El Tratado Transpacífico murió. Hoy China festeja

Lo hizo el primer día hábil tras su juramento presidencial. Donald Trump cumplió su promesa electoral y retiró –por decreto- a EE.UU del tratado comercial del Transpacífico, donde naciones convocadas por Obama habían acordado un ambicioso plan comercial y geopolítico para contener a China. Ahora es Beijing quien hereda las ganancias.

24 enero, 2017

Quedó en claro que el proteccionismo está en el corazón de la nueva política económica de esta etapa política en Washington. Críticos, incluso como el senador Republicano John McCain, aseguran que Trump le ha entregado a Chin las llaves de una región que alberga a la mayor cantidad de países con buen ritmo de crecimiento económico.

(El flamante presidente, además, anticipó que ahora viene la renegociación del NAFTA, con México y Canadá, y que habrá sanciones para las empresas estadounidenses que hagan inversiones fuera del país).

Hace poco menos de un año, en la reunión presidida por Obama en Nueva Zelanda, doce naciones con costas sobre el Pacífico, pusieron en marcha el ambicioso tratado.

Antes, el acuerdo logrado a finales de octubre de 2015, en Atlanta, armó un bloque de naciones que representan 40% del producto bruto interno global (Estados Unidos, Canadá, México, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Perú, Malasia, Singapur, Vietnam y Brunei).

Era obvio que, en la contienda entre Estados Unidos y China por el dominio del Pacífico – adonde se ha trasladado ahora la sede del poder político y económico del mundo- la idea era contener y limitar la expansión comercial y marítima de los chinos.

Entonces se debatió la posible incorporación de dos nuevos socios: Corea del Sur y Taiwan. Si bien ambos países avanzaron en los detalles de su presentación, para Japón el punto central eran los aranceles que ambos países cobran a los automóviles y productos electrónicos. Por otra parte, Thailandia, Filipinas e Indonesia también habían manifestado su voluntad de ser parte del acuerdo.

Después de seis años de arduos debates, desinteligencias, disputas y fracasos, los doce miembros del Acuerdo, lograron ponerse de acuerdo y firmar el convenio de entendimiento. El papel firmado en Atlanta entre Estados Unidos y otras 11 naciones con costas sobre el Pacífico, iba a convertirse en un tratado internacional que requerirá el consentimiento expreso de cada uno de los Congresos de los países signatarios.

Acaba de suceder la primera gran dificultad. El país artífice del Acuerdo, acaba de renunciar a participar y liderarlo.

 

Nuevo equilibrio de poder global

 

A principios de ésta década, la corriente central de pensamiento en los países centrales y en otros grandes actores internacionales, imaginaba la consolidación de un nuevo orden internacional, asentado sobre tres pilares básicos.

La hegemonía de Estados Unidos respaldaría la paz internacional y el continuo avance de la democracia liberal. El exitoso modelo de integración continental sería el aporte de la Unión Europea, que podría llegar a ser imitado en otras latitudes. Una Rusia en declinación sumaría fuerzas con la China que no cesa de crecer, reconociendo ambas las ventajas que ofrecía para sus países ser parte de este mundo diseñado por las potencias occidentales.

Toda esa visión ha desaparecido y todos los actores están siguiendo un libreto distinto.

Ya en noviembre pasado, en Lima, los demás países signatarios se enfrentaban al problema de qué hacer con la retirada de Estados Unidos.

Barack Obama, presente en la reunión, dijo adiós a las giras internacionales, pero también a su pieza arquitectónica más preciada en su visión de la geopolítica global.

La reunión, se suponía que terminaría consagrando el Tratado Trans Pacífico como la pieza clave de la “pax americana” en el sudeste asiático (con doce países signatarios). Y aislando a China, que le disputa el rol de superpotencia mundial.

Pero un gran autor ausente, cambió el libreto. El entonces presidente electo de EE.UU dejó en claro que no respalda esta iniciativa ni tampoco esta visión geopolítica.

De modo que el actor secundario, que debía operar entre bambalinas, ocupa ahora el centro del escenario. Y China auspicia otro acuerdo: el de la Asociación Económica Regional Comprensiva (RCEP por su sigla en inglés) que abarca a 16 países, pero excluye a Estados Unidos.

La primera grieta fue la previa declaración oficial de Australia -antigua aliada de Washington y gran respaldo del TPP – : anunció que abandonaba esta iniciativa por inviable (ya había sido condenada por Trump) y que buscaba un nuevo acuerdo para la región. Después le siguió Vietnam en la misma línea. Filipinas (que no forma parte del TPP) rompió el límite geopolítico: deja de pertenecer a la esfera estadounidense (donde estuvo desde su independencia de España en 1898) y busca encontrar puntos de coincidencia con China.

