La batalla del Pacífico sigue por otros medios

Estados Unidos hizo todo lo posible para evitarlo. Pero no lo logró. Con amargura debió digerir que sus principales aliados –excepto Japón por un breve tiempo más- y virtuales socios del Acuerdo Transpacífico de comercio, se alinearan con la propuesta de Beijing para ser miembros del nuevo banco asiático de Inversión en Infraestructura, impulsado por China. Por Miguel Ángel Diez

4 abril, 2015

Medio centenar de países se anotaron para ser miembros fundadores de la flamante entidad, que es la réplica de los chinos a un Banco Mundial históricamente controlado por Estados Unidos. Se estima que ya hay 30 solicitudes que han sido aprobadas. Entre ellos. Gran Bretaña, el histórico aliado de los Estados Unidos, que dio la gran sorpresa al ser el primero en saltar la cerca. Pronto le siguieron Australia, Francia, Alemania, Sudcorea y –aunque parezca extraño- incluso Taiwan, la isla rebelde que alguna vez volverá al seno de la madre China.

Japón, que por sus propias razones – disputa y enfrentamiento marítimo y comercial con China- parecía firme en quedar al margen de esta iniciativa, acaba de adelantar con cuidada prudencia que es posible que integre el banco que tendrá sede en Shangai, para el próximo mes de junio. Estados Unidos sería la única gran economía en quedar afuera de esta institución financiera regional.

Estas decisiones, que dejan en airada situación a Washington, tras una frustrante campaña de disuasión, puede complicar la marcha del Acuerdo Transpacífico impulsado por la Casa Blanca para dejar aislada a la nueva superpotencia asiática. Otro round de un largo combate ya que está claro que la hegemonía se juega durante este siglo en el Océano Pacífico.

Estados Unidos perdió la capacidad de moldear el escenario geopolítico global, pero aún sigue siendo un actor excepcional. Prácticamente en retirada del Cercano Oriente, a punto de lograr un histórico acuerdo con Irán –algo imposible de concebir hace pocos años-, está claro que el principal actor militar del mundo está haciendo un enorme redespliegue de su potencial en el sudeste asiático. La meta es contener y evitar la expansión china. Aún con superioridad militar definitiva, no será tarea fácil, como ya se observa.

El inmenso negocio de la infraestructura pendiente en esa región del planeta conmueve a los actores económicos y flexibiliza las lealtades.

Este nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, nace con un capital de US$ 50 mil millones – China es el principal aportante- y tiene ya 47 miembros, por ahora, cuyo voto estará en directa relación con el PBI de cada uno. Está previsto que el capital se eleve a US$ 100 mil millones, su sede estará en Shangai y su presidente –naturalmente- será chino.

Sus competidores directos son: el Banco de Desarrollo Asiático, con un capital de US$ 165 mil millones, con sede en Manila, Filipinas, donde el control lo ejercen Japón y Estados Unidos, con poco más de 15% cada uno; y el Banco Mundial, que opera desde Washington, con un capital de US$ 223 mil millones bajo control de Estados Unidos.

Lo cierto es que Washington se ha negado, sistemáticamente, a reformas que dieran más poder a economías emergentes – y a China- dentro del FMI y del Banco Mundial. Ésta ha sido la réplica de Beijing.

Cuando comience a operar, el AIIB facilitará el acceso a financiación para proyectos de infraestructura en Asia, usando una variedad de medidas de apoyo—préstamos, inversiones de capital y garantías – para aumentar la inversión  en toda una serie de sectores, como transporte, energía, telecomunicaciones, agricultura y desarrollo urbano. Ese apoyo puede complementar  el trabajo ya hecho en la región por bancos de desarrollo multilateral, como el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo Asiático.

Con esta batalla ya perdida, ahora viene otro duro combate. EE.UU debe convencer a once países en las márgenes del gigantesco océano de firmar el Trans-Pacific Partnership,  la alianza comercial más importante desde que colapsó la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio. Si se avanza, serán socios Estados Unidos y Japón que representan 40% de la producción mundial. Naturalmente la iniciativa excluye a China, y no por omisión. Más bien por deliberación. La que pronto será – o ya es- la principal economía del mundo quedaría excluida, por ser “de planificación central”.

El gran riesgo para que esta alianza cristalice, es que muchos de los actores invitados perciben que el diseño de la organización está concebido para beneficiar a las empresas estadounidenses. Los negociadores del Presidente Obama están conscientes de esta dificultad. Habrá que ver si tienen margen para hacer concesiones.

 

 

 

 

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