Ética, de acuerdo con las empresas y los empresarios

"No todo lo legal es ético". Por eso, hay que rehuir la tentación de pensar que habiendo compliance estó todo hecho.

27 junio, 2017

Hay un nuevo cuestionamiento que aparece en los avances tecnológicos. Peligros como el de­sempleo masivo generado por la robótica, el potencial abuso de la ingeniería genética y las armas cibernéticas. Es un terreno donde hay avances y retrocesos. Como se dijo en la crisis financiera de 2008, “no todo lo que es legal es ético”. Precisamente por eso, hay que rehuir la tentación de pensar que habiendo compliance, está todo hecho. Hacia el futuro, lo esencial es: contratar, despedir, promover y recompensar a los recursos humanos. La emergencia y alcance de las redes sociales y del social media plantean un nuevo desafío.

 

Hace bastante más de una década, el tema de la Responsabilidad Social Empresaria comenzó a instalarse de modo firme en la agenda del sector privado. Al principio, fue un mix de genuina preocupación y de búsqueda de mejor imagen pública.
Hoy, hay una extendida convicción en ese ámbito: sin criterios definidos de sustentabilidad y de responsabilidad ante la sociedad, ni las empresas más poderosas tienen asegurada su viabilidad.

Algo parecido comenzó a perfilarse en los últimos años en el territorio de la ética de las empresas y de los empresarios. Al principio de modo algo inorgánico, poco definido, como reflejo de la inquietud que el tema despertaba tanto en el plano individual, como social, tanto el sector público, como en el mundo de la política, y de las distintas profesiones o actividades. A punto que se llegó a incluir el tema dentro de lo denominado soft management (como si hubiera algo soft cuando está en juego la ética), ya que no estaba dentro de los clásicos tópicos de gestión.

A lo largo de ese proceso, han ocurrido muchas cosas (además de los frecuentes escándalos por actitudes faltas de ética donde hasta marcas de primer nivel aparecen involucradas). Ahora es raro que una empresa de mediana o grande importancia económica no tenga un código de ética (que supuestamente norma la actividad cotidiana de la firma) y no cuente con un comité de ética para intervenir cada vez que sea preciso.

Nada más que en idioma inglés, existen cinco publicaciones académicas de muy buen nivel dedicadas al análisis de esta disciplina (Business Ethics Quarterly, Business Ethics: A European Review, Business & Society, Business & Society Review, Journal of Business Ethics).
No hay que olvidar que la ética empresarial es una rama dentro de la ética que se encarga especial y excluyentemente de las cuestiones de índole moral que surgen o se plantean a instancias del mundo de los negocios, de las empresas.

Temas como, por ejemplo, los principios morales inherentes a la actividad empresarial, los valores predominantes en el ambiente y en cada caso en particular, desarrollo de guías normativas que estén basadas en preceptos morales que ayuden a vigilar y regir la actividad de la empresa como la de sus miembros.

En las empresas se habla, se analiza y se instrumenta el concepto de gobierno corporativo (o de gobernanza, como se dice de modo castizo, referido “al conjunto de principios y normas que regulan el diseño, integración y funcionamiento de los órganos de gobierno de la empresa, como son los tres poderes dentro de una sociedad: los accionistas, directorio y alta gerencia”).
La meta es proteger los intereses de la empresa y de los accionistas, supervisar la creación de valor y uso eficiente de los recursos, para asegurar transparencia en la información. 
Más allá de lo cuantitativo, es decir del número total de empresas que instrumentan métodos de gobernanza en la Argentina, no hay investigación exhaustiva sobre la relevancia interna que tienen estos procesos.

Lo que sí queda claro es que el caso de la ética y la gobernanza, no es un proceso tan lineal como fue el de la RSE. Parece que en el campo de la ética hay avances y retrocesos, pasos adelante y hacia atrás. Todavía no se ha llegado a una meseta de estabilización en cuanto a criterios y procedimientos consensuados por el sector privado.

Por estas razones, este es un primer acercamiento al tema para que los lectores tengan una visión general, de conjunto, de todos los conceptos involucrados en este debate. Para pasar revista a los enfoques más relevantes que han aparecido en este campo. Luego, seguramente en la próxima edición de agosto, profundizaremos este capítulo. Haremos una encuesta exclusivamente a una base de datos (70.000) del campo empresarial, sobre cómo se entienden las distintas aristas de la ética en las empresas y entre los empresarios. Luego, sus resultados serán confrontados con las opiniones de científicos sociales, académicos, consultores y directivos empresariales.

 

El debate en el management

Para muchos estudiosos del desarrollo del management, de su evolución desde la riqueza conceptual de los años 60, 70 y 80, la conclusión es desoladora: la teoría en el campo de la alta gerencia está muerta, aunque muchos no se hayan enterado.

Hay dos ingredientes que dominan el escenario. Uno es la creciente frivolización o trivialización de estas materias. El otro, la permanente incorporación de datos de la realidad (antes no era tan frecuente, ni tan distinto) como los que aportan los debates que genera la disrupción tecnológica constante, la globalización y hasta el futuro mismo del capitalismo y de la versión de la democracia liberal.

El Brexit europeo, el triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos, el auge de partidos populistas de derecha en varios países europeos se han utilizado como explicación tardía e incompleta de las transformaciones que ocurren en la sociedad planetaria y especialmente en el ámbito empresarial.

 

Transparencia y ética

Hay dos maneras, dos enfoques, para aproximarse al tema de la transparencia y de la ética. El tradicional, al que adhiere la mayor corriente de pensamiento actual. Y el que viene, el que será mainstream en pocos años más.

Veamos el primero. ¿En qué puesto está la Argentina en materia de percepción de transparencia según Transparency International? Entre 147 países, el país ocupa el lugar número 107.
Los escándalos se suceden en todo el mundo y no dejan de sorprender. Hasta entre los actores de mejor prestigio, sean directivos o empresas. Se dice que esto ocurre porque el poder corrompe. El origen de la conducta no ética (según Jessica Kennedy, de la Vanderbilt University, que ha estudiado el tema durante cinco años) debe ser replanteado. No es siempre la simple corrupción en el poder. Ocurre que los que se acostumbran al poder pierden de vista cuando se cruza la línea ética. La identificación entre los miembros de un grupo de poder puede llevar a respaldar conductas ilegales o no éticas.

El ángel caído suele estar en el más alto nivel, pero el entorno también piensa parecido y no hizo nada a tiempo para cambiar una conducta equivocada. Al contrario, cuando se actúa como grupo hay más tendencia a mentir que cuando se actúa como simple individuo. Los otros miembros no son proclives a disentir.

El poder crea identificación con el grupo que otorga y respalda tal poder. Hay necesidad de actuar solidariamente por el éxito del grupo. Los estudios demuestran que los altos directivos son más renuentes a informar sobre conductas con fallas éticas.

Ejemplos: una epidemia o un desastre natural demanda un particular tipo de medicina que es imprescindible en ocasión. El presidente y el directorio aprueban un aumento desmedido en el valor del medicamento. Obtienen ganancias para su empresa y no piensan que sea una falla ética.

Los estudios demuestran que las mujeres expresan su desacuerdo y cuestionan medidas que sacrifican principios éticos, mucho más que los hombres. Más aún, cuando se incurre en fallas éticas, las mujeres pierden interés en el trabajo y en la firma empleadora.

Es importante que gente de menor rango participe de las decisiones donde puede estar en juego algún principio ético, según estos estudios. El problema más común es que los principios éticos se ven como obstáculos para lograr los objetivos propuestos.

El tema de la transparencia se vincula cada vez más con el de la sustentabilidad, de la Responsabilidad Social Empresaria, y de la reputación de la empresa y del prestigio de sus marcas.

 

El segundo enfoque

No es casual que a pocos días del encuentro de Davos, a principios de año, apareciera un libro firmado por Klaus Schwab, fundador y directivo máximo de la organización, que lleva por nombre The Fourth Industrial Revolution.

El ensayo abunda y aborda temas relevantes como las nuevas tecnologías en materia de inteligencia artificial, robótica, la “Internet de las cosas”, los vehículos que se autoconducen, la impresión 3D, biotecnología, big data y algunos temas más que extienden el listado.

Hay un nuevo cuestionamiento ético que aparece en estos avances. Peligros como el de­sempleo masivo generado por la robótica, el potencial abuso de la ingeniería genética y las armas cibernéticas, sin mencionar el terremoto que pueden causar sobre los negocios establecidos.
Por ejemplo, en el tema de la inteligencia artificial, Elon Musk, fundador de Tesla, dice que es más peligroso que los artefactos nucleares. La idea de los robots en rebelión y destruyendo a sus creadores, ya no es un tema de ciencia ficción. ¿Quién puede asegurar que la inteligencia artificial es usada para beneficiar a la humanidad y no para incurrir en fallas éticas?
Musk, Stephen Hawking y otros prominentes personajes expresan abiertamente sus reservas. Musk y otros empresarios donaron US$ 1.000 millones a una entidad cuya meta es que la IA siga siendo una extensión de la voluntad de los hombres.

