¿Adónde fue a parar la diversificación de mercados?

Era una de las tantas recetas mágicas de loa gurúes, aunque tenía cierta lógica: no poner todos los huevos en la misma canasta. Pero eso deja de funcionar cuando, como sucede este mes, todos lo cestos están agujereados.

22 agosto, 2007

Desde fines de julio, activos y colocaciones van cayendo uno por uno. Títulos privados con mal respaldo, acciones, deuda de países en desarrollo (algunos los llaman ”emergentes”, aunque se sumerjan), derivados apoyados en malas hipotecas y bonos para financiar compras apalancadas han sido víctimas de corridas y ventas apresuradas.

Como contrapartida, las letras de Tesorería norteamericana –en particular cortas- alcanzan precios récords en veinte años. Por el contrario, se tambalean US$ 2,5 billones en obligaciones de deuda colateralizadas (ODC). Inclusive productos primarios como hidrocarburos, metales preciosos o alimentos han sido arrastrados por la corriente.

Por ende, inversores, operadores, intermediarios y especuladores que distribuyeron dinero en una variedad de activos descubren que no estaban tan a recaudo como lo suponían. Esto es traumático para quienes se habían acostumbrado a ganar siempre y a olvidar riesgos sistémicos, como ha señalado Joseph Stiglitz.

Cada día es más difícil ubicar activos sin estrecha relación con otros. En breves intervalos de tiempo, todos acaban moviéndose en manada e igual dirección. Esta fase especialmente volátil empezó el lunes 6, cuando los bonos privados de alto riesgo –inclusive los ligados a malas hipotecas y compras apalancadas- presionaron contra las bolsas alrededor del mundo.

¿Qué estaba pasando? Simple: durante años, los mercados accionarios y financieros (no son lo mismo) fueron impulsados por la idea de que diversificar carteras basta para asumir crecientes riesgos o prolongar burbujas especulativas. Muchas firmas de valores salieron a estructurar instrumentos de inversión que agrupaban activos en teoría no correlacionados. Mientras, fondos de cobertura –derivativos- y de capital extrabursátil aprovecharon esos mecanismos para jugar con plata ajena.

Lo mismo hacían los bancos grandes que acaban de costarles a los emisores alrededor de US$ 500.000 millones en rescates de emergencia vía “call”. Pero aquellos instrumentos surtieron un efecto tan previsible como ignorado: la correlación entre canales se consolidó en vez de esfumarse y los mercado se tornaron lábiles, inestables. Al cabo, la alquimia creada para superar el colapso de la burbuja puntocom (2000/1) acabó dándose vuelta a partir de la crisis hipotecaria iniciada en octubre pasado.

Desde fines de julio, activos y colocaciones van cayendo uno por uno. Títulos privados con mal respaldo, acciones, deuda de países en desarrollo (algunos los llaman ”emergentes”, aunque se sumerjan), derivados apoyados en malas hipotecas y bonos para financiar compras apalancadas han sido víctimas de corridas y ventas apresuradas.

Como contrapartida, las letras de Tesorería norteamericana –en particular cortas- alcanzan precios récords en veinte años. Por el contrario, se tambalean US$ 2,5 billones en obligaciones de deuda colateralizadas (ODC). Inclusive productos primarios como hidrocarburos, metales preciosos o alimentos han sido arrastrados por la corriente.

Por ende, inversores, operadores, intermediarios y especuladores que distribuyeron dinero en una variedad de activos descubren que no estaban tan a recaudo como lo suponían. Esto es traumático para quienes se habían acostumbrado a ganar siempre y a olvidar riesgos sistémicos, como ha señalado Joseph Stiglitz.

Cada día es más difícil ubicar activos sin estrecha relación con otros. En breves intervalos de tiempo, todos acaban moviéndose en manada e igual dirección. Esta fase especialmente volátil empezó el lunes 6, cuando los bonos privados de alto riesgo –inclusive los ligados a malas hipotecas y compras apalancadas- presionaron contra las bolsas alrededor del mundo.

¿Qué estaba pasando? Simple: durante años, los mercados accionarios y financieros (no son lo mismo) fueron impulsados por la idea de que diversificar carteras basta para asumir crecientes riesgos o prolongar burbujas especulativas. Muchas firmas de valores salieron a estructurar instrumentos de inversión que agrupaban activos en teoría no correlacionados. Mientras, fondos de cobertura –derivativos- y de capital extrabursátil aprovecharon esos mecanismos para jugar con plata ajena.

Lo mismo hacían los bancos grandes que acaban de costarles a los emisores alrededor de US$ 500.000 millones en rescates de emergencia vía “call”. Pero aquellos instrumentos surtieron un efecto tan previsible como ignorado: la correlación entre canales se consolidó en vez de esfumarse y los mercado se tornaron lábiles, inestables. Al cabo, la alquimia creada para superar el colapso de la burbuja puntocom (2000/1) acabó dándose vuelta a partir de la crisis hipotecaria iniciada en octubre pasado.

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