Boeing: turbulencias, escándalos, despidos y renuncias

La dimisión de Philip Condit como CEO sorprendió por temprana, no por imprevista. Ahora, escándalos y despidos sinceran una sorda guerra entre equipos de Boeing y McDonnell Douglas, que ha llevado a estos extremos.

2 diciembre, 2003

Por el momento, la conducción queda en manos de Henry Stonecipher, hace poco jubilado como vicepresidente y –señal peligrosa para la gente de la Boeing original- ex CEO de Douglas. En un gambito poco explicable, un tercio de las facultades que tenía Condit pasa a Lewis Platt (ex presidente de Hewlett-Packard).

Platt ha sido nombrado “presidente no ejecutivo del directorio”; casi, un cero a la izquierda. En cuarenta años de actuación, Stonecipher (“piedra jeroglífica” en inglés) se ha creado fama de dureza, pocas pulgas y escaso interés por la innovación. De ahí que sus primeras declaraciones –“mi prioridad es recobrar al enorme cliente llamado gobierno federal”- se interpreten como signo de que la aviación comercial no lo desvela.

Justamente, en ese campo la falta de actualización ha hecho que Boeing cediese la delantera a la europea Airbus. Hoy, la escasa transparencia ejecutiva y la proclividad a manejos poco éticos como proveedor militar sugieren que la “cultura codiciosa” de Douglas –tras acabar con esa firma- es hegemónica en su controlante.

Washington tiene motivos para preocuparse, pues Boeing es el mayor exportador norteamericano, emplea 158.000 personas y opera de 38 estados de la Unión. Los ataques terroristas en septiembre de 2001 redujeron drásticamente la demanda de aeronaves comerciales y la compañía pasó a depender más del sector defensa.

En ese punto, el equipo remanente de McDonnell Douglas empezó a tomar las riendas. Su estilo de gestión fue deteriorando los componentes de innovación tecnológica que le permitían al grupo compatibilizar las divisiones militar y aeroespacial.

Así, a mediados de año Boeing sorprendió con un cargo por US$ 1.100 millones en el balance. Eso señalaba el virtual colapso en materia de lanzamiento de satélites comerciales. Poco después, la Fuerza Aérea le sacó un contrato por 1.000 millones (lanzamientos militares), luego de que firma confesase haberse apoderado de documentos reservados pertenecientes a su rival, Lockheed.

Esta serie de desastres culminó a fines de noviembre, cuando despidieron a Michael Sears como director financiero, por “conductas antiéticas”. Era el sucesor elegido por Condit y su caída precipitó la de su mentor.

¿Qué había hecho Sears? Ofrecer un alto cargo en Boeing a Darleen Dryun, recién salida del Pentágono. Pero los primeros contactos con ella fueron secretos, mientras estaba en Defensa, y su objeto era claro: un contrato por US$ 17.000 millones con la Fuerza Aérea. Su clave consistía en arrendarle al gobierno 34 aviones 767 adaptados para cisternas volantes.

Al estallar este nuevo escándalo, Donald Rumsfeld (secretario de Defensa) dispuso investigaciones internas y virtualmente congeló la operación. Por fin, Condit tuvo que irse y nadie le creer al comunicado de anoche -con su firma más las de Stonecipher y Platt-, sosteniendo que el asunto Sears no se relaciona con el cambio de cúpula en Boeing.

Tanto era al revés que, hasta último momento, la junta directiva se negaba a aceptar la renuncia del ex CEO. En parte, porque implicaba darle carta blanca a gente de Douglas.

Los problemas entre equipos llevan ya siete años. Antes absorber McDonnell Douglas (1996), Boeing se centraba casi totalmente en aviación comercial. Desde entonces y bajo la égida de Condit –cada día más influido por los “Douglas boys”-, una serie de adquisiciones aumentó el peso de las divisiones militares. En 2000, estos contratos (cuya negociación suele exigir tratos no siempre diáfanos con funcionarios no siempre impolutos) representaron más de la mitad de ingresos que totalizaban US$ 49.000 millones.