El mismo dilema aparece frente a una nueva generación de medicamentos y el rol que tendrán en la sociedad del futuro. O a con respecto a las modificaciones genéticas que se pueden introducir sobre seres humanos.

 

Nueva ética para la tecnología

La posibilidad de que la inteligencia artificial sea usada de modo que amenace la vida humana puede que sea inexistente (como algunos científicos prefieren creer) o que ese riesgo se concrete dentro de varias décadas. Pero el tema se ha instalado en el centro del debate, con todas las aristas polémicas que exhibe.

La cuestión se plantea esencialmente con la disrupción tan intensa que supone la incorporación masiva de tecnología, capaz de impulsar el progreso a un ritmo hasta ahora desconocido, o de colaborar con la autodestrucción del ser humano. 

O en otro campo todavía desconocido, el de los vehículos que se autoconducen, ¿la actitud ética que se espera y se demanda de un conductor humano, servirá para evaluar y juzgar las decisiones de manejo de estos vehículos independientes? Como se ve, algo que supera los límites de lo que era usualmente propio de la ética empresarial, y que parece entrar más en el campo de acción de filósofos en moralidad.

Este nuevo contexto permite inferir que algún tipo de regulación será inevitable, aunque suponga ir a la zaga de los acontecimientos. Aun así, nadie sabe qué deberá hacerse para impedir que haya países que ignoren las normas internacionales que se decidan poner en vigencia.
Con lo que el campo de actividad para la autoregulación puede ser demasiado extenso y poco eficiente. Lo que suele traer un conflicto entre lo que dice la ley y las convicciones éticas.

Un buen ejemplo de este conflicto es lo que pasó con las instituciones financieras globales durante la crisis de 2008. Al llevar la interpretación legal al límite, se erosionaron las practicas éticas, generando abusos de importancia. Según los datos estadísticos, desde entonces hasta hoy, una diversidad de bancos y otras instituciones financieras han pagado US$ 235.000 millones en multas y castigos por violar regulaciones existentes. Aun así, un banquero pudo decir con algo de razón: “no todo lo que es legal es ético”.

Precisamente por este escenario, hay que rehuir la tentación de pensar que habiendo compliance, está todo hecho. El compliance nace en el mundo empresarial anglosajón, más concretamente en el sector financiero, que tradicionalmente ha estado sometido a una regulación bastante rigurosa. 

En las entidades financieras surge la necesidad de asegurarse el cumplimiento de toda la normativa, bastante compleja en ocasiones, y con sanciones muy altas en caso de incumplimiento, por lo que comienzan a emplear a departamentos dedicados en exclusiva a asegurar el cumplimiento, deslindándolos del área de asesoría legal que hasta entonces era la encargada de esa función. La regulación cada vez más profusa y exigente no se limita al sector financiero, sino que se extiende a otros muchos sectores de la economía, que también empiezan a interesarse en implementar sus propios planes de compliance.

Pero no es lo único por hacer ni es la solución mágica.
Como lo planteó un ensayo publicado en la Harvard Business Review, el peligro es la mentalidad de “chequear los casilleros”. Es decir, la creencia de que si se han tildado todos los casilleros de lo que es necesario vigilar, el riesgo desaparece.
Nada más lejos de la realidad. Compliance es parte del juego, y muy positivo, pero no simplifica ni elimina el riesgo ético.
Un enfoque moderno de la teoría en este campo sostiene que lo central es trascender lo que uno quiere impedir que hagan los empleados, para poner foco en las virtudes positivas que se quiere que exhiban. Siguiendo la temprana lección de Platón, la ética se aprende en la conversación con los otros. Intercambio que debe darse en todos los niveles de una organización y no en declamaciones de la alta gerencia hacia abajo.

 

Lo que viene ahora

Según un ensayo de Timothy Erblich en el blog del Huffington Post, la empresa del futuro se definirá a partir de la absoluta transparencia. Para lograrlo ?dice? los directivos de las empresas tienen hoy una tarea esencial: contratar, despedir, promover y recompensar a sus recursos humanos.

La calidad de los recursos humanos de hoy tendrá impacto directo sobre la capacidad de sobrevivencia de las empresas.
Hace una década y media que sucedieron los escándalos de World Com, de Enron y de Arthur Andersen (y casi una década del estallido de la crisis financiera de 2008), y recién ahora comienza a insinuarse un elemento diferenciador en el terreno de la ética.

