Saudiarabia: ¿tiene o no un gran futuro petrolero?

Desde Dhahrán, Saudi Aramco –compañía estatal- controla 12% de la producción diaria de hidrocarburos. Allí estuvo un grupo de técnicos norteamerianos, junto con Samuel Bodman, secretario de Energía y combustibles.

12 diciembre, 2005

El enviado de George W. Bush buscaba datos directos sobre planes de expansión petrolera, en momentos cuando –sostienen varios analistas independientes- el papel del reino en la plaza mundial va desplazándose de foco. A medida que la firme demanda de crudo deteriora su capacidad extractiva, el feudo de la famila as-Sa’ud va desechando su función tradicional, la de salir al rescate usando sus excedentes para frenar mercados en alza.

Más bien, ahora tiende a producir “justo a tiempo”. O sea, disponer de crudos para embarcar sólo cuando surge demanda y no acumular existencias por si acaso. Pero recientes versiones sobre yacimientos no tan productivos hacen que Riyadh trate de probar lo contrario. Así, meses atrás Aramco (sigla de algo que ya no existe: Arab-American Company) presentó un programa de US$ 50.000 millones para aumentar producción, refinación y plataformas de exploración, reemplazar áreas declinantes y elevar 14% la capacidad, a 12.500.000 barriles diarios hacia 2009.

Si cristaliza, será la mayor expansión de Aramco en veinticinco años. Pero, aun para una empresa con reservas por 260.000 millones de barriles (un cuarto del total mundial), es un desafío peliagudo. Será como agregar, en menos de cinco años, otra Venezuela u otra Noruega.

Por eso Bodman quería asegurarse, personalmente, de que Saudiarabia cumplirá con ese compromiso. De regreso s Washington, el experto se manifestó confiado en las intenciones del reino. Este tipo de respaldo externo es importante para Riyadh, ante una creciente minoría de escépticos, a cuyo criterio los saudíes no podrán expandir producción antes de 2010.

Aun tomando en cuenta el nuevo programa de inversiones, los “no creyentes” abrigan dudas al respecto. Señalan, verbigracia, que el país no alcanzará esas metas en los plazos marcados, simplemente por falta de reservas suficientes.

Pero ese tipo de resquemores no es nuevo. Similares dudas solían plantearse cuando todavía el petróleo era controlado por cuatro compañías norteamericanas, con Exxon a la cabeza. Tal era la situación hace casi 35 años, poco antes de la primera crisis global. Todavía en diciembre de 1977, el “New York Times” ponía en tapa un título espectacular: “Expertos estadounidenses temen que problemas en yacimientos saudíes limiten la producción”.

En años recientes, los escépticos –liderados por Matthew Simmons, un banquero de Houston- han acusado a Aramco de “exagerar el monto de reservas y minimizar problemas de producción”. Si bien esta opinión es minoritaria, es cierto que Aramco es renuente a dar datos. No obstante, “el tema de las reservas pone en segundo plano algo más relevante: el papel saudí ha cambiado”, afirma Luis Giusti, ex presidente de Petróleos de Venezuela (Petrovén). El reino “se siente satisfecho con las tendencias del mercado”.

El enviado de George W. Bush buscaba datos directos sobre planes de expansión petrolera, en momentos cuando –sostienen varios analistas independientes- el papel del reino en la plaza mundial va desplazándose de foco. A medida que la firme demanda de crudo deteriora su capacidad extractiva, el feudo de la famila as-Sa’ud va desechando su función tradicional, la de salir al rescate usando sus excedentes para frenar mercados en alza.

Más bien, ahora tiende a producir “justo a tiempo”. O sea, disponer de crudos para embarcar sólo cuando surge demanda y no acumular existencias por si acaso. Pero recientes versiones sobre yacimientos no tan productivos hacen que Riyadh trate de probar lo contrario. Así, meses atrás Aramco (sigla de algo que ya no existe: Arab-American Company) presentó un programa de US$ 50.000 millones para aumentar producción, refinación y plataformas de exploración, reemplazar áreas declinantes y elevar 14% la capacidad, a 12.500.000 barriles diarios hacia 2009.

Si cristaliza, será la mayor expansión de Aramco en veinticinco años. Pero, aun para una empresa con reservas por 260.000 millones de barriles (un cuarto del total mundial), es un desafío peliagudo. Será como agregar, en menos de cinco años, otra Venezuela u otra Noruega.

Por eso Bodman quería asegurarse, personalmente, de que Saudiarabia cumplirá con ese compromiso. De regreso s Washington, el experto se manifestó confiado en las intenciones del reino. Este tipo de respaldo externo es importante para Riyadh, ante una creciente minoría de escépticos, a cuyo criterio los saudíes no podrán expandir producción antes de 2010.

Aun tomando en cuenta el nuevo programa de inversiones, los “no creyentes” abrigan dudas al respecto. Señalan, verbigracia, que el país no alcanzará esas metas en los plazos marcados, simplemente por falta de reservas suficientes.

Pero ese tipo de resquemores no es nuevo. Similares dudas solían plantearse cuando todavía el petróleo era controlado por cuatro compañías norteamericanas, con Exxon a la cabeza. Tal era la situación hace casi 35 años, poco antes de la primera crisis global. Todavía en diciembre de 1977, el “New York Times” ponía en tapa un título espectacular: “Expertos estadounidenses temen que problemas en yacimientos saudíes limiten la producción”.

En años recientes, los escépticos –liderados por Matthew Simmons, un banquero de Houston- han acusado a Aramco de “exagerar el monto de reservas y minimizar problemas de producción”. Si bien esta opinión es minoritaria, es cierto que Aramco es renuente a dar datos. No obstante, “el tema de las reservas pone en segundo plano algo más relevante: el papel saudí ha cambiado”, afirma Luis Giusti, ex presidente de Petróleos de Venezuela (Petrovén). El reino “se siente satisfecho con las tendencias del mercado”.

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