Propuesta para relacionar hábitos con creatividad e innovación, aunque parezca un contrasentido

hábitos son una cosa curiosa, opinó esta semana en The New York Times la columnista Janet Rae-Dupree, pues los usamos sin pensar, con el cerebro en piloto automático y abandonándonos a la comodidad inconsciente de la rutina conocida.

14 mayo, 2008

Tal vez por esa característica de ausencia de esfuerzo, el hábito
siempre ha tenido una connotación negativa, razona.

Pero los investigadores del cerebro han descubierto que cuando conscientemente
desarrollamos nuevos hábitos, creamos senderos paralelos, y hasta células
cerebrales totalmente nuevas que pueden llevar consigo nuestros pensamientos a
través de sendas nuevas e innovadoras.

En lugar de dar por descontado que somos criaturas de hábitos incambiables,
podemos dirigir nuestro propio cambio conscientemente desarrollando nuevos hábitos.
En realidad, cuantas más cosas nuevas intentamos -o sea cuanto más
nos alejamos de nuestra zona de comodidad – más creativos nos volvemos,
tanto en el trabajo como en nuestra vida personal.

Pero no es necesario matar los hábitos viejos; una vez que esos senderos
trillados, que esos procedimientos están incrustados en el hipocampo, allí
se quedan. En cambio, a los hábitos nuevos los incrustamos deliberadamente
para crear sendas paralelas que sorteen las viejas rutas.

Rae-Dupree cita a Dawana Markova, autora de "The Open Mind" (La
mente abierta) quien dice que "la primera cosa que necesita la innovación
es fascinación y curiosidad". Markova, quien además es consultora
sobre cambio ejecutivo en "Professional Thinking Partners", agrega
que, en cambio, nos enseñan a decidir. Y decidir es matar todas las posibilidades
excepto una. Un pensador innovador es aquel que siempre explora las muchas otras
posibilidades, sostiene.

Todos nosotros abordamos los problemas en formas de las cuales somos totalmente
inconscientes. A finales de los años 60 la ciencia descubrió que
los humanos nacen con la capacidad de hacer frente a desafíos de cuatro
formas principales: analítica, procesal, relacional (o colaboracional)
e innovadora. Pero en la pubertad el cerebro cierra la mitad de esa capacidad,
preservando sólo aquellos modos de pensamiento que parecieron más
valiosos durante la primera década de la vida.

La actual importancia que se da a los tests estandarizados resalta análisis
y procedimiento, lo cual significa que pocos de nosotros usamos nuestros modos
colaboracionales e innovadores de pensar. "Decir que todos podemos hacer
cualquier cosa", dice M.J. Ryan, socia de Markova, "es una mentira que
los norteamericanos hemos perpetuado, y que además siembra mediocridad.
"Saber cuáles son las cosas en las que somos buenos y hacer más
de eso, crea excelencia".

Y aquí es donde entra la importancia de desarrollar nuevos hábitos.
Cuando una persona piensa en forma analítica o procesal, aprende en formas
diferentes de quien es inherentemente un innovador o colaborador. "Yo busco
alguien que me enseñe cuando quiero aprender algo nuevo o desarrollar un
hábito nuevo," dice Ryan. "Otra gente lee un libro sobre el tema
o se anota en un curso. Si usted tiene un camino de aprendizaje, úselo
porque le va a resultar más fácil que crear un camino totalmente
nuevo en su cerebro."

Ryan y Markova identifican tres zonas de la existencia: comodidad, estiramiento
y estrés. La comodidad es el terreno del hábito existente. El estrés
ocurre cuando un desafío está tan alejado de la experiencia actual
que se presenta como algo abrumador. Es en la zona del estiramiento en el medio
– actividades que parecen un poco difíciles y poco familiares – donde ocurre
el verdadero cambio.

"Cada vez que iniciamos un cambio, aunque sea uno positivo, activamos el
miedo en nuestro cerebro emocional," dice Ryan en el libro. "Si el miedo
es demasiado grande, la respuesta es huir y abandonar eso que intentábamos
hacer. Son los pequeños pasos (los de la técnica japonesa llamada
kaizen) los que nos mantienen en el esfuerzo y con los que accedemos a nuestra
creatividad."

Tal vez por esa característica de ausencia de esfuerzo, el hábito
siempre ha tenido una connotación negativa, razona.

Pero los investigadores del cerebro han descubierto que cuando conscientemente
desarrollamos nuevos hábitos, creamos senderos paralelos, y hasta células
cerebrales totalmente nuevas que pueden llevar consigo nuestros pensamientos a
través de sendas nuevas e innovadoras.

En lugar de dar por descontado que somos criaturas de hábitos incambiables,
podemos dirigir nuestro propio cambio conscientemente desarrollando nuevos hábitos.
En realidad, cuantas más cosas nuevas intentamos -o sea cuanto más
nos alejamos de nuestra zona de comodidad – más creativos nos volvemos,
tanto en el trabajo como en nuestra vida personal.

Pero no es necesario matar los hábitos viejos; una vez que esos senderos
trillados, que esos procedimientos están incrustados en el hipocampo, allí
se quedan. En cambio, a los hábitos nuevos los incrustamos deliberadamente
para crear sendas paralelas que sorteen las viejas rutas.

Rae-Dupree cita a Dawana Markova, autora de "The Open Mind" (La
mente abierta) quien dice que "la primera cosa que necesita la innovación
es fascinación y curiosidad". Markova, quien además es consultora
sobre cambio ejecutivo en "Professional Thinking Partners", agrega
que, en cambio, nos enseñan a decidir. Y decidir es matar todas las posibilidades
excepto una. Un pensador innovador es aquel que siempre explora las muchas otras
posibilidades, sostiene.

Todos nosotros abordamos los problemas en formas de las cuales somos totalmente
inconscientes. A finales de los años 60 la ciencia descubrió que
los humanos nacen con la capacidad de hacer frente a desafíos de cuatro
formas principales: analítica, procesal, relacional (o colaboracional)
e innovadora. Pero en la pubertad el cerebro cierra la mitad de esa capacidad,
preservando sólo aquellos modos de pensamiento que parecieron más
valiosos durante la primera década de la vida.

La actual importancia que se da a los tests estandarizados resalta análisis
y procedimiento, lo cual significa que pocos de nosotros usamos nuestros modos
colaboracionales e innovadores de pensar. "Decir que todos podemos hacer
cualquier cosa", dice M.J. Ryan, socia de Markova, "es una mentira que
los norteamericanos hemos perpetuado, y que además siembra mediocridad.
"Saber cuáles son las cosas en las que somos buenos y hacer más
de eso, crea excelencia".

Y aquí es donde entra la importancia de desarrollar nuevos hábitos.
Cuando una persona piensa en forma analítica o procesal, aprende en formas
diferentes de quien es inherentemente un innovador o colaborador. "Yo busco
alguien que me enseñe cuando quiero aprender algo nuevo o desarrollar un
hábito nuevo," dice Ryan. "Otra gente lee un libro sobre el tema
o se anota en un curso. Si usted tiene un camino de aprendizaje, úselo
porque le va a resultar más fácil que crear un camino totalmente
nuevo en su cerebro."

Ryan y Markova identifican tres zonas de la existencia: comodidad, estiramiento
y estrés. La comodidad es el terreno del hábito existente. El estrés
ocurre cuando un desafío está tan alejado de la experiencia actual
que se presenta como algo abrumador. Es en la zona del estiramiento en el medio
– actividades que parecen un poco difíciles y poco familiares – donde ocurre
el verdadero cambio.

"Cada vez que iniciamos un cambio, aunque sea uno positivo, activamos el
miedo en nuestro cerebro emocional," dice Ryan en el libro. "Si el miedo
es demasiado grande, la respuesta es huir y abandonar eso que intentábamos
hacer. Son los pequeños pasos (los de la técnica japonesa llamada
kaizen) los que nos mantienen en el esfuerzo y con los que accedemos a nuestra
creatividad."

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