Por el momento, la conducción queda en manos de Henry Stonecipher, hace poco jubilado como vicepresidente y –señal peligrosa para la gente de la Boeing original- ex CEO de Douglas. En un gambito poco explicable, un tercio de las facultades que tenía Condit pasa a Lewis Platt (ex presidente de Hewlett-Packard).

Platt ha sido nombrado “presidente no ejecutivo del directorio”; casi, un cero a la izquierda. En cuarenta años de actuación, Stonecipher (“piedra jeroglífica” en inglés) se ha creado fama de dureza, pocas pulgas y escaso interés por la innovación. De ahí que sus primeras declaraciones –“mi prioridad es recobrar al enorme cliente llamado gobierno federal”- se interpreten como signo de que la aviación comercial no lo desvela.

Justamente, en ese campo la falta de actualización ha hecho que Boeing cediese la delantera a la europea Airbus. Hoy, la escasa transparencia ejecutiva y la proclividad a manejos poco éticos como proveedor militar sugieren que la “cultura codiciosa” de Douglas –tras acabar con esa firma- es hegemónica en su controlante.

Washington tiene motivos para preocuparse, pues Boeing es el mayor exportador norteamericano, emplea 158.000 personas y opera de 38 estados de la Unión. Los ataques terroristas en septiembre de 2001 redujeron drásticamente la demanda de aeronaves comerciales y la compañía pasó a depender más del sector defensa.

En ese punto, el equipo remanente de McDonnell Douglas empezó a tomar las riendas. Su estilo de gestión fue deteriorando los componentes de innovación tecnológica que le permitían al grupo compatibilizar las divisiones militar y aeroespacial.

Así, a mediados de año Boeing sorprendió con un cargo por US$ 1.100 millones en el balance. Eso señalaba el virtual colapso en materia de lanzamiento de satélites comerciales. Poco después, la Fuerza Aérea le sacó un contrato por 1.000 millones (lanzamientos militares), luego de que firma confesase haberse apoderado de documentos reservados pertenecientes a su rival, Lockheed.

Esta serie de desastres culminó a fines de noviembre, cuando despidieron a Michael Sears como director financiero, por “conductas antiéticas”. Era el sucesor elegido por Condit y su caída precipitó la de su mentor.

¿Qué había hecho Sears? Ofrecer un alto cargo en Boeing a Darleen Dryun, recién salida del Pentágono. Pero los primeros contactos con ella fueron secretos, mientras estaba en Defensa, y su objeto era claro: un contrato por US$ 17.000 millones con la Fuerza Aérea. Su clave consistía en arrendarle al gobierno 34 aviones 767 adaptados para cisternas volantes.

Al estallar este nuevo escándalo, Donald Rumsfeld (secretario de Defensa) dispuso investigaciones internas y virtualmente congeló la operación. Por fin, Condit tuvo que irse y nadie le creer al comunicado de anoche -con su firma más las de Stonecipher y Platt-, sosteniendo que el asunto Sears no se relaciona con el cambio de cúpula en Boeing.

Tanto era al revés que, hasta último momento, la junta directiva se negaba a aceptar la renuncia del ex CEO. En parte, porque implicaba darle carta blanca a gente de Douglas.

Los problemas entre equipos llevan ya siete años. Antes absorber McDonnell Douglas (1996), Boeing se centraba casi totalmente en aviación comercial. Desde entonces y bajo la égida de Condit –cada día más influido por los “Douglas boys”-, una serie de adquisiciones aumentó el peso de las divisiones militares. En 2000, estos contratos (cuya negociación suele exigir tratos no siempre diáfanos con funcionarios no siempre impolutos) representaron más de la mitad de ingresos que totalizaban US$ 49.000 millones.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades