Crece el consumismo en China

Aunque el contexto sociopolítico de China es ajeno a las economías de mercado, en el país va surgiendo, lentamente, una clase urbana cuyas pautas de consumo incluyen no ya sólo radios portátiles, bicicletas o miniturismo.

12 diciembre, 2001

Poco a poco, despunta una demanda por aparatos domésticos, vivienda, automotores y, en particular, computación. Detalle casi increíble en una sociedad cuyo alfabeto básico se compone de cuatro mil logogramas complejos.

Como antes en Japón, Taiwán y Surcorea o, ahora, en India y parte del Islam, ciertas diferencias culturales parecen obrar a favor de un desarrollo tecnológico más acelerado que en Occidente. Además, ya existe una especie de burguesía con altos ingresos que compra muebles, ropa y electrónicos de marca (aunque China exporte productos con licencias extranjeras). También adquiere casas en los cinturones todavía campestres de ciudades donde viven diez, quince, veinte millones.

Algunos observadores políticos, dentro y fuera del gigante (9.500.000 km2, quizá 1.300 millones de habitantes), sostienen que ese estamento minimiza su identidad histórica y adopta valores materialistas, pero no democráticos. Exactamente lo que se advierte en varios países musulmanes. La propia dirigencia, que se supone comunista, ya no tacha como “enemigos del pueblo” a quienes ostentan prosperidad y pautas de consumo otrora inaceptables.

Por el contrario, autoridades y dirigencias chinas se muestran muy pragmáticas cuando se trata de armonizar crecimiento económico y paz social. Resultado: en las urbes de hoy casi todos quieren ser “clase media” (la palabra “burguesía” se reemplaza con eufemismos). Esta actitud, traducida en mayor gasto de la gente, ayuda a sostener una variedad de proyectos infraestructurales y sociales, financiados en buena parte por loterías y el impuesto al juego de fan t’an, inspirado en el modelo que los británicos aplicaron en Hongkong de 1899 a 1998. Los chinos, se sabe, son ludópatas natos…

Esto merece explicarse. Una especie de “prode” que se juega dos veces por semanas solventa el mantenimientos de equipos olímpicos y destinados a encuentros internacionales. El loto oficial, a su vez, aporta al sistema de bienestar social. En este caso, el “gancho” consiste en premios muy altos, entre los cuales el mayor equivale a poco más de US$ 600.000. Una verdadera fortuna en China, donde la familia tipo todavía subsiste con menos de mil dólares por año.

Manuales y modelos

La demanda de las nuevas clases urbanas promueve la edición masiva de manuales prácticos para construir, armar, ensamblar o reparar todo tipo de cosas. Por ejemplo, el equivalente chino de Mecánica popular tira más de un millón de ejemplares. Estos libros se venden como agua en quioscos, estaciones y otras bocas de expendio.

Por su parte, las librerías están repletas de textos y publicaciones para profesionales con aspiraciones ejecutivas. Ese público demanda continuamente libros sobre temas como curricula, entrevistas, interactuación laboral, etiqueta (factor mucho más relevante en Asia oriental que en otras regiones) y estado físico. Desde hace un tiempo, los editores de versiones en los tres dialectos chinos principales –operan desde Hongkong y Taipei- también ofrecen textos sobre management, marketing, negocios electrónicos y dispositivos de comunicación inalámbricos.

Al margen de matices, las clases emergentes tratan de adaptarse a modelos occidentales, en especial anglosajones, tamizados generalmente vía Hongkong y Taiwán. Por ejemplo, Class (Paul Fussell), es casi una biblia. El libro es, en realidad, una ácida visión de la pequeña burguesía británica, sus manierismos y gustos; pero las versiones en cantonés y mandarín pierden en ironía y, además, se lo usa para emular a los norteamericanos, no a los ingleses.

Como otras etnias asiáticas, los chinos aprenden o copian rápido. En el plano social, los más ricos pujan por casas, automóviles, TV satelital, teléfonos celulares, Internet, gimnasios, vacaciones afuera y escuelas privadas.

En lo abstracto, el discurso oficial en Beijing rechaza el consumismo. En la vida real, poco se hace para contenerlo y, mucho menos, desvirtuarlo. Sin embargo –como sucede en Vietnam-, autoridades y pensadores ven con inquietud la creciente brecha entre la gente pudiente y el resto. Temen, claro, que demasiada riqueza en pocas manos genere malestar social.

Casas, computadoras, etc.

Los más optimistas, en cambio, indican que la incipiente clase media urbana representa menos de 1,5% de la población total y, sostienen, es apenas la punta del témpano. Por ende, queda mucho margen para ir mejorando ingresos e induciendo nuevas pautas de gasto; mayormente entre los jóvenes. Eventualmente, una clase media en expansión acabará beneficiando al resto vía aumento de demanda, ventas y fuentes de trabajo.

En términos de mercado, un fenómeno así puede ser fuente de excelentes negocios y altas ganancias. Sobre todo adaptando productos y servicios a las necesidades y peculiaridades chinas. Sin ir más lejos, la demanda inmobiliaria –en su infancia- ofrece un amplio campo a intermediarios y asesores en ventas, financiamiento y seguros de bienes raíces.

Expertos japoneses ven enormes posibilidades informáticas, basándose en la experiencia de Taiwán. En tres lustros (1980-94), la isla generó una industria sumamente ágil e innovadora, apoyada en una antigua característica china: mini y micro emprendedores con iniciativa propia. De ese modo, algo que parecía una traba, los logogramas, promovió el desarrollo de teclados y técnicas adecuadas para su representación visual. ¿Por qué insistir en esos caracteres? Simple: porque un mismo logograma se “lee” igual en cinco lenguas chinas que no se entienden entre sí en la forma hablada. De paso, funciona en japonés, vietnamita, manchú y docenas de idiomas locales.