En la última Global Ethics Summit del año pasado, 49% de los asistentes coincidió en que la emergencia y alcance de las redes sociales y del llamado social media ha tenido un alto impacto sobre el prestigio y la imagen de las empresas.

Las empresas que lograron adaptarse a esta nueva vidriera local, 24 horas por día, durante los siete dias de la semana, han comenzado a consolidar una ventaja.
Las firmas que todavía no han logrado esta mudanza, están frente a una encrucijada. Tienen que moverse mucho más allá de las exigencias del compliance, para construir y definir una cultura ética para que sus organizaciones resistan el escrutinio externo.

¿Por qué? La clave está en que las empresas que figuran en el ranking de las World?s Most Ethical Companies superan en performance a las que integran el S&P 500, al menos en 3,3% anual. Lo que demuestra que hace falta una estrategia de largo plazo.

Algo que puede ayudar notoriamente a las empresas en esta carrera por consolidar prácticas éticas es que están reclutando en la generación de los Millennials, que tienen preferencia notoria por empresas que son percibidas como “buenas ciudadanas corporativas”.

 

Lo legal y lo ético

En toda la actividad empresaria subsiste siempre un conflicto que a veces estalla de manera inesperada. Es la tension entre lo legal y lo ético. Distinción valedera entre los que pretenden que todo lo legal sea lo aceptable, y los que persiguen una dimensión más amplia donde la conducta en los negocios puede llegar a ser moralmente reprensible aunque sea perfectamente legal. 

Un hombre de negocios que ahora es ocupante de la Casa Blanca, como Donald Trump, desdeña ?expresamente como lo ha dicho? todo organismo que supervise las cuestiones éticas. Es por eso que resulta frecuente que en muchos casos empresas con comité de ética, con códigos de éticas, y que promueven abiertamente esos valores, no son exactamente lo que se define como ético en su comportamiento cotidiano.

De ahí que los críticos sostengan que una empresa ética es la que “hace lo correcto” en cualquier circunstancia. La que lo hace solamente cuando ser ética implica fortalecer la posición de los accionistas, no lo es.

Cuando hay una embestida general contra la globalización, se advierte que crece la importancia de la ética en los negocios. Las empresas se ven obligadas a demostrar que además de obtener ganancias, impulsan la triple meta: la gente, el ambiente, y las utilidades.

Hay cuatro factores donde se juega en buena medida la vigencia de la ética empresarial y la longevidad de las empresas: el crecimiento de largo plazo sustentado en una vision ética también de largo plazo; se gastará menos en prevención de riesgos y reducción de costos si de verdad se observa respeto por la ética empresarial: hay que superar el extendido sentimiento anticapitalista producto de excesos y codicia de muchas empresas en los últimos tiempos; y finalmente el punto de partida de la empresa es reconocer que los recursos disponibles en el planeta son limitados.

 

El episodio KPMG

 

Ocurrió hace pocas semanas. Seis empleados de alto nivel, incluido el vicejefe de la práctica de auditoría de la firma en Estados Unidos, fueron despedidos por hacer recibido, de modo impropio, aviso anticipado de cuáles eran las auditorías que el organismo regulador pensaba analizar.

El Public Company Accounting Oversight Board supervisa 75% de las firmas de auditoría en Estados Unidos, incluyendo a las Big Four, vía la revisión de una selección de auditorías realizadas por todas estas firmas, para detectar deficiencias sobre las cuales luego producir un informe técnico.

Lo que descubrió la alta gerencia de KPMG a final de febrero pasado es que un ex empleado del organismo regulador trabajaba ahora para ellos, y con sus fluidos contactos, recibía información confidencial anticipada sobre qué auditorías ya realizadas versaría la inspección. Información, claro está, que adelantaba a su jefe y compañeros.

Seis empleados en total, cinco de ellos socios, fueron echados en el acto, bien por haber recibido este tipo de información anticipada, o simplemente por estar al tanto de que había empleados que recibían esta información confidencial.

¿Hizo bien KPMG, fue lo adecuado? Parece obvio que fue lo correcto, sin embargo muchos colegas piensan diferente. Esta es una de las tantas veces en que el procedimiento ético discurre obligatoriamente por un lado, y la realidad subterránea pretende que siga sumergido y vigente.
Hay una enorme hipocresía al acecho en todo tema que involucre el juicio ético.

 

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