del grupo. “Quisiera no haber sabido nunca de Bernard Ebbers”, decía ante un tribunal, en un proceso contra Jack Grubman, gurú estelar en telecomunicaciones que trabajaba en Salomon Smith Barney (división especulativa de Citigroup). Razones lo asistían: el banco había pagado US$ 2.650 millones para arreglar litigios originados en un grueso traspié colocando acciones de WorldCom años antes de su quiebra, sin revelar su verdadera situación financiera y patrimonial.

Joseph Nacchio, ex director ejecutivo de Qwest Communications, obtuvo US$ 100 millones vendiendo en forma ilegal papeles de la empresa. La Securities & Exchange commission (SEC, comisión federal de valores) lo demandó por “insider trading” –uso indebido de información reservada-, a fines de 2005. Cinco años antes, se desprendió de acciones sabiendo que la compañía afrontaba severas dificultades. Meses antes, Nacchio había sido acusado por inflar ingresos en los balances de 2001-2.

En medio de tantos escándalos, fallecía a los 95 años Peter Drucker, padre de las teorías básicas sobre management. Adicto a decir la verdad, aun a los poderosos, negaba que pagar con opciones accionarian alineaba los intereses de los directrivos con los de la empresa ni, mucho menos, los accionistas. Por el contrario, a su juicio esos planas “alentaban el saqueo”. Al respecto, solía decir que, en vez de preguntarse “¿Estamos adoptando decisiones correctas?”, a quienes promovían esos esquemas sólo les importaba el último cierre de la acción.

Drucker también era cáustico en lo tocante a remuneraciones ejecutivas. “Es obligación de una empresa, y redunda en su propio beneficio, establecer una sensata estructura remuneratoria para los managers, que refleje la realidad económica y sectorial”. A su criterio, “el mayor triunfo empresario del siglo XX en Estados Unidos ha sido la paulatina reducción de la brecha entre ingresos de ejecutivos y trabajadores”. Pero ¡ay!, en los últimos años los CEO se han dedicado a aumentar locamente esa misma brecha.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades