Psicología conductista y cuatro técnicas prácticas para combinar

Ya se sabía que la gente prefiere incentivos en apariencia gratuitos o que a menudo se porta irracionalmente y no mide las consecuencias de endeudarse. Pese a su involuntario liderazgo en técnicas o principios conductistas, pocas empresas los emplean en forma sistemática. Por eso, estas reglas que no debieran faltar en el bagaje de la gente de marketing.

5 julio, 2011

<p>&ldquo;Mucho antes de ponerse de moda el conductismo, los marketineros ya lo usaban. Por entonces &ndash;se&ntilde;ala Edward Welch, de la consultor&iacute;a McKinsey&ndash;, ofrecer dos cosas al precio de una o pagar en c&oacute;modas cuotas se impusieron porque funcionaban, no porque la mercadotecnia hiciera sesudos estudios psicol&oacute;gicos&rdquo;.</p>
<p><strong>1. Hacer que el precio duela menos</strong><br />
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En casi toda decisi&oacute;n de compra, usuarios o consumidores &ndash;no son lo mismo&ndash; tienen la opci&oacute;n de no hacer nada y ahorrar dinero para otra oportunidad. Por ello, el marketing no se reduce a vencer competidores e involucra persuadir al potencial cliente para que abra la faltriquera y gaste. Seg&uacute;n un principio general, pagar debiera doler por cada gasto. La pr&aacute;ctica mercadot&eacute;cnica, por el contrario, indica que varios factores aleatorios influyen en el comportamiento del cliente y en c&oacute;mo lo afecta meter la mano en el bolsillo. <br />
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Los minoristas saben que permitir la postergaci&oacute;n de pagos suele aumentar apreciablemente la disposici&oacute;n a comprar. Uno de los motivos por los cuales financiar una venta da resultados es l&oacute;gico: la depreciaci&oacute;n de la moneda en el tiempo &ndash;particularmente en econom&iacute;as perif&eacute;ricas&ndash; reduce el costo aparente de la operaci&oacute;n. Por lo com&uacute;n, las personas no reparan en los intereses. Pero hay una segunda base, menos racional: a la gente abonar al contado le resulta tan desagradable como perder plata. Esto resalta el lado negativo de una compra y su remoci&oacute;n eliminar&aacute; una traba psicol&oacute;gica. <br />
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Otra forma de atenuar esa conducta en el p&uacute;blico es entender c&oacute;mo la &ldquo;contabilidad mental&rdquo; influye en decisiones. El cliente emplea varios sistemas para realizarla, de acuerdo con las fuentes de ingresos, y trata el dinero seg&uacute;n su origen. Este factor no suelen sopesarlo economistas ni analistas. Entre los componentes de esa contabilidad sobresalen entradas extraordinarias, efectivo, ingresos y ahorros. Estas dos &uacute;ltimas fuentes son las m&aacute;s remisas al gasto inmediato. <br />
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&ldquo;La tecnolog&iacute;a en esta materia presupone nuevos instrumentos para dome&ntilde;ar la contabilidad mental en beneficio de los marketineros y &ndash;cree Welch&ndash; los clientes. Un operador de tarjetas, por ejemplo, podr&iacute;a ofrecer aplicaciones v&iacute;a Web o celulares que funcionen en tiempo real programando gastos seg&uacute;n presupuestos fijos o categor&iacute;as de ingresos (altos, medios, bajos) y otros par&aacute;metros no enteramente racionales&rdquo;. &iquest;Cu&aacute;l ser&iacute;a la ventaja para el consumidor? Pues motivarlo para no vivir por encima de sus medios. <br />
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<strong>2. Opciones cero como incentivo </strong><br />
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Existen evidencias claras de que &ldquo;presentar una opci&oacute;n negativa aumenta las probabilidades de que una oferta sea aceptada. Estas alternativas excluyen toda opci&oacute;n positiva y funcionan, en parte, creando en las personas una curiosa idea de propiedad &ndash;&lsquo;la tengo aunque no la ejerza&rsquo;&ndash; aun antes de efectuar compras con tarjeta&rdquo;. Esto proporciona, claro, cierto placer. Cuando se le ofrece a alguien una opci&oacute;n cero, el beneficiario la val&uacute;a m&aacute;s que a alternativas convencionales y no quiere perderla. <br />
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Los marketineros astutos suelen aprovechar estas pr&aacute;cticas. Telecom Italia, por ejemplo, increment&oacute; la aceptaci&oacute;n de ofertas hechas a abonados que llamaban para cancelar servicios. Al principio, la compa&ntilde;&iacute;a les informaba que tendr&iacute;an derecho a 100 llamadas gratis si manten&iacute;an el plan. Pero hab&iacute;a una trampa: luego el comunicado original pasaba a rezar &ldquo;hemos acreditado en su cuenta 100 llamadas &iquest;c&oacute;mo desea usarlas?&rdquo;. Muchos clientes ya no quer&iacute;an desistir de un tiempo gratuito que consideraban propio&rdquo;. <br />