Estos países se adelantan a los otros estados ribereños del Pacífico, pero en definitiva todos coinciden: no es posible el TPP sin el expreso acuerdo y la activa presencia estadounidense.

Este vacío de liderazgo momentáneo, será bien aprovechado por China. Está lista para ofrecer un nuevo acuerdo de libre comercio a estos países. Lo que está en juego es inmenso: estos 21 países presentes en Perú representan 54% de la economía global y 50,3% del total de exportaciones mundiales.

 

China y EE.UU.

 

No existe en el mundo una relación tan importante como la que tienen estos dos países, plena de tensiones. Como corresponde a una superpotencia que hasta hace poco fue hegemónica, y otra que amenaza disputarle esa posición en un futuro no demasiado lejano.

Lo más evidente hoy es la lucha por el control del océano Pacífico – el nuevo escenario – donde Washington articulaba la Alianza Trasnpacífico para contener a su rival, y testea su poderío bélico en las aguas circundantes a la costa china.

La competencia se extiende globalmente en el plano comercial. La lucha contra los hackers chinos que vuelven locos a las empresas y a las oficinas gubernamentales de Estados Unidos (tema importante durante la reciente visita del Presidente Xi Pinging a Washington). Sin olvidar la enorme presencia china en Africa y América latina, antes coto de caza exclusivo de Washington. En definitiva, la lucha por ser la potencia hegemónica en todos los campos.

En los 70 años que han pasado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos se ha comportado como (y de hecho en gran medida lo ha sido) el amo del mundo. Su poderío militar daba seguridad al mundo, su poderío económico movía los mercados del mundo occidental y la fuerza de su cultura y su nivel de vida eran el modelo que más de la mitad del planeta buscaba imitar. Pero eso ya no está tan claro.

Mientras duró la guerra fría, sin embargo, ese poderío tuvo en la Unión Soviética un contrincante que lo desafiaba, lo amenazaba y lo controlaba. Pero cuando en 1989 la caída del Muro de Berlín simbolizó la desintegración del mundo comunista, parecía que por fin Estados Unidos quedaba  de nuevo al frente con todas sus banderas en alto: democracia, mercado libre y libertad de expresión. Pero esta vez, sin ninguna otra potencia que le disputara el liderazgo mundial. Desde que terminó la guerra fría, el abrumador poder militar de Estados Unidos fue central en la política global.

Estados Unidos sigue teniendo un poderío militar increíble: tiene bases navales y aéreas desparramadas por todo el mundo para tranquilizar aliados e intimidar rivales. En la OTAN que garantiza la integridad territorial de sus miembros, el país de América carga con 75% del gasto militar.

Estados Unidos no solo gasta cuatro veces más en defensa que el segundo país, China, sino que también gasta más que los siguientes ocho países todos juntos. La marina estadounidense controla los mares y el ejército tiene tropas en todos los continentes habitados. Las fuerzas armadas norteamericanas se convirtieron en dominantes desde el principio mismo del siglo de Estados Unidos. La decadencia, en todo caso, será muy lenta.

Pero hay indicios de cambio.

China le cuestiona a Estados Unidos su derecho a navegar las aguas del “Mar de la China” como si fuera suyo. En verdad, en el sudeste asiático la marina estadounidense está acostumbrada a tratar el Pacífico como “lago americano”, garantizando la libertad de navegación y ofreciendo tranquilidad a sus aliados.

Rusia (que necesita recuperar su autoestima) desoye la advertencia de Washington de no escalar la operación en Siria. La intervención rusa en la guerra civil de ese país puso de manifiesto que Estados Unidos ya no controla el Medio Oriente. Y como hasta ahora Washington se ha mostrado reacio a intervenir desplegando otra vez tropas de tierra, Moscú encontró un hueco donde tener y ejercer poder y por allí se metió. En Europa, el año pasado se produjo la primera anexión forzosa de territorio desde el fin de la segunda guerra (Crimea y la ciudad de Sebastopol), lo que mantiene vivo el conflicto entre Rusia y Ucrania. Los países bálticos se pusieron nerviosos y la OTAN está alerta y reforzó su presencia militar en la región.

Y en Asia, la construcción de islas artificiales chinas (acumulación de arena transportada desde el continente) en el Mar Meridional de China transformó  el reclamo teórico de Beijing sobre sus aguas territoriales a millas de su costa en algo concreto. Estados Unidos, si bien no puede meterse en disputas entre vecinos, asegura que protegerá la navegación en el Pacífico.

O sea, no es cierto que vivimos un mundo sin fronteras, Las fronteras existen y los países están dispuestos a pelear por defenderlas. Según Sir Robert Cooper, un ex diplomático británico, “el orden mundial depende del orden territorial. Si no se sabe quién es el dueño del territorio, no se sabe nada sobre el orden internacional.” 

 

 

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades