El capitalismo tecnológico está en contra del Presidente Trump

Es algo inédito: las grandes marcas tecnológicas se declaran en contra de las medidas que bloquean el acceso de algunas nacionalidades, mientras el otro capitalismo apoya con timidez o se queda mudo ante el temor de generar represalias. Más que prevenir el terrorismo, la medida se percibe como claramente antimusulmana.

5 febrero, 2017

Por lejos, la prohibición de ingreso a Estados Unidos de los ciudadanos nacidos en siete países, de predominante fe musulmana, y del Medio Oriente, ha generado más debate y voces estridentes que cualquiera otra de las controversiales decisiones tomadas por Donald Trump en las primeras semanas de su presidencia.

No solamente por la cantidad y relevancia de las manifestaciones espontáneas en contra, en aeropuertos y diferentes ciudades del país (aunque voceros de la Casa Blanca preguntan “¿quién las financia?”).

Como telón de fondo, y especialmente tras las frecuentes aclaraciones y aportes que hace Steve Bannon, el encumbrado consejero en estrategia y figura central del National Security Council, parece que la visión de la nueva cúpula de Washington, es la inevitabilidad de un enfrentamiento decisivo, por todos los medios, entre la fe musulmana y la tradición cultural judeo cristiana de Occidente. Algo así como una guerra de religiones decisiva para la historia de la humanidad.

Pero en todo caso, aunque el argumento sea contener y controlar al terrorismo internacional, nadie esperaba la militante reacción de los “unicornios” y las más valiosas, innovadoras y exitosas empresas de Silicon Valley.

Veamos algunas de esas actitudes:

Quedó en claro que el silencio no es una opción para las tecnológicas (aunque sí para las industriales, comerciales o financieras). Va en contra de la esencia de su razón de existir. Todas ellas, como Google, Facebook o incluso Amazon, necesitan ser globales, como lo pregonan sus declaraciones de visión y misión. Argumentos que no pueden traicionar so pena de recibir fuerte castigo de los usuarios, dentro y fuera de Estados Unidos.

Aunque silenciosos, los partidarios de Trump saben que estas empresas reemplazan labor humana con robots, y no crean empleos no especializados. El entusiasmo inicial por la tan mentada gig economy, y la economía compartida, ha cedido paso a creciente desilusión.

Lo que preocupa de verdad a las tecnológicas es que la nueva política inmigratoria les impida reclutar talento innovador en el sudeste asiático y en otras partes del globo, adonde recurren para conseguir los recursos humanos tan formados y especializados que requieren.

 

 

 

 

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