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Esta modalidad funciona mejor cuando quienes deben decidir son muy indiferentes, no ven claro o les molesta considerar opciones. Estas conductas son en especial relevantes en un contexto cada d&iacute;a m&aacute;s atiborrado de ofertas, pues la opci&oacute;n cero elimina la necesidad de tomar decisiones. Pero, por eso mismo, esa oferta debe ser buena para la mayor&iacute;a del mercado potencial porque, si se busca enga&ntilde;ar gente, s&oacute;lo se generar&aacute; desconfianza. <br />
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<strong>3. No saturar con ofertas </strong><br />
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Cuando una opci&oacute;n cero no es factible, los marketineros deben evitar una saturaci&oacute;n de ofertas que acabe espantando clientes. En un cl&aacute;sico experimento de campo, se les ofreci&oacute; a un grupo de consumidores de productos de almac&eacute;n probar una selecci&oacute;n de 24 mermeladas y s&oacute;lo seis a otro. La variedad amplia atrajo m&aacute;s interesados, pero pocos compraron. Por el contrario, las ventas de la muestra menor resultaron cinco veces superiores.<br />
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En primer lugar, las muestras abundantes obligan que el p&uacute;blico se esfuerce m&aacute;s por ubicar su opci&oacute;n de preferencia y constituyen un obst&aacute;culo potencial a la compra. En segundo lugar, las selecciones numerosas aumentan el peligro de imbuir a cada una de un halo negativo. Vale decir, la idea de que cada elecci&oacute;n requiere desechar ventajas existentes en otras. Por ende, limitar la gama de opciones permite a las personas adoptar decisiones r&aacute;pidas y sentirse m&aacute;s satisfechas con ellas.</p>
<p><strong>4. Ubicar cuidadosamente la opci&oacute;n</strong><br />
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Los economistas convencionales, afirma Welch, &ldquo;dan por sentado que todo tiene un precio. A lo sumo, un individuo pagar&aacute; por algo m&aacute;s que otro, pero cada cual sabe qu&eacute; valor m&aacute;ximo est&aacute; dispuesto a pagar. Sin embargo, el marketing conductista puede influir para cambiar la ecuaci&oacute;n&rdquo;.<br />
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Surge en este punto otro ejemplo cl&aacute;sico, el joyero cuya &uacute;ltima partida de turquesas no se vend&iacute;a. Desplegarla en forma espectacular no funcion&oacute; y tampoco los esfuerzos de su gente en mostrador. Exasperado, dio al gerente de ventas instrucciones para rebajar 50% el precio de las piedras. Sali&oacute; de viaje y, al regresar, descubri&oacute; que el empleado hab&iacute;a entendido mal, hab&iacute;a doblado el precio y no quedaba una turquesa.<br />
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En este caso, los clientes seguramente no tuvieron en cuenta un &ldquo;precio m&aacute;ximo impl&iacute;cito&rdquo; y su conducta fue poco racional: dedujeron del precio la calidad de las piedras, no al rev&eacute;s. Esto cre&oacute; un contexto espec&iacute;ficamente orientado a pagar sumas desmedidas.<br />
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El poder de esta clase de posicionamiento explica por qu&eacute; los marketineros a veces se aprovechan y ofrecen opciones obviamente inferiores pero sobrepreciadas. Aun si no las venden, pueden fomentar colocaciones de productos mejores que el comerciante desea promover. El mismo efecto opera en restaurantes donde el vino preferido no es el m&aacute;s caro, sino el segundo en precio. Los consumidores que lo piden &ldquo;sienten&rdquo; que obtienen algo especial, aunque no tan costoso. <br />
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Sony descubri&oacute; lo mismo con los auriculares. La gente los compraba a determinado precio si hab&iacute;a opciones m&aacute;s caras, pero si la marca era la m&aacute;s costosa en el mercado. Otra forma de imponer opciones no se relaciona realmente con los productos que se ofrecen, sino con la manera de desplegarlos. <br />
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Investigaciones de McKinsey sugieren que, por ejemplo, quienes compran helados envasados se fijan primero en la marca, luego en los gustos y por fin en el precio. Organizar g&oacute;ndolas en supermercados seg&uacute;n las preferencias de los compradores los hace m&aacute;s felices y menos proclives a elegir por precio. A su vez, los minoristas pueden vender productos m&aacute;s caros y con mayores m&aacute;rgenes de ganancia. Esto explica, de paso, por qu&eacute; las g&oacute;ndolas raramente se ordenan por precios. Hay excepciones, por ejemplo los calefactores en Estados Unidos, donde el cliente busca primero el precio, despu&eacute;s las funciones y finalmente la marca.<br />
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Los profesionales del marketing saben desde hace mucho que las actitudes irracionales ayudan a definir las opciones de los compradores. Por tanto, la econom&iacute;a del conductismo torna predecible aquel factor, hasta cierto punto. Captar exactamente c&oacute;mo leves cambios en los detalles de una oferta influyen en las reacciones del p&uacute;blico resulta clave de rentabilidad a bajo costo.</p>

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