Etiquetado frontal de alimentos

Voces de un debate urgente

El aumento exponencial de la prevalencia de sobrepeso y obesidad observado en los últimos años ha puesto en alerta a distintos actores involucrados. Profesionales de la salud y la nutrición, compañías vinculadas al sector de alimentos y bebidas y, por supuesto, organismos públicos han reaccionado de una u otra manera para hacer frente a esta grave situación de salud poblacional.

1 octubre, 2018

Por: Carina Martínez

Nuevas regulaciones sobre el sistema de etiquetado de los alimentos procesados, asociadas a diversas normativas –como la limitación de la publicidad dirigida al público infantil y la venta en entornos escolares de ciertos productos– son medidas que se imponen en el mundo y particularmente en América latina.
En la Argentina el debate es profundo y en él convergen –y se enfrentan– múltiples posiciones encontradas.
El presente informe busca echar luz sobre un tema tan candente como indispensable y presentar, en primera persona, las voces de sus protagonistas.

 

Por Carina Martínez

 

La vuelta a casa para almorzar y las comidas caseras están ya muy lejos de ser la norma en la vertiginosa existencia urbana de los tiempos que –literalmente– corren. Los platos preparados durante horas, utilizando productos frescos y seleccionados a conciencia, quedaron solo para los nostálgicos de la cocina de las abuelas o los foodies que viralizan sus orgullosas creaciones en las redes sociales.
La realidad de una enorme parte de la población es otra. Las profundas transformaciones socio–culturales propias de la nueva modernidad cambiaron drásticamente los patrones alimentarios. Hoy, el consumo de productos procesados y ultraprocesados es la regla y estos no siempre presentan los mejores valores nutricionales para el organismo.
Los altos contenidos de componentes críticos (básicamente, azúcar, grasa y sodio –sal–) que con frecuencia presentan los alimentos y bebidas que se ofrecen en el mercado, junto al sedentarismo y la falta de ejercicio físico entre otros factores, generaron un panorama complejo para el mundo y, en particular, para América latina.
En su informe de 2017, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y la Organización Panamericana de la Salud hicieron saltar una nueva alarma: mientras la desnutrición tiende a disminuir, el sobrepeso y la obesidad se han transformado en problemas graves de salud en América latina y el Caribe.
Lo cierto es que esta tendencia al aumento del sobrepeso y la obesidad no es nueva. Forma parte de un proceso que, sin pausa, fue avanzando a lo largo de las décadas. Según la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia del sobrepeso y la obesidad en niños y adolescentes (de 5 a 19 años de edad) ha aumentado del 4% en 1975 a más del 18% en 2016.
Los datos actuales no dejan dudas respecto de la profundidad de la problemática: a escala mundial, la obesidad en este rango etario creció en forma tan exponencial que la OMS prevé que, de continuar esta tendencia, para 2022 habrá más población infantil y adolescente con obesidad que desnutrida. Estamos en alerta roja.
Las consecuencias del sobrepeso y la obesidad son graves, e incluyen la mayor probabilidad de desarrollo de patologías que conforman las principales causas de muerte por enfermedad en el mundo, como la diabetes, las afecciones coronarias y distintos tipos de cáncer.
Este fenómeno, además, ya no reconoce fronteras. Se extiende a lo largo y ancho del globo, incluso en países orientales, donde la prevalencia de las dietas “tradicionales” venía, en parte, resguardando a la población del consumo excesivo de alimentos procesados y ultraprocesados.

 

La Argentina, líder regional en obesidad
El panorama nutricional de la Argentina no es para nada alentador. Tal como relata el Lic. Sergio Britos, profesor asociado de la Escuela de Nutrición UBA y director del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (Cepea), “el 31% de los niños menores de 6 años, 34,5% de los escolares y 57% de los adultos padecen sobrepeso (según datos de la primera Encuesta Nacional de Nutrición, de la Encuesta Mundial de Salud Escolar y de la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, respectivamente). Además, de acuerdo a una reciente encuesta supranacional (ELANS), la Argentina lidera un conjunto de ocho países de la región en materia de ingesta de azúcares, uno de los típicos nutrientes críticos relacionados con exceso de peso y enfermedades crónicas”. Como si fuera poco, un estudio que realizó Cepea en 2015 entre la población mayor de 18 años muestra que “no más de 17% de la población consume de manera adecuada (conforme a las recomendaciones de las Guías Alimentarias) tres o más (de cinco posibles) grupos alimentarios que conforman una dieta saludable”.

Las manos en la masa
Esta situación, por demás compleja, no es ajena a las compañías vinculadas a las industrias de alimentos y bebidas, protagonistas fundamentales –y muy necesarios– a la hora de luchar contra la ya considerada “pandemia de obesidad”.
Muchas de ellas –principalmente las más relevantes– vienen avanzando en el desafío de implementar estrategias para mejorar la composición nutricional de sus productos y disminuir el consumo de azúcar, grasas y sal, los tres componentes críticos que unánimemente se recomienda minimizar. No es sencillo, claro. Entre otras cosas, porque requiere de cambios lentos, a cuenta gotas, para “acostumbrar el paladar” del consumidor a las nuevas fórmulas.
Algunas compañías definen sus propios sistemas de perfilado nutricional, que sirven de “reguladores” en la elaboración de sus productos (valores máximos de sodio, azúcar, grasas) y fijan metas tendientes a disminuir los componentes críticos. Además, amplían su porfolio con opciones más saludables, enriquecidas, fortificadas o dirigidas a públicos con requerimientos especiales (sin azúcar, con semillas, sin TACC, etc.) y con presentaciones más pequeñas (“porciones controladas”, o “porción justa”), para estimular un consumo más acotado de ciertos productos.
Solo a modo de ejemplos, Arcor ha disminuido entre 55 y 88% el azúcar de sus líneas de flanes, gelatinas y postres, y reporta en su último informe de sustentabilidad una reducción de casi 700.000 kg de sal en 2017 (–7%). Mondelez International eliminó unas 82 toneladas de sal del porfolio local de galletas, y Nestlé acaba de lanzar un Nesquik con 25% menos de azúcar y 50% más de cacao. PepsiCo Alimentos, desde 2006, utiliza aceite alto oleico de girasol en Cheetos, Doritos, Lays, Pehuamar y Kesbun, lo cual disminuye significativamente su contenido de grasa saturada; y, en su negocio de bebidas, el 40% de su porfolio está orientado a variedades sin o reducidas en azúcar. Coca-Cola, por su parte, continúa su estrategia de estimular, mediante política de precios, el consumo de gaseosas sin azúcar. Y la lista continúa.
Desde el sector público, a su vez, el tema del sobrepeso y la obesidad adquirió una relevancia central en los años recientes. El entonces Ministerio de Salud (hoy Secretaría) se propuso tomar cartas en el asunto de manera contundente y, entre las distintas acciones implementadas, creó mesas de diálogo sobre distintos aspectos vinculados a esta problemática y convocó a especialistas e investigadores a que aportaran su visión.
De esta manera, se busca validar científicamente las legislaciones y políticas que finalmente, con más o menos consenso, lograrán implementarse.

María Hernández

Acciones urgentes
Debido al apremio generado por las cifras impactantes de sobrepeso y obesidad relevadas a escala mundial, distintos Gobiernos han avanzado en la implementación de medidas “de shock”, de manera más o menos consensuada con los distintos grupos de interés. Una de las más extendidas es la que refiere al etiquetado frontal de alimentos. ¿De qué se trata?
Para los productos procesados y ultraprocesados, que concentran una importante parte de la dieta actual, el sistema de etiquetado es un factor clave, ya que permite al consumidor tener información sobre la composición del alimento a la hora de elegir el producto en la góndola. En la Argentina, por ejemplo, existe la obligación de detallar cierta información nutricional en el envase del producto (etiquetado trasero), como calorías, grasas, azúcares, sodio, etc., contenidos por porción.
Pero esta información no siempre es fácil de leer y menos aún de interpretar para el consumidor medio. Letra minúscula, parámetros no necesariamente conocidos, datos muchas veces poco claros y confusos no lo ayudan a tomar una decisión informada.
La simplificación parece volverse un imperativo y algunos países han puesto en práctica diferentes herramientas que buscan orientar al consumidor a identificar los productos de acuerdo a sus características nutricionales, de manera rápida y clara –en general, mediante grafismos–.
Si bien hoy solo un puñado de países cuenta con un sistema de etiquetado frontal obligatorio, en América latina la propuesta ha adquirido especial fuerza en los dos últimos años. Ecuador adoptó un sistema de etiquetado frontal tipo semáforo –rojo indica alto contenido de componentes críticos; amarillo, medio, y verde, bajo–, similar al que rige en el Reino Unido. Perú, Chile y Uruguay, en cambio, optaron por un sistema “de advertencia”.
Los casos de Chile y, muy recientemente Uruguay, son emblemáticos y pusieron en alerta a la industria de alimentos y bebidas. Allí, la nueva legislación exige advertir con octógonos negros si un producto tiene altos contenidos de azúcar, grasas saturadas, sodio y/o calorías –de acuerdo a perfiles nutricionales o parámetros establecidos–. Así, un producto puede tener uno o varios sellos negros, dependiendo de cuántos sean los componentes que se presentan en exceso. Como complemento, en casos como el de Chile, se prohibió la entrega de juguetes en golosinas, se reguló la venta en kioscos escolares y la promoción de ciertos productos en programas de televisión infantiles.

De perfiles y etiquetados
Tal como explica el Lic. Sergio Britos, el sistema de etiquetado frontal de alimentos (o ENFE, por etiquetado nutricional en el frente del envase) refiere a un esquema de presentación sintética y práctica, a primera vista, de la información nutricional más relevante de alimentos y bebidas. “Se destaca en la etiqueta frontal poca pero significativa información.
Habitualmente la que refiere al contenido de calorías y tres nutrientes críticos: sodio, ácidos grasos saturados y azúcar –indica–. Cada sistema ENFE se vale de los llamados sistemas de perfiles nutricionales: un conjunto de valores umbrales o criterios de evaluación del contenido de nutrientes críticos y esenciales”. De acuerdo al perfil nutricional adoptado, los ENFE comunicarán la calidad nutricional de cada producto y permitirá al consumidor una compra más razonada e informada”.
Sin embargo, la definición de los perfiles nutricionales y los sistemas de etiquetado que se implementen no es tarea sencilla, ni libre de debate. Si bien hay consenso respecto de qué es una dieta saludable, no lo hay respecto de si un alimento lo es o no–. “Existen 94 sistemas de perfilado diferentes –asegura la Lic. María Hernández, nutricionista de Cesni y co-autora del libro Sistemas de perfilado nutricional (2018), que surge como resultado de dos años y medio de investigación–. Esto significa que hay, por lo menos, 94 maneras de clasificar cuán saludable es un alimento y muestra que no existe consenso en determinar qué alimentos son saludables y cuáles no”. ¿Por qué? “Porque cobra relevancia el peso que cada alimento tiene dentro de una dieta, o sea, cuánto se consume –frecuencia y cantidad–, y no solo los nutrientes críticos que contiene”, indica la especialista. Este no es un dato menor; más bien, es la base de las principales controversias en la materia.

No es sí o no; es cuál
Así las cosas, la necesidad de implementar un sistema de etiquetado frontal ya no está en discusión. Los distintos actores vinculados a la salud y al segmento de alimentos y bebidas concuerdan en que, más temprano que tarde, deberá concretarse. El gran debate es cuál elegir. ¿Es más adecuado un sistema de advertencia, que alerta, exclusivamente, sobre los componentes críticos que el alimento contiene? ¿O bien un sistema que contemple, además, sus componentes beneficiosos para la salud?
“Como principio ordenador, es importante plantearse con qué objetivo se implementará un sistema de etiquetado –refuerza María Hernánez, en entrevista con Mercado–. Si se busca educar al consumidor en la elección de alimentos más saludables, se deben contemplar los nutrientes a limitar y los nutrientes a promover. Pero si por la grave prevalencia del sobrepeso y obesidad se busca, en principio, desesperadamente, limitar el consumo de alimentos que están excedidos en componentes críticos, un sistema de advertencia puede resultar útil”, indica la especialista.

Solo una medida más
Varios son los consensos que existen entre los especialistas consultados en la materia. Uno de ellos es que, antes de elegir, resulta imperioso investigar y estudiar en profundidad las opciones disponibles en cuanto a sistemas de perfilado nutricional y etiquetado frontal y, por supuesto, tener en cuenta las particularidades de cada país. La reciente publicación de la Lic. María Hernández es clave en este sentido, al reunir nada menos que 94 opciones, y permitir ampliar el espectro a la hora de elegir la más adecuada a cada país.
“Adoptar un ENFE (lo que supone también un sistema de perfiles nutricionales), indica el Lic. Britos, debe ser el resultado de un proceso muy bien documentado, basado en evidencia local sobre el consumo y la disponibilidad de alimentos y estudios realizados en la población sobre su preferencia por modelos alternativos, comprensión y utilización de la información provista por el sistema”.
Para la Lic. María Rita Garda, directora de la Escuela de Nutrición de la UBA, si bien cada una de las nuevas opciones existentes presenta controversias, lo central es que se adapte a las necesidades y características propias de cada país. “Idealmente, los puntos de corte utilizados para definir los alimentos ‘altos en’ debieran estar directamente relacionados con las recomendaciones de las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA). Como así también promover el aumento de nutrientes deficitarios como el calcio, hierro, fibra y vitamina D”, considera.
Otro punto crucial que destacan los especialistas refiere a que, para que los resultados sean realmente efectivos, la implementación de un sistema de etiquetado frontal debe considerarse como una herramienta más entre diversas estrategias necesarias, y siempre deberá estar enmarcado en un programa general que contemple los múltiples factores que entran en juego a la hora de mejorar el panorama nutricional y de salud de la población.
“La discusión se centra en si el etiquetado responderá solo al modelo de advertencia ante el consumo de alimentos con elevado contenido de nutrientes ‘a limitar’, como el modelo implementado en Chile, o que refiera a modelos de resumen de información, (nutrientes a limitar y a promover), como el sistema adoptado en Francia (NutriScore o 5 Colores), basado en la calidad nutricional global del alimento”, reflexiona Garda. Sin embargo, “es fundamental que una política pública como la de etiquetado frontal se acompañe de otras que promuevan entornos saludables y que se desarrollen con fuerza estrategias de comunicación y educación alimentaria nutricional especialmente orientadas a la elección de alimentos. Asimismo, es recomendable que, una vez adoptado uno, se mida su impacto en las elecciones alimentarias, la formulación de alimentos, la oferta del mercado, su caracterización y su impacto a largo plazo en la calidad de dieta –relata la especialista–. Así, el etiquetado frontal debería erigirse como una estrategia más entre otras vinculadas a la necesidad de promover una alimentación de mejor calidad a través de educación nutricional, promoción de actividad física, restricciones a la publicidad de alimentos dirigidos a niños en particular, comunicación y marketing responsable, promoción de entornos saludables, incentivos económicos y regulaciones, utilizando como base algún sistema de perfiles de nutrientes (SPN)”, indica.
Para Britos, es central coordinar las intervenciones y hacerlas convergentes; “el etiquetado solo es una medida, una más de un conjunto, que debe articularse con escuelas que sean saludables, que ofrezcan buenos desayunos, comidas y agua; con un mercado de hortalizas y frutas más ordenado, formal y más amplio en su oferta; con precios accesibles y menor carga impositiva en los alimentos más saludables y de consumos bajos, y con profusa educación alimentaria en las escuelas”, asegura el experto.

Cuestión de cantidad
Además de la necesaria convergencia entre regulaciones, medidas y políticas públicas, y el tener en cuenta las preferencias de los consumidores, otro punto central que surge del debate sobre el sistema de etiquetado frontal a adoptar es la incidencia real que ciertos productos tienen dentro de una dieta.
“Está claro –reflexiona Britos– que cualquier sistema que termine adoptándose tiene que mostrar efectividad en lograr dos cosas simultáneas: informar la conveniencia de un consumo más ocasional o moderado de aquellos alimentos o bebidas de consumo más frecuente y excesivo y que, a la vez, tienen valores altos de azúcares y sodio en particular (estos productos, en la alimentación promedio de nuestra población, no son más de cuatro, a lo sumo cinco); y no desalentar el consumo de alimentos que contienen lácteos (dados sus bajos volúmenes de consumo actual) o que son o pueden ser fuente de fibra o vehículo de hortalizas y frutas –explica–. Lograr estos dos efectos simultáneos requiere un buen diagnóstico y fino equilibrio entre los alimentos disponibles, ya que no tiene sentido limitar al consumidor la elección de productos de su preferencia (y restar competitividad al mercado y la economía) si es que ellos no tienen alta incidencia en los excesos de nutrientes críticos. Esto implica no discriminar innecesariamente productos que algunos suponen poco saludables, pero sin base en evidencia, como algunas galletitas, chocolates, quesos o yogures, cuya real penetración y frecuencia en la alimentación les resta totalmente incidencia en el problema. A manera de ejemplo, el azúcar que se agrega a infusiones y el de las bebidas azucaradas representan casi el 60% del total de azúcares ingeridos, mientras que clásicos como el dulce de leche o el chocolate no suman más del 3%. Es bien elocuente”, enfatiza.
Es que, para el investigador, el consumo excesivo de nutrientes críticos es solo una parte del problema. De acuerdo a otro trabajo reciente de Cepea, si bien es claro el exceso de azúcares en bebidas y alimentos (+45% respecto de la recomendación) existe, paralelamente, un déficit promedio de hortalizas, frutas, lácteos y granos, cereales integrales y legumbres (medido en unidades de densidad o calidad nutricional) de nada menos que 66%, y un exceso de almidones de baja calidad (pobres en fibra) en igual porcentaje. “Este trabajo configura una buena síntesis del problema de dieta poco saludable de millones de argentinos: lo mismo que falta de un lado de la balanza (el lado más saludable), sobra en términos de almidones y a ello se suma el exceso de azúcares en la dieta. Debe encontrarse la forma de mejorar la calidad de dieta de la población; abordar de manera integral aquellos tres problemas, y no solo uno de ellos”, asegura Britos. Y advierte que esta situación se extiende en todas las regiones del país y niveles socioeconómicos, y que el propio Estado contribuye al problema, debido a los pobres programas de alimentación escolar.

Un debate abierto
“Cualquier sistema de etiquetado fuerza naturalmente a la industria a reformular sus productos para estar mejor posicionados en el sistema ENFE –analiza Britos, como conclusión–. La lógica de ese proceso de reformulación es que el mismo sea posible, o sea, que el etiquetado, en base a sus sistemas de perfiles nutricionales, admita gradientes de nutrientes críticos, un rango que va desde el ‘alto’ contenido a uno más bajo que sea tecnológicamente factible, entendible para los consumidores y que el proceso mismo de reformulación no termine incidiendo en un precio que le reste al producto accesibilidad por parte de los consumidores con ingresos bajos”, previene. “En síntesis, es necesario avanzar hacia una regulación de etiquetado frontal que contemple objetivos de corto plazo: inducir procesos competitivos de reformulación de productos, ampliar la oferta disponible para los consumidores. Pero también objetivos de largo plazo: que el uso del etiquetado promueva en la gente compras mejor informadas, perdurables en el tiempo y combinadas con otros cambios en su alimentación de manera que la calidad final de la misma mejore y no solo que se dejen de consumir unos pocos productos que inciden poco en medidas de calidad nutricional”, considera el especialista.
El problema es que, tal como señala la Lic. Hernández, nadie tiene la bola mágica como para saber qué pasará si se aplica un sistema u otro, y los pocos perfilados frontales obligatorios implementados –nueve en el mundo– tienen como máximo cuatro o cinco años de experiencia, por lo cual es muy temprano para evaluar los efectos.
El debate en la Argentina de hoy está candente.
Producto de las experiencias cercanas de Chile y Uruguay y del empuje que desde las autoridades de Salud de la Nación vienen dando a iniciativas “de shock”, las compañías que conforman el sector de producción de alimentos si bien concuerdan en la necesidad de una legislación de etiquetado frontal, advierten sobre el peligro de “demonizar” ciertos alimentos si solo se tiene en cuenta la cantidad de componentes críticos que contienen y no otros factores, como su valor nutricional general o su peso relativo –su relevancia– en la dieta diaria de los consumidores.
El sector público, por su parte, aunque aún se encuentra en proceso de evaluación, muestra una tendencia a seguir los sistemas “de advertencia” recientemente adoptados por Chile, Perú y Uruguay porque, de acuerdo a su visión, parecen ser los más claros y útiles para modificar el patrón de compra e incentivar el consumo de alimentos más saludable.
A continuación, la palabra de unos y otros, en extensión y en profundidad, como nunca antes se ha presentado.


Los sistemas más difundidos

Si bien, existe una diversidad de opciones a la hora de elegir un sistema de etiquetado frontal, unas pocas reúnen la mayoría de adeptos. “Es común que los sistemas ENFE se acompañen de sistemas gráficos o grafismos –cuenta el Lic. Sergio Britos–. Los más comunes son las llamadas “pilas” que informan el contenido de cada nutriente, una al lado de la otra (sistema conocido como GDA, por Guías Diarias de Alimentos); los sistemas basados en el semáforo, que traducen el contenido de cada nutriente crítico a colores verde, amarillo y rojo según corresponda a rangos bajo, medio o alto, respectivamente; o los llamados sistemas interpretativos, que establecen puntajes para cada alimento basados en todo su perfil nutricional (los nutrientes críticos y los esenciales) y los traducen gráficamente a sistemas de colores (ejemplo, el Sistema 5 Colores francés) o a “estrellas” (como en Australia y Nueva Zelanda).

Fuente: Cantidad diaria recomendada de cada grupo de alimentos (excluyendo agua).
Fuente: Arcor, con base en Guía Alimentaria para la Población de Argentina.


La voz del sector privado

“No se trata de prohibir, sino de educar”

La Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (COPAL) tiene mucho que decir y pide ser convocada por el Gobierno para consensuar decisiones. Alerta, además, sobre las consecuencias que un sistema de etiquetado de advertencia pueda ocasionar, en distintos planos.

Por Carina Martínez

Las recientes experiencias de vecinos como Chile y Uruguay encendieron una alarma en las compañías productoras de alimentos y bebidas. Una legislación restrictiva y un etiquetado frontal de advertencia, similar al implementado en dichos países, tendrían no pocas consecuencias para las marcas. No solo por la fuerza visual de los “sellos negros” en los frentes de los envases –si se siguiera un modelo de octógonos como en los casos mencionados– sino por las normativas que suelen venir en el paquete, como la regulación de la pauta publicitaria vinculada a niños y de la venta en kioscos escolares.
Como partícipe central de este proceso, Mercado ha convocado a COPAL, entidad que reúne a cámaras de la industria de alimentos y bebidas de Argentina, en el marco de este informe especial sobre etiquetado frontal. Y responde, sin medias tintas, desde la voz de su presidente, Daniel Funes de Rioja.

–¿De qué manera trabajan las empresas del sector alimentario para fomentar una alimentación más saludable en la población argentina?
–Las empresas y cámaras reunidas en COPAL forman parte de una de las experiencias más valiosas y vanguardistas de la región: la reducción de sodio en algunos productos da cuenta de ello. De hecho, es el primer programa de esta magnitud en donde sector público y privado articulan esfuerzos, voluntad y, el sector privado aplica la tecnología más avanzada para poder brindar productos más saludables a la población. Asimismo, a las reducciones de sodio a las que también deben agregarse las de grasas trans, se suma el desarrollo de nuevos productos y la reformulación de los ya existentes en el mercado atendiendo a las necesidades y demandas de los consumidores. También, varias empresas han puesto en marcha diversos programas para generar hábitos de vida más saludables integrando la actividad física, promoviendo la alimentación equilibrada y saludable, desmitificando la demonización de los alimentos elaborados por la industria y enfatizando la importancia de adquirir hábitos saludables: no se trata de prohibición, sino de educación.

–¿Cuáles fueron los avances y cuáles son los desafíos que aún quedan pendientes?
–Hay un largo camino recorrido con experiencias de articulación público-privada. Desde 2008, se comenzó a trabajar en el marco del programa “Argentina libre de grasas trans” y en 2011 COPAL firmó un convenio junto con los ministerios de Salud y de Agroindustria para trabajar mancomunadamente en la reducción de sodio en algunos productos que, actualmente y gracias al trabajo intersectorial, sigue su ejecución con gran éxito.
En 2016, la industria de alimentos y bebidas (IAB) representada en COPAL renovó su compromiso al suscribir un nuevo convenio con los mismos ministerios para abordar integralmente diversas acciones tendientes a promover una alimentación saludable. En el mismo se establecen una serie de compromisos referidos a reducción de determinados nutrientes bajo metodología ya explorada con la reducción de sodio, aunar esfuerzos en pos de difundir y promocionar iniciativas sobre hábitos saludables, trabajar conjuntamente en compromisos respecto a publicidad dirigida a niños, trabajar en mejorar la oferta de porciones individuales, entre otras cosas.
El trabajo articulado en este marco fue realizado durante fines de 2016, principios de 2017 y, desde ese momento, la IAB aguarda ser convocada para avanzar en la discusión de los compromisos asumidos por las tres partes. Por otra parte, el trabajo articulado sobre etiquetado frontal de alimentos y marketing y publicidad son los grandes desafíos que están pendientes de ser abordados. En este sentido, COPAL avanzó en dos propuestas: una sobre autorregulación de publicidad y una segunda vinculada al etiquetado frontal de alimentos.

–¿Qué consideraciones deberán tenerse en cuenta a la hora de seleccionar un sistema de etiquetado frontal de alimentos?
–COPAL considera que al momento de seleccionar un sistema de etiquetado frontal deben tenerse en cuenta las siguientes consideraciones:
• Todos los alimentos pueden ser incluidos en la alimentación siempre y cuando sean consumidos en cantidad y frecuencia que garanticen variedad y equilibrio, y estén acompañados de actividad física.
• La educación nutricional es fundamental para fortalecer el entendimiento por parte de la población respecto del etiquetado nutricional, su utilidad y con ello, la toma de decisión de compra y/o consumo.
• La propuesta sobre etiquetado debe contar con respaldo científico que fundamente los criterios establecidos.
• No deben desatenderse las recomendaciones del Código Alimentario.
• La propuesta de rotulado debe permitir al consumidor hacer una elección informada (clara, simple y fácil). Deber permitir la libre elección del consumidor y su empoderamiento.
• La información nutricional debe estar expresada por porción del producto tal como se indica actualmente, en la Tabla Nutricional, de acuerdo a la reglamentación vigente.
• Los nutrientes a considerar como complemento al valor calórico deben ser azúcares, grasas saturadas y sodio.
• Ningún cambio o propuesta sobre rotulado debe afirmar, sugerir o implicar la demonización de los alimentos. No existen alimentos buenos o malos.
• Es importante la armonización regulatoria a los efectos del intercambio comercial y la armonización en el Mercosur.

–¿Qué sistema de etiquetado de alimentos considera que es el más adecuado para la Argentina de hoy?
–La IAB ha presentado su propuesta de etiquetado frontal, la cual consta de un sistema de iconos gráficos en el panel principal del envase, donde el porcentaje de valor diario dentro de los íconos de sodio, azúcares totales y grasas saturadas se visualiza en color. Este sistema se conoce como GDA (Guías Diarias de Alimentación) con colores.
El sistema propuesto es informativo, ya que consideramos que los alimentos, cuando son consumidos cumpliendo con las recomendaciones de las guías alimentarias, no ofrecen ningún riesgo para la salud, por lo tanto, no corresponde declarar ningún tipo de mensaje negativo, como lo hacen los sistemas de advertencia.

–¿Cuáles fueron las consecuencias de la implementación del sistema de etiquetado implementado en países como Chile?
–Copal no acuerda con ninguna iniciativa que tienda a discriminar a un grupo de alimentos, como en este caso los alimentos envasados. La IAB reunida en COPAL acuerda con la promoción de una alimentación balanceada y variada, la cual puede estar compuesta por una diversidad de alimentos que el consumidor debe estar lo suficientemente educado y sensibilizado para elegir y combinar en función de sus necesidades y gustos específicos.
Modelos de etiquetado de advertencia como el implementado en Chile no solo demonizan alimentos que las autoridades bromatológicas han aprobado y, por ende, declarado como aptos para su consumo, sino que además no brindan información con el fin de guiar al consumidor en una elección consciente. Este modelo alerta sobre el contenido de un nutriente, que según parámetros totalmente arbitrarios y sin ningún tipo de sustento científico, han sido por ellos preestablecidos.
Además, entendemos que este tipo de acciones son medidas aisladas que no logran resolver la problemática integral de la obesidad y el sobrepeso, no se encuentran contemplados los alimentos de elaboración casera como tampoco los elaborados de manera más artesanal como por ejemplo panaderías o deliveries. Entendemos que la malnutrición (tanto la desnutrición como el sobrepeso y obesidad) es una problemática multifactorial que debe ser abordada integral e intersectorialmente con la implementación de diversas acciones. Un factor diferencial en la lucha y prevención contra la malnutrición es la educación al consumidor no solo en hábitos saludables sino también en cómo leer las etiquetas de los alimentos donde la industria declara todo contenido dando cumplimiento a la normativa vigente.


CIPAM: la industria de alimentos cierra filas en Brasilia

En el mes de julio pasado, las entidades integrantes de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios del Mercosur (CIPAM), ABIA por Brasil, COPAL por Argentina, CIALI por Uruguay, CEPALI y CABE por Paraguay, se reunieron en Brasilia y dieron a conocer un documento que manifiesta su postura respecto de las nuevas regulaciones que se vienen implementando en los países de la región.
“En esta jornada de construcción colectiva y perfeccionamiento continuo, la industria de alimentos y bebidas del Mercosur manifiesta la disposición de trabajar de manera articulada y armónica con los Gobiernos y demás agentes de la región en la definición de un modelo de etiquetado nutricional que sea informativo, educativo y eficiente”, indicaron.
“La industria de alimentos y bebidas reunida en CIPAM comparte que es este el ámbito para comenzar el debate y preservar el espíritu de integralidad que impulsó la creación del Mercosur. En este sentido, también destacamos que la elaboración de un etiquetado frontal de alimentos debe ser producto de un intercambio que debe involucrar transversalmente a todos los actores incluyendo a los puntos focales de los Ministerios de Producción y Agroindustria para considerar todas las implicancias y los impactos que esto trae aparejado en la producción, el comercio y el consumo. Esta iniciativa debe involucrar insoslayablemente a la industria. La participación de todos los sectores es sustancial para lograr una visión compartida y mitigar los riesgos de abordar una problemática sin una perspectiva sistémica”.
“Por todo lo anteriormente detallado, resaltamos la necesidad de converger en normas para alcanzar acuerdos amplios que eviten obstáculos al comercio y que tiendan a acciones que permitan alcanzar el objetivo de disminución del sobrepeso y la obesidad en nuestros países”, concluyeron.


La voz del sector público

“No se resuelve solo con educación”

Ante las cifras alarmantes de sobrepeso y obesidad que presenta el país, las máximas autoridades de salud de la Nación no se quedaron de brazos cruzados. Convocaron a expertos, se analizaron múltiples alternativas y se avanzó en la definición de un sistema de etiquetado frontal de alimentos que contribuya a una elección más informada por parte del consumidor.

Por Carina Martínez

Al ser convocado por Mercado, el entonces Ministerio de Salud* (hoy Secretaría) dio respuestas claras y en detalle sobre la discusión en torno al etiquetado frontal de alimentos. Verónica Schoj, directora nacional de Promoción de la Salud y Control de Enfermedades Crónicas No Transmisibles, es quien toma la palabra para esta este informe especial.

–¿Cuál es el objetivo primordial del Ministerio de Salud a la hora de evaluar una legislación de etiquetado frontal de alimentos?
–El objetivo principal es brindarle al consumidor una información oportuna, clara, precisa y no engañosa. Desde el Ministerio de Salud tenemos como propósito, a la hora de evaluar una legislación, que esta no solo tenga en cuenta la inocuidad de los alimentos (control de peligros asociados a la contaminación) sino que incorpore la dimensión de calidad nutricional. Es decir, un objetivo principal es que a través del etiquetado se pueda identificar de manera simple los alimentos que tienen alto contenido de nutrientes críticos, como son el azúcar, las grasas y la sal (sodio).
En Argentina, por ejemplo, se consume el triple de azúcar agregada recomendada y el doble de sal. Nuestro objetivo como Dirección Nacional de Promoción de la Salud y Control de Enfermedades No Transmisibles es prevenir este tipo de enfermedades y generar un etiquetado frontal claro para todas las personas.
Las principales características de un etiquetado frontal para proteger la salud son, entre otras, ser fácilmente visible, que se entienda claramente y en muy poco tiempo, y que ayude a elegir alimentos más saludables. Para que capture la atención del consumidor, su diseño tiene que ser simple, de un tamaño adecuado, estar en el frente del paquete, tener un color que contraste con el resto de los colores del envase, que sus bordes sean bien delineados y tenga letra clara. Tiene que brindar la mínima información necesaria, de manera clara y que no sea engañosa ni se preste a confusión.

–¿Por dónde pasa la discusión sobre este tema en las propuestas legislativas y en el trabajo en comisiones? ¿Cuáles son las iniciativas más destacadas?
La discusión para por tres aspectos: qué tipo de etiquetado se quiere, con qué puntos de corte y cuáles son los plazos para la implementación.
Definir qué tipo de etiquetado frontal queremos significa determinar, junto con el punto de corte, cuándo un producto es alto en un nutriente crítico. Existe un consenso pleno en los ministerios, entre los legisladores, en los organismos internacionales y las organizaciones nacionales que trabajan la temática: el etiquetado frontal es una necesidad.
No cualquier etiquetado frontal es eficaz. Existen distintos tipos: el de sistemas de advertencia, que pone foco en los nutrientes críticos altos, informa “alto en azúcar, grasas o sal”. Es el elegido por Chile y Perú [actualmente también Uruguay].
También hay etiquetados que resumen la calidad nutricional del alimento, es decir, ofrece un balance entre lo bueno y lo malo que tiene el alimento. Por ejemplo: si el alimento tiene azúcar y tiene grasas que es malo, pero también tiene fibra o tiene proteína, se hace un promedio. Y por último está el GDA, más conocido como semáforo, que demostró ser confuso. La mayoría de los proyectos legislativos propone el sistema de advertencia, que es el más eficaz.
En relación al tipo de etiquetado, la discusión legislativa pasa también por cómo se define un alimento “alto en” grasa, azúcar o sodio (sal), es decir a través de un perfil de nutrientes.
Los proyectos de ley, en general, fundamentan dos grandes objetivos de salud pública: prevenir la obesidad y las enfermedades crónicas, por eso se pone el acento en que el etiquetado frontal se enfoque en visibilizar el azúcar, la grasa y el sodio de los alimentos; y proteger el derecho de los consumidores, es decir, información clara para que la persona sepa qué es lo que está consumiendo.
Tenemos gran heteregoneidad. Se presentaron decenas de proyectos de ley sobre la temática de obesidad en la Argentina. En materia de rotulado, hay algunos proyectos que se enfocan solo en etiquetado y otros que incorporan el etiquetado como una política más dentro de un conjunto de medidas para prevenir la obesidad. Todos demuestran la necesidad de profundizar la discusión en el Congreso con contenido técnico, para garantizar que sea un proyecto que realmente mejore la salud pública y este basado en evidencia científica.

