EE.UU.: Diputados quieren abrir la importación de medicamentos

Un proyecto, tendiente a facilitar importaciones de medicamentos más baratos desde Canadá y la Unión Europea, gana apoyo entre los republicanos. E irrita perceptiblemente a los laboratorios y a su influyente “lobby” parlamentario.

23 julio, 2003

Esta misma semana va a debate en Diputados un proyecto que legalizaría,
sin cortapisas, la importación de especialidades medicinales que ya existen
en Estados Unidos. En teoría, los líderes oficialistas de ambas
cámaras no apoyan la iniciativa, pero han llegado a un acuerdo con los
auspiciantes, también republicanos: Jo Ann Emerson (Misuri) y Gil Gutknecht
(Minnesota). A cambio de su prescindencia, Emerson apoyará una iniciativa
-prioritaria para la Casa Blanca- que amplía la cobertura del sistema federal
de asistencia médica (Medicare) en materia de fármacos recetados.
El pacto compromete a los líderes a no trabar el proyecto (mal llamado
“reimportador”, pues no trata de productos exportados y reingresados).
Por otra parte, en forma inesperada un grupo de republicanos anuncia que lo votará.
Incluye a varios que solían recibir sólido apoyo financiero de la
industria y -hasta hace poco- coincidían con ésta en que las especialidades
importadas comportarían riesgos para los usuarios. En cuanto al alto precio
local, los laboratorios arguyen que sirve para financiar investigación
y desarrollo.

Pero el clima parlamentario está cambiando y, hoy, muchos legisladores
señalan que el público ya está “importando” fármacos
por compra directa (correo, Internet) y ha habido muy pocos problemas. Además,
la gente no quiere seguir pagando más que en otros países industriales,
cuyos gobiernos controlan precios. Por otra parte, el gobierno federal planea
gastar miles de millones en ampliar la cobertura farmacológica -vía
Medicare- de jubilados y pensionados. Obviamente, todo cuando reduzca costos
será bienvenido

“El usuario norteamericano carga con costos de I&D, pero también
con exagerados márgenes de ganancia. Las farmoquímicas deben hacer
algo al respecto”, sostiene Dave Weldon (republicano, Florida). El tema
de la importación no es nuevo, pues medidas similares fueron aprobadas
en 2000 y hace un mes. Pero ambas incluían algo que Emerson define como
“píldora envenenada”: la Food & Drug Administration debía
certificar que los productos importados “no acarreasen riesgos a la salud
pública en lo atinente a envases y almacenamiento”. Dada la influencia
del cabildeo farmoquímico en la FDA, ésta trababa los mecanismos
comerciales. En cuanto al nuevo proyecto, exigirá a la FDA “dar
a usuarios, farmacéuticos y droguerías acceso a los vademécum
oficiales de otros países avanzados en la materia”.

“Vamos a pelear con uñas y dientes”, advirtió ayer
Jeffrey Trewhitt, vocero de Pharmaceutical Research & Manufacturing of America,
el “lobby” industrial. Quizá sea tarde porque, en una movida
políticamente desatinada, ha unido fuerzas con grupos antiabortistas
cuestionables. Éstos sostienen que la importación aumentará
la venta de la píldora RU-486 y su cabeza visible es Louis Sheldon, un
pastor electrónico de ultraderecha antifeminista. Aun republicanos antiabortistas
como Christopher Smith (Nueva Jersey) o Daniel Burton (Indiana) desconfían
del predicador y apoyan el proyecto Emerson-Gutknecht.

El poder de los laboratorios no es desdeñable. Durante la campaña
electoral de 2002, figuraban entre los contribuyentes mayores a los candidatos
republicanos: de US$ 27 millones aportados, 75% fue al oficialismo. Justamente
este éxito de marketing político, sumado a la alianza con la ultraderecha
religiosa (tanto cristiana como judía), le juega ahora en contra al sector.
También los números: la importación podría rebajar
hasta 35% los precios y eliminar gastos médicos federales por US$ 635
millones cada año. De paso, se vendría abajo el cuidadoso sistema
internacional de precios y sobreprecios armado por las empresas.

En 2002, el precio promedio de fármacos en EE.UU. era 67% superior al
de Canadá y casi 100% superior a los de Francia e Italia. Al respecto,
importa acotar que, en Argentina, los niveles se aproximan mucho a los de EE.UU.
y, en ciertas categorías, triplican los de Brasil. EE.UU. gasta 1,6%
de su producto bruto interno -lo cual presupone US$ 155.000 millones anuales-
en drogas, contra 0,95 en Alemania y 0,9% en Canadá. No sorprende que
más de 50% de las ganancias mundiales de la industria provengan del usuario
norteamericano. Finalmente, aun en lo personal hay mal clima legislativo respecto
del negocio. Así, Emerson reveló que su suegra debe gastar hasta
US$ 1.200 mensuales en medicinas, mientras la esposa de Burton paga por Tamoxifen
-una droga oncológica- US$ 360 mensuales, precio que en Alemania no pasa
de sesenta.

Esta misma semana va a debate en Diputados un proyecto que legalizaría,
sin cortapisas, la importación de especialidades medicinales que ya existen
en Estados Unidos. En teoría, los líderes oficialistas de ambas
cámaras no apoyan la iniciativa, pero han llegado a un acuerdo con los
auspiciantes, también republicanos: Jo Ann Emerson (Misuri) y Gil Gutknecht
(Minnesota). A cambio de su prescindencia, Emerson apoyará una iniciativa
-prioritaria para la Casa Blanca- que amplía la cobertura del sistema federal
de asistencia médica (Medicare) en materia de fármacos recetados.
El pacto compromete a los líderes a no trabar el proyecto (mal llamado
“reimportador”, pues no trata de productos exportados y reingresados).
Por otra parte, en forma inesperada un grupo de republicanos anuncia que lo votará.
Incluye a varios que solían recibir sólido apoyo financiero de la
industria y -hasta hace poco- coincidían con ésta en que las especialidades
importadas comportarían riesgos para los usuarios. En cuanto al alto precio
local, los laboratorios arguyen que sirve para financiar investigación
y desarrollo.

Pero el clima parlamentario está cambiando y, hoy, muchos legisladores
señalan que el público ya está “importando” fármacos
por compra directa (correo, Internet) y ha habido muy pocos problemas. Además,
la gente no quiere seguir pagando más que en otros países industriales,
cuyos gobiernos controlan precios. Por otra parte, el gobierno federal planea
gastar miles de millones en ampliar la cobertura farmacológica -vía
Medicare- de jubilados y pensionados. Obviamente, todo cuando reduzca costos
será bienvenido

“El usuario norteamericano carga con costos de I&D, pero también
con exagerados márgenes de ganancia. Las farmoquímicas deben hacer
algo al respecto”, sostiene Dave Weldon (republicano, Florida). El tema
de la importación no es nuevo, pues medidas similares fueron aprobadas
en 2000 y hace un mes. Pero ambas incluían algo que Emerson define como
“píldora envenenada”: la Food & Drug Administration debía
certificar que los productos importados “no acarreasen riesgos a la salud
pública en lo atinente a envases y almacenamiento”. Dada la influencia
del cabildeo farmoquímico en la FDA, ésta trababa los mecanismos
comerciales. En cuanto al nuevo proyecto, exigirá a la FDA “dar
a usuarios, farmacéuticos y droguerías acceso a los vademécum
oficiales de otros países avanzados en la materia”.

“Vamos a pelear con uñas y dientes”, advirtió ayer
Jeffrey Trewhitt, vocero de Pharmaceutical Research & Manufacturing of America,
el “lobby” industrial. Quizá sea tarde porque, en una movida
políticamente desatinada, ha unido fuerzas con grupos antiabortistas
cuestionables. Éstos sostienen que la importación aumentará
la venta de la píldora RU-486 y su cabeza visible es Louis Sheldon, un
pastor electrónico de ultraderecha antifeminista. Aun republicanos antiabortistas
como Christopher Smith (Nueva Jersey) o Daniel Burton (Indiana) desconfían
del predicador y apoyan el proyecto Emerson-Gutknecht.

El poder de los laboratorios no es desdeñable. Durante la campaña
electoral de 2002, figuraban entre los contribuyentes mayores a los candidatos
republicanos: de US$ 27 millones aportados, 75% fue al oficialismo. Justamente
este éxito de marketing político, sumado a la alianza con la ultraderecha
religiosa (tanto cristiana como judía), le juega ahora en contra al sector.
También los números: la importación podría rebajar
hasta 35% los precios y eliminar gastos médicos federales por US$ 635
millones cada año. De paso, se vendría abajo el cuidadoso sistema
internacional de precios y sobreprecios armado por las empresas.

En 2002, el precio promedio de fármacos en EE.UU. era 67% superior al
de Canadá y casi 100% superior a los de Francia e Italia. Al respecto,
importa acotar que, en Argentina, los niveles se aproximan mucho a los de EE.UU.
y, en ciertas categorías, triplican los de Brasil. EE.UU. gasta 1,6%
de su producto bruto interno -lo cual presupone US$ 155.000 millones anuales-
en drogas, contra 0,95 en Alemania y 0,9% en Canadá. No sorprende que
más de 50% de las ganancias mundiales de la industria provengan del usuario
norteamericano. Finalmente, aun en lo personal hay mal clima legislativo respecto
del negocio. Así, Emerson reveló que su suegra debe gastar hasta
US$ 1.200 mensuales en medicinas, mientras la esposa de Burton paga por Tamoxifen
-una droga oncológica- US$ 360 mensuales, precio que en Alemania no pasa
de sesenta.

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