Un libro revela los trucos para hacernos comer o beber más

Titulado The Taste Signature, el trabajo es producto de 20 años de investigaciones y está destinado a los fabricantes de alimentos que desean vender cada vez más. Pero en el clima anti-obesidad que vivimos puede convertirse en una denuncia.

17 octubre, 2003

Para tener cada día mayores ventas, dice el autor y asesor de marketing
Thornton D. Mustard, los fabricantes deben entender cómo funciona el sentido
del gusto en los seres humanos. Hay determinadas sensaciones en la boca que nos
generan (o anulan) el deseo de seguir consumiendo.

Quien no comprenda esto tiene mal futuro en la industria de la alimentación.
Lejos de ser una denuncia, The Taste Signature es un manual destinado
a todos aquellos que quieren vender más alimentos y bebidas y mantener
sus marcas en el mercado. Su cometido es explicar “las respuestas emocionales
de los consumidores a los diferentes gustos y sabores de las marcas más
importantes del mundo”. Es, además, el resultado de 20 años
de investigación que abarcó más de 22.000 personas y 2.214
productos en Europa, América del norte y Asia. Mustard no cuenta la cantidad
de productos que analizó, pero menciona algunos: papitas fritas Pringles,
barritas Snickers, Coca Diet limón, café Maxwell House, cerveza
Budweiser.

Las empresas de productos alimentarios procuran siempre mejorar el sabor de
sus productos. Porque si a los consumidores les agrada ese sabor, ellas obtienen
ganancias, pagan a su personal y crecen. Los consumidores, por su parte, también
desean productos con mejor sabor. Pero en un momento en que la obesidad es casi
una epidemia mundial en el que fabricantes de alimentos y bebidas operan en
un clima de sospecha sin precedentes, revelar los trucos utilizados por la industria
para incentivar el “deseo de más”, puede resultar un flaco
favor a las marcas, aunque el autor no se lo proponga.

En esencia, el libro dice a los fabricantes de alimentos que pueden mejorar
su desempeño comercial si profundizan su comprensión de la mecánica
del gusto. La segunda parte, por ejemplo, se titula “Manipulando el sabor
para lograr ventaja de marketing”. Allí analiza la forma en que
apariencia, aroma y gusto envían sutiles señales que deben ser
comprendidas por el fabricante. Lo más importante parece ser comprender
que hay sabores que provocan el “quiero más”. Después
que se ha tragado un bocado hay “ciertas características que hacen
que la gente quiera comer o beber más”, dice Mustard. Entonces,
como primera medida, el producto debe dejar un regusto en la boca. “Otro
truco es secar la boca. Cuando la boca está algo seca, especialmente
por el ácido, provoca salivación. Esto gatilla la respuesta de
comer, y si lo que se acaba de comer gustó, pues la respuesta será
volver a comer más de lo mismo que gustó.

La limonada, por ejemplo, no sabe a limones porque el exceso de acidez suele
ser enemigo del “quiero más”. El pomelo no da nunca jamás
la sensación de “quiero más”.

Las papitas fritas y toda su familia funcionan concentrando su impacto en la
parte frontal de la boca, con mucho ruido para distraer la mente de otras preocupaciones.
Su objetivo es dejarse comer hasta el día del juicio final.

Interrogado sobre si los fabricantes de alimentos no se van a sentir limitados
al haber hecho pública la forma en que instintivamente o no han venido
manipulando el gusto desde hace muchos años, Mustard contesta que las
respuestas a los gustos son más aprendidas que instintivas y que, en
algunos casos, los consumidores pueden resistirse a cualquier manipulación
de los fabricantes.

Para tener cada día mayores ventas, dice el autor y asesor de marketing
Thornton D. Mustard, los fabricantes deben entender cómo funciona el sentido
del gusto en los seres humanos. Hay determinadas sensaciones en la boca que nos
generan (o anulan) el deseo de seguir consumiendo.

Quien no comprenda esto tiene mal futuro en la industria de la alimentación.
Lejos de ser una denuncia, The Taste Signature es un manual destinado
a todos aquellos que quieren vender más alimentos y bebidas y mantener
sus marcas en el mercado. Su cometido es explicar “las respuestas emocionales
de los consumidores a los diferentes gustos y sabores de las marcas más
importantes del mundo”. Es, además, el resultado de 20 años
de investigación que abarcó más de 22.000 personas y 2.214
productos en Europa, América del norte y Asia. Mustard no cuenta la cantidad
de productos que analizó, pero menciona algunos: papitas fritas Pringles,
barritas Snickers, Coca Diet limón, café Maxwell House, cerveza
Budweiser.

Las empresas de productos alimentarios procuran siempre mejorar el sabor de
sus productos. Porque si a los consumidores les agrada ese sabor, ellas obtienen
ganancias, pagan a su personal y crecen. Los consumidores, por su parte, también
desean productos con mejor sabor. Pero en un momento en que la obesidad es casi
una epidemia mundial en el que fabricantes de alimentos y bebidas operan en
un clima de sospecha sin precedentes, revelar los trucos utilizados por la industria
para incentivar el “deseo de más”, puede resultar un flaco
favor a las marcas, aunque el autor no se lo proponga.

En esencia, el libro dice a los fabricantes de alimentos que pueden mejorar
su desempeño comercial si profundizan su comprensión de la mecánica
del gusto. La segunda parte, por ejemplo, se titula “Manipulando el sabor
para lograr ventaja de marketing”. Allí analiza la forma en que
apariencia, aroma y gusto envían sutiles señales que deben ser
comprendidas por el fabricante. Lo más importante parece ser comprender
que hay sabores que provocan el “quiero más”. Después
que se ha tragado un bocado hay “ciertas características que hacen
que la gente quiera comer o beber más”, dice Mustard. Entonces,
como primera medida, el producto debe dejar un regusto en la boca. “Otro
truco es secar la boca. Cuando la boca está algo seca, especialmente
por el ácido, provoca salivación. Esto gatilla la respuesta de
comer, y si lo que se acaba de comer gustó, pues la respuesta será
volver a comer más de lo mismo que gustó.

La limonada, por ejemplo, no sabe a limones porque el exceso de acidez suele
ser enemigo del “quiero más”. El pomelo no da nunca jamás
la sensación de “quiero más”.

Las papitas fritas y toda su familia funcionan concentrando su impacto en la
parte frontal de la boca, con mucho ruido para distraer la mente de otras preocupaciones.
Su objetivo es dejarse comer hasta el día del juicio final.

Interrogado sobre si los fabricantes de alimentos no se van a sentir limitados
al haber hecho pública la forma en que instintivamente o no han venido
manipulando el gusto desde hace muchos años, Mustard contesta que las
respuestas a los gustos son más aprendidas que instintivas y que, en
algunos casos, los consumidores pueden resistirse a cualquier manipulación
de los fabricantes.

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