–¿De qué manera se enmarca una legislación sobre etiquetado frontal en una política pública más amplia, que estimule un mejor desarrollo nutricional de los habitantes?
–El etiquetado frontal no es una política que aisladamente tenga el poder para revertir la epidemia de obesidad, sino que es una medida dentro de un conjunto de políticas. Todas estas medidas, implementadas de manera integrada, tienen el propósito de reducir o al menos detener la epidemia de obesidad y modificar el comportamiento alimentario. Pero el etiquetado tiene una particularidad: funciona como punta de lanza para definir las otras políticas que tenemos que impulsar en materia de prevención de obesidad.
Dicho sistema de etiquetado protege el derecho de los consumidores a estar informados y por ende, a elegir alimentos más saludables. Esto para lo que tiene que ver con la elección de alimentos envasados que tienen etiqueta: los productos procesados y ultraprocesados. Además de esto, las políticas públicas incluyen la promoción del consumo de alimentos frescos y naturales, a través de políticas de precios y de disponibilidad, entre otras.
Otro aspecto importantísimo es la restricción del marketing; restringir la publicidad, promoción y patrocinio de alimentos y bebidas no saludables para proteger, en especial, a la población infantil.
En resumen, son cinco las políticas públicas que necesitamos llevar adelante: 1) etiquetado frontal, 2) políticas para promover el acceso y disponibilidad de alimentos frescos y saludables, 3) restricción de publicidad, promoción y patrocinio de alimentos y bebidas con bajo contenido nutricional, 4) regulación de los entornos, especialmente los escolares, para que promuevan hábitos saludables y una alimentación variada y nutritiva y 5) las políticas fiscales para desestimular la producción y venta de productos no saludables y generar subsidios y beneficios fiscales para los productos frescos y naturales.
Además de estas cinco políticas, existen otras medidas que no necesariamente tienen que ver con leyes del Congreso sino que son más del nivel Ejecutivo como, por ejemplo, garantizar calidad nutricional en los planes de asistencia alimentaria que brinda el Ministerio de Desarrollo Social y los ministerios provinciales, para garantizar no solamente que se mitigue el hambre de las poblaciones vulnerables sino que se garantice calidad nutricional de estas poblaciones que son las que más sufren la desnutrición por exceso de peso.
Otra política que tampoco requiere regulación es una estrategia nacional de campañas de sensibilización y comunicación sobre la problemática y educación alimentaria y nutricional en todos los niveles: inicial, primario y secundario. El propósito es que los agentes multiplicadores, como son docentes y equipos de salud, tengan herramientas para capacitar y concientizar a las poblaciones con las que trabajan en materia de alimentación saludable. Para ello el Ministerio de Salud de Nación elaboró las Guías Alimentarias Nacionales y un Manual Multiplicador con una gráfica muy didáctica de los grupos de alimentos y 10 mensajes que son recomendaciones acerca de cómo comer más sano.
Todas estas medidas tienen que acompañar las regulaciones. La regulación es fundamental para terminar con la obesidad y la malnutrición. No alcanza con la educación. Las campañas son necesarias para concientizar a la población pero los cambios de comportamiento son muy difíciles de lograr si no hay un marco regulatorio que ayude a igualar oportunidades y derechos. Las políticas garantizan modificar los entornos y regular los productos para facilitar decisiones individuales en un contexto de mayor igualdad pero no se resuelven solo con educación.

–¿Qué tipos de normativas respecto de etiquetado frontal de alimentos son los más aceptados en el mundo? ¿Cómo se vinculan las propuestas con las especificidades de cada país?
–La experiencia muestra que los sistemas de advertencia, que informan “alto en” azúcar, grasas o sal, como el adoptado primero por Chile y recientemente por Perú, parecen ser los más claros, simples y que mejor y más rápido ayudan al consumidor a comprender y elegir alimentos más saludables. También Uruguay y Canadá están considerando adoptar este mismo sistema tipo advertencia [Uruguay lo adoptó días pasados]. En cambio el sistema del Reino Unido, conocido como Semáforo (o GDA con colores) ha demostrado ser muy confuso y la población no lo entiende por lo cual no le ayuda a tomar decisiones más saludables.
Asimismo, Brasil, México y Argentina hicieron revisiones de bibliografía y llegaron a la conclusión que la evidencia científica muestra que el etiquetado frontal tipo advertencias sería el más efectivo. No solo porque es el más claro y el más fácil de entender sino porque es el único que ha demostrado fehacientemente que modifica el patrón de compra y además es entendido por niños, niñas y adolescentes y por personas con bajo nivel educativo, todos ellos grupos de alta prioridad para reducir inequidades en salud.
En el caso de Argentina, dicha revisión bibliográfica es un documento interno todavía que el Ministerio de Salud de la Nación está discutiendo con los ministerios de Agroindustria y Producción y ONG en el marco de la Comisión Nacional de Obesidad y se llega a una conclusión similar: se evaluaron distintos estudios y el que parece ser más simple, más claro y más útil para modificar el patrón de compra y estimular el consumo de alimentos más saludables es el etiquetado de advertencias. En Argentina estamos evaluando lo mismo que en otros lugares del mundo.
Recientemente ministros de Salud del Mercosur firmaron un acuerdo en Paraguay sobre principios para impulsar políticas de etiquetado frontal de alimentos, y sobre seguridad alimentaria y nutricional para fortalecer la vigilancia y control de la obesidad. Estamos compartiendo experiencias, principios y normativas y evaluando y trabajando intersectorialmente, a escalas internacional y nacional, cuál es el etiquetado más acorde para nuestro país.

 

*La nota fue realizada días antes de que el Ministerio de Salud pasara a la categoría de Secretaría. Se ha conservado el desarrollo original para mantener la fidelidad de las referencias.

 

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