Poco a poco, despunta una demanda por aparatos domésticos, vivienda, automotores y, en particular, computación. Detalle casi increíble en una sociedad cuyo alfabeto básico se compone de cuatro mil logogramas complejos.

Como antes en Japón, Taiwán y Surcorea o, ahora, en India y parte del Islam, ciertas diferencias culturales parecen obrar a favor de un desarrollo tecnológico más acelerado que en Occidente. Además, ya existe una especie de burguesía con altos ingresos que compra muebles, ropa y electrónicos de marca (aunque China exporte productos con licencias extranjeras). También adquiere casas en los cinturones todavía campestres de ciudades donde viven diez, quince, veinte millones.

Algunos observadores políticos, dentro y fuera del gigante (9.500.000 km2, quizá 1.300 millones de habitantes), sostienen que ese estamento minimiza su identidad histórica y adopta valores materialistas, pero no democráticos. Exactamente lo que se advierte en varios países musulmanes. La propia dirigencia, que se supone comunista, ya no tacha como “enemigos del pueblo” a quienes ostentan prosperidad y pautas de consumo otrora inaceptables.

Por el contrario, autoridades y dirigencias chinas se muestran muy pragmáticas cuando se trata de armonizar crecimiento económico y paz social. Resultado: en las urbes de hoy casi todos quieren ser “clase media” (la palabra “burguesía” se reemplaza con eufemismos). Esta actitud, traducida en mayor gasto de la gente, ayuda a sostener una variedad de proyectos infraestructurales y sociales, financiados en buena parte por loterías y el impuesto al juego de fan t’an, inspirado en el modelo que los británicos aplicaron en Hongkong de 1899 a 1998. Los chinos, se sabe, son ludópatas natos…

Esto merece explicarse. Una especie de “prode” que se juega dos veces por semanas solventa el mantenimientos de equipos olímpicos y destinados a encuentros internacionales. El loto oficial, a su vez, aporta al sistema de bienestar social. En este caso, el “gancho” consiste en premios muy altos, entre los cuales el mayor equivale a poco más de US$ 600.000. Una verdadera fortuna en China, donde la familia tipo todavía subsiste con menos de mil dólares por año.

Manuales y modelos

La demanda de las nuevas clases urbanas promueve la edición masiva de manuales prácticos para construir, armar, ensamblar o reparar todo tipo de cosas. Por ejemplo, el equivalente chino de Mecánica popular tira más de un millón de ejemplares. Estos libros se venden como agua en quioscos, estaciones y otras bocas de expendio.

Por su parte, las librerías están repletas de textos y publicaciones para profesionales con aspiraciones ejecutivas. Ese público demanda continuamente libros sobre temas como curricula, entrevistas, interactuación laboral, etiqueta (factor mucho más relevante en Asia oriental que en otras regiones) y estado físico. Desde hace un tiempo, los editores de versiones en los tres dialectos chinos principales –operan desde Hongkong y Taipei- también ofrecen textos sobre management, marketing, negocios electrónicos y dispositivos de comunicación inalámbricos.

Al margen de matices, las clases emergentes tratan de adaptarse a modelos occidentales, en especial anglosajones, tamizados generalmente vía Hongkong y Taiwán. Por ejemplo, Class (Paul Fussell), es casi una biblia. El libro es, en realidad, una ácida visión de la pequeña burguesía británica, sus manierismos y gustos; pero las versiones en cantonés y mandarín pierden en ironía y, además, se lo usa para emular a los norteamericanos, no a los ingleses.

Como otras etnias asiáticas, los chinos aprenden o copian rápido. En el plano social, los más ricos pujan por casas, automóviles, TV satelital, teléfonos celulares, Internet, gimnasios, vacaciones afuera y escuelas privadas.

En lo abstracto, el discurso oficial en Beijing rechaza el consumismo. En la vida real, poco se hace para contenerlo y, mucho menos, desvirtuarlo. Sin embargo –como sucede en Vietnam-, autoridades y pensadores ven con inquietud la creciente brecha entre la gente pudiente y el resto. Temen, claro, que demasiada riqueza en pocas manos genere malestar social.

Casas, computadoras, etc.

Los más optimistas, en cambio, indican que la incipiente clase media urbana representa menos de 1,5% de la población total y, sostienen, es apenas la punta del témpano. Por ende, queda mucho margen para ir mejorando ingresos e induciendo nuevas pautas de gasto; mayormente entre los jóvenes. Eventualmente, una clase media en expansión acabará beneficiando al resto vía aumento de demanda, ventas y fuentes de trabajo.

En términos de mercado, un fenómeno así puede ser fuente de excelentes negocios y altas ganancias. Sobre todo adaptando productos y servicios a las necesidades y peculiaridades chinas. Sin ir más lejos, la demanda inmobiliaria –en su infancia- ofrece un amplio campo a intermediarios y asesores en ventas, financiamiento y seguros de bienes raíces.

Expertos japoneses ven enormes posibilidades informáticas, basándose en la experiencia de Taiwán. En tres lustros (1980-94), la isla generó una industria sumamente ágil e innovadora, apoyada en una antigua característica china: mini y micro emprendedores con iniciativa propia. De ese modo, algo que parecía una traba, los logogramas, promovió el desarrollo de teclados y técnicas adecuadas para su representación visual. ¿Por qué insistir en esos caracteres? Simple: porque un mismo logograma se “lee” igual en cinco lenguas chinas que no se entienden entre sí en la forma hablada. De paso, funciona en japonés, vietnamita, manchú y docenas de idiomas locales.

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