¿Un crucero como hogar de ancianos?

Una médica estadounidense propone, en un estudio a publicarse este mes, usar el barco de crucero como geriátrico. La gente mayor podría conformar sólo 15% del pasaje de esos lujosos hoteles flotantes, pero serían pasajeros permanentes.

5 noviembre, 2004

En realidad se trata de una alternativa que hasta puede resultar más barata.
Un año en una “instalación de vivienda asistida” les cuesta
a los estadounidenses un promedio de US$ 28.500 al año; en grandes ciudades,
como Chicago, eso mismo puede superar los US$ 40.000. En cambio, vivir un año
en un camarote a bordo del Majesty of the Seas sale US$ 33.260.

Las ventajas saltan a la vista. En lugar de vegetar en la exasperante tranquilidad
de un hogar de ancianos, soportando comidas insulsas y largas tardes de naipes
y televisión, la vida en un crucero de lujo ofrece muchos de los servicios
del geriátrico: comida, limpieza y cuidado de la habitación, lavandería
y planchado de ropa, servicios de peluquería y hasta compañía
para las comidas. Los inodoros tienen agarraderas y también las duchas.
Pero además de todo eso los barcos ofrecen muchos otros servicios que los
servicios de tierra: el aire más puro que se pueda imaginar, la incomparable
y cambiante vista que ofrece el mar, paseos de una playa a otra playa, entretenimientos
nocturnos y acceso a cuidados médicos las 24 horas del día.

“Los barcos de crucero podrían considerarse como una “vivienda
asistida flotante,” dice Lee Lindquist, geriatra de la escuela de medicina
de la universidad del Noroeste, de Chicago. Ella hizo un crucero el año
pasado y se sorprendió al descubrir el potencial no aprovechado de vivir
en el mar. Ahora acaba de proponer un nuevo modelo para la oferta de vivienda
a la gente de edad. Su trabajo, titulado “cruise-ship care” (atención
en crucero), aparecerá en la edición de noviembre del Journal
of the American Geriatrics Society
.

Además de la competitividad del precio, Lindquist cree que los cruceros
brindan mejor servicio a la gente mayor. Difícil competir con ellos en
la relación personal-cliente: un empleado cada dos o tres pasajeros, comparado
con uno por cada 10 a 40 residentes en un hogar promedio. Y aunque las habitaciones
son más pequeñas, el tamaño de los salones y la amplitud
de las cubiertas más que compensan esa diferencia. También está
el incentivo de vivir en movimiento, algo que puede sumar años a la vida
de un anciano.

En los cruceros, dice la doctora, es rutina que el personal recuerde los tragos
que prefieren los pasajeros y los tengan listos cuando llegan a su mesa; los remedios
podrían suministrarse en forma similar. “Quién sabe, sugiere
Lindquist, “tal vez hagan falta menos remedios: casi la cuarta parte de los
ancianos sufre depresión. El efecto combinado del sol y la socialización
puede ayudar a combatir ese mal.”

Tal como lo concibe Lindquist, no más de 15% de un barco podría
destinarse a vivienda de ancianos para que así puedan mezclarse con la
clientela regular, más joven. Como premio adicional, los nietos podría
mostrar más entusiasmo en visitar a sus abuelos si la visita implica un
paseo por el Caribe en lugar de un viaje hacia el geriátrico.

En realidad se trata de una alternativa que hasta puede resultar más barata.
Un año en una “instalación de vivienda asistida” les cuesta
a los estadounidenses un promedio de US$ 28.500 al año; en grandes ciudades,
como Chicago, eso mismo puede superar los US$ 40.000. En cambio, vivir un año
en un camarote a bordo del Majesty of the Seas sale US$ 33.260.

Las ventajas saltan a la vista. En lugar de vegetar en la exasperante tranquilidad
de un hogar de ancianos, soportando comidas insulsas y largas tardes de naipes
y televisión, la vida en un crucero de lujo ofrece muchos de los servicios
del geriátrico: comida, limpieza y cuidado de la habitación, lavandería
y planchado de ropa, servicios de peluquería y hasta compañía
para las comidas. Los inodoros tienen agarraderas y también las duchas.
Pero además de todo eso los barcos ofrecen muchos otros servicios que los
servicios de tierra: el aire más puro que se pueda imaginar, la incomparable
y cambiante vista que ofrece el mar, paseos de una playa a otra playa, entretenimientos
nocturnos y acceso a cuidados médicos las 24 horas del día.

“Los barcos de crucero podrían considerarse como una “vivienda
asistida flotante,” dice Lee Lindquist, geriatra de la escuela de medicina
de la universidad del Noroeste, de Chicago. Ella hizo un crucero el año
pasado y se sorprendió al descubrir el potencial no aprovechado de vivir
en el mar. Ahora acaba de proponer un nuevo modelo para la oferta de vivienda
a la gente de edad. Su trabajo, titulado “cruise-ship care” (atención
en crucero), aparecerá en la edición de noviembre del Journal
of the American Geriatrics Society
.

Además de la competitividad del precio, Lindquist cree que los cruceros
brindan mejor servicio a la gente mayor. Difícil competir con ellos en
la relación personal-cliente: un empleado cada dos o tres pasajeros, comparado
con uno por cada 10 a 40 residentes en un hogar promedio. Y aunque las habitaciones
son más pequeñas, el tamaño de los salones y la amplitud
de las cubiertas más que compensan esa diferencia. También está
el incentivo de vivir en movimiento, algo que puede sumar años a la vida
de un anciano.

En los cruceros, dice la doctora, es rutina que el personal recuerde los tragos
que prefieren los pasajeros y los tengan listos cuando llegan a su mesa; los remedios
podrían suministrarse en forma similar. “Quién sabe, sugiere
Lindquist, “tal vez hagan falta menos remedios: casi la cuarta parte de los
ancianos sufre depresión. El efecto combinado del sol y la socialización
puede ayudar a combatir ese mal.”

Tal como lo concibe Lindquist, no más de 15% de un barco podría
destinarse a vivienda de ancianos para que así puedan mezclarse con la
clientela regular, más joven. Como premio adicional, los nietos podría
mostrar más entusiasmo en visitar a sus abuelos si la visita implica un
paseo por el Caribe en lugar de un viaje hacia el geriátrico.

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