Las ventajas del empleado viejo

Cuando no se busca ni velocidad ni fortaleza física, los trabajadores de más de 50 años no están en inferioridad de condiciones frente a los jóvenes. Es más, los superan en experiencia, constancia y responsabilidad.

4 abril, 2006

Según Ken Dychwald, CEO de Age Wave, una empresa en San Francisco dedicada a analizar la fuerza laboral “madura”, dice en un libro de reciente aparición que aunque la numerosa generación de posguerra va envejeciendo y se acerca al momento de su jubilación, los empleadores no implementan estrategias para aprovechar la transformación paulatina del mercado laboral.

Dychwald vaticina que para 2015, el número de trabajadores de más de 55 años oscilará en los 30 millones, o sea 20% del total de la fuerza laboral. Hoy, según el Bureau of Labor Statistics , ese grupo constituye apenas 12%. El segmento irá desarrollando una cantidad de necesidades específicas, como por ejemplo flexibilidad en el horario de trabajo, más oportunidades para nuevos desafíos y mayores facilidades ergonómicas en la oficina. Si los empleadores quieren que la actividad de sus negocios siga viento en popa y sus ganancias no decaigan, no van a tener más remedio que adaptarse a las nuevas circunstancias.

Los empleados maduros convienen, entre otras cosas, porque son los que tienen más experiencia y capacitación que muchos jóvenes. Además, no va a resultar difícil convencerlos de que sigan trabajando. Según encuesta realizada por Merrill Lynch, 76% de los “baby boomers” manifiestan voluntad de seguir trabajando en algo después de arribar a la edad de jubilarse, pero quieren trabajar a su gusto. Los que con mayor seguridad seguirán trabajando son los que han tenido éxito profesional en trabajos no exigidos físicamente, como profesores, abogados y ejecutivos.

“Lo que está ocurriendo es que las personas que se están por jubilar”, dijo Dychtwald en entrevista concedida a Workforce Management, “integran uno de los grupos de personas más brillantes y mejor capacitadas en la historia de este país. El mito es que los jóvenes son más productivos que los viejos; que los jóvenes tienen más salud que los viejos; que los jóvenes son mejor inversión porque tienen mucho tiempo por delante para trabajar. A esas tres cosas yo respondo con lo siguiente:

En primer lugar, es cierto que los jóvenes son más rápidos para trabajar, pero también cometen más errores que los viejos. Cuando el trabajo implica mucha dedicación y mucha reflexión, los viejos superan a los jóvenes en casi todas las situaciones. En segundo lugar, es cierto que los cuerpos envejecidos suelen tener más problemas de salud, pero los jóvenes se hacen mucho daño con excesos o deportes y pierden más días por enfermedad que sus colegas viejos. A veces van a trabajar cansados y se distraen con más facilidad.

Tercero, los jóvenes tienen toda una vida por delante, pero cambian de trabajo como de camisa. De modo que si alguien invierte en un empleado de 23 años, lo que está haciendo es capacitándolo para el trabajo siguiente. El trabajador promedio entre 20 y 30 años cambia de trabajo cada tres años. El de 40 o más cambia de empleo cada 15 años. Parece un chiste, pero conviene más capacitar e invertir en una persona de 45 años que en otra de 25. Cuando la medida de productividad es velocidad y fortaleza física, entonces sí los viejos valen menos. Pero si se amplía la ecuación y se incluye experiencia, lealtad y responsabilidad, los viejos salen muy bien.

Condensación de una entrevista publicada en la

edición electrónica de Workforce Management.

Según Ken Dychwald, CEO de Age Wave, una empresa en San Francisco dedicada a analizar la fuerza laboral “madura”, dice en un libro de reciente aparición que aunque la numerosa generación de posguerra va envejeciendo y se acerca al momento de su jubilación, los empleadores no implementan estrategias para aprovechar la transformación paulatina del mercado laboral.

Dychwald vaticina que para 2015, el número de trabajadores de más de 55 años oscilará en los 30 millones, o sea 20% del total de la fuerza laboral. Hoy, según el Bureau of Labor Statistics , ese grupo constituye apenas 12%. El segmento irá desarrollando una cantidad de necesidades específicas, como por ejemplo flexibilidad en el horario de trabajo, más oportunidades para nuevos desafíos y mayores facilidades ergonómicas en la oficina. Si los empleadores quieren que la actividad de sus negocios siga viento en popa y sus ganancias no decaigan, no van a tener más remedio que adaptarse a las nuevas circunstancias.

Los empleados maduros convienen, entre otras cosas, porque son los que tienen más experiencia y capacitación que muchos jóvenes. Además, no va a resultar difícil convencerlos de que sigan trabajando. Según encuesta realizada por Merrill Lynch, 76% de los “baby boomers” manifiestan voluntad de seguir trabajando en algo después de arribar a la edad de jubilarse, pero quieren trabajar a su gusto. Los que con mayor seguridad seguirán trabajando son los que han tenido éxito profesional en trabajos no exigidos físicamente, como profesores, abogados y ejecutivos.

“Lo que está ocurriendo es que las personas que se están por jubilar”, dijo Dychtwald en entrevista concedida a Workforce Management, “integran uno de los grupos de personas más brillantes y mejor capacitadas en la historia de este país. El mito es que los jóvenes son más productivos que los viejos; que los jóvenes tienen más salud que los viejos; que los jóvenes son mejor inversión porque tienen mucho tiempo por delante para trabajar. A esas tres cosas yo respondo con lo siguiente:

En primer lugar, es cierto que los jóvenes son más rápidos para trabajar, pero también cometen más errores que los viejos. Cuando el trabajo implica mucha dedicación y mucha reflexión, los viejos superan a los jóvenes en casi todas las situaciones. En segundo lugar, es cierto que los cuerpos envejecidos suelen tener más problemas de salud, pero los jóvenes se hacen mucho daño con excesos o deportes y pierden más días por enfermedad que sus colegas viejos. A veces van a trabajar cansados y se distraen con más facilidad.

Tercero, los jóvenes tienen toda una vida por delante, pero cambian de trabajo como de camisa. De modo que si alguien invierte en un empleado de 23 años, lo que está haciendo es capacitándolo para el trabajo siguiente. El trabajador promedio entre 20 y 30 años cambia de trabajo cada tres años. El de 40 o más cambia de empleo cada 15 años. Parece un chiste, pero conviene más capacitar e invertir en una persona de 45 años que en otra de 25. Cuando la medida de productividad es velocidad y fortaleza física, entonces sí los viejos valen menos. Pero si se amplía la ecuación y se incluye experiencia, lealtad y responsabilidad, los viejos salen muy bien.

Condensación de una entrevista publicada en la

edición electrónica de Workforce Management.

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