El desprestigio del pronóstico económico

“Predecir es siempre difícil, especialmente si se trata del futuro”. 

11 octubre, 2013

“Predecir es siempre difícil, especialmente si se trata del futuro”. Aunque parezca una perogrullada, la frase que inmortalizó Niels Bohr (el danés Premio Nobel en Física) es un excelente recordatorio de las dificultades de avizorar el futuro.
Cuanto mayor es la dimensión de lo que se percibe como una seria crisis, mayor es la ansiedad por indagar lo que sobrevendrá, especialmente en el campo de la economía. La mayoría de los economistas no se dedica a las predicciones. Pero los que sí lo hacen se sienten compelidos por la demanda de pronósticos y la avidez de anticipos que tiene la opinión pública.
Desde la anterior crisis sistémica de 2007/09, la reputación de los econometristas, nunca elevada, viene trastabillando. El colapso de Lehman Brothers, Bear Stearns y Merrill Lynch –este octubre hará tres años– y sus secuelas plantearon una pregunta inevitable: ¿para qué sirven los pronósticos de mercado?
Hay casos en que es más fácil descartar el pronóstico que intentar la respuesta. Por ejemplo, si se afirma que el índice bursátil de Wall Street superará los 20.000 puntos, o que el precio de la onza de oro superará los US$ 10.000. Sin embargo, es precisamente en el sector financiero bursátil, donde abundan los vaticinios que son, casi siempre, más emocionantes que asesoría bien informada.
Como dice el economista británico John Kay, “Los econometristas y demás profesionales a menudo formulan juicios irreales. Pero también los hacen los físicos y por buenas razones. Estos científicos describen la gravedad en un universo sin resistencia del aire, no porque crean que el mundo carezca de fricción o atmósfera, sino porque es muy difícil estudiar todas esas variables al mismo tiempo”.
En efecto, los modelos simples eliminan factores de confusión y permiten centrarse en cuestiones de interés concreto. En definitiva, el método es tan legítimo en economía o finanzas cuanto en física.
Pero algo interesante que ha sido destacado por muchos investigadores en el campo científico es que en general la gente acepta opiniones y juicios de –por ejemplo– físicos o químicos. En cambio no se acepta con esa facilidad las opiniones de los economistas. No merecen la misma confianza.

Las críticas verdaderas

El punto es que más allá de ataques infundados o prejuiciosos a los economistas y sus pronósticos, no se formulan las verdaderas críticas a la profesión, en el territorio donde hay margen posible para la crítica impiadosa. El vaticinio puede ser un tembladeral, pero no debería serlo la descripción de acontecimientos económicos genéricos, su ulterior desarrollo, la naturaleza de las opciones políticas y sus consecuencias. Debiera ser factible elaborar amplios consensos sobre la tarea de interpretar datos empíricos que convaliden tales análisis.
Las dos ramas de la econometría más relevantes a recientes o actuales crisis son la macroeconomía y la economía financiera. La primera trata el crecimiento y los ciclos de negocios. El estudio de los mercados financieros gira entretanto alrededor de la “hipótesis de mercado eficiente”: toda información disponible se incorpora a los precios. Estos reflejan todo el tiempo la mejor estimación posible sobre el valor de los activos subyacentes y constituyen el “modelo para apreciar los activos de capital”. Esta noción presupone que lo manifiesto es el resultado de decisiones efectuadas en una plaza de actores racionales y mercados eficientes. 
No es casual que el tema cobre vigencia en esta circunstancia. Frescos están los errores de los augures de cualquier campo durante la crisis sistémica de 2008/9, la caída estrepitosa de colosos bancarios, la masiva estatización de la deuda privada y la pérdida de peso relativo de los países centrales.
¿Cómo se podría reaccionar ahora si en los últimos meses hemos presenciado el casi default del Gobierno estadounidense, y una crisis europea que nadie sabe cómo se resolverá pero que puede sumirnos en otra recesión global, que amenaza ser –esta vez sí– “la más grande en un siglo”?
El temor y la experiencia hacen que mucha gente reaccione contra los pronósticos económicos, pero muy especialmente contra la capacidad de los economistas para formular pronósticos acertados.
Es un buen momento para leer el último libro de Sylvia Nassar, Grand Pursuit: The Story of Economic Genius(Simon & Schuster, 2011). En sus páginas se rescata una afirmación para tener presente: muchas de las poderosas fuerzas que han ayudado o lastimado a los negocios, pero que en definitiva tuvieron rol decisivo en perfilar la actual civilización, provienen de teorías formuladas por economistas en el pasado. A pesar de lo cual –recuerda Nasar– la profesión ha sufrido una continua falta de respeto desde sus orígenes. Para empezar, fue el gran ensayista escocés Thomas Carlyle quien bautizó a la economía como “the dismal science” (ciencia lúgubre o ciencia funesta) en 1849. 160 años después el estigma continúa. Pero, como sostiene Nasar, este campo del conocimiento ha hecho profundas contribuciones para entender cómo funciona la sociedad.

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