La salud de los ejecutivos viajeros

Las empresas gastan, en Estados Unidos, US$ 400.000 millones al año en viajes. Investigan y analizan cómo hacer para reducir esos costos pero no prestan atención a los daños de salud que provoca esa “vida en movimiento”.

26 mayo, 2004

Por “viaje frecuente” se entiende seis o más viajes de negocios
al año, cada uno de por lo menos tres días. Se sabe que los viajeros
frecuentes experimentan cansancio corporal y mental, desórdenes en el sueño
y en la alimentación, problemas respiratorios y síntomas psicosomáticos
entre otras muchas afecciones.

Después del repentino ataque al corazón que costó la muerte
a James R. Cantalupo, presidente de McDonald´s, uno de sus ex ejecutivos, comentó
que Cantalupo había estado viajando mucho últimamente y “ésa
es una de las cosas más estresantes que existen”.”

El Banco Mundial hizo un estudio sobre los efectos del estrés provocado
por los viajes. En un análisis de 1997 sobre 10.000 reclamos médicos
que presentaron los empleados por enfermedades físicas y psíquicas,
descubrió que la tasa de problemas era 80% más alta para viajeros
internacionales varones y 18% más alta para viajeras internacionales mujeres
de la que correspondía a colegas no viajeros.

El banco descubrió también que los empleados que realizaban cuatro
o más viajes al año tenían tres veces más de posibilidades
que los no viajeros de necesitar ayuda psicológica por problemas de ansiedad
y reacción aguda al estrés.

Las empresas deberían tomar en cuenta la carga que ponen sobre algunos
empleados. También deberían entrenar a los viajeros, incluso a los
más acostumbrados, sobre lo que hay y no hay que hacer en tierras extranjeras.
De todas maneras, para la mayoría de los viajeros frecuentes, el riesgo
de cometer un error cultural empalidece frente a la más cotidiana lucha
con los trámites en los aeropuertos.

La mayoría de los ejecutivos pueden salvarse de pequeñas molestias
como asientos estrechos o bebés que chillan refugiándose en “business
class”, pero otros problemas no desaparecen tan fácilmente, como
la deficiente calidad del aire.

Diana Fairechild, una ex camarera de avión que escribe y asesora sobre
los riesgos de volar, dice que muchas veces las personas que viajan frecuentemente
no logran asociar sus viajes con algunas enfermedades crónicas que los
aquejan, como fatiga o alergias. A ella le llevó años darse cuenta
de que era alérgica a los pesticidas que se pulverizan en las cabinas
de los aviones.

El estrés, además, no termina cuando termina el viaje. Los investigadores
dicen que muchos ejecutivos sufren de “resaca viajera” cuando llegan
a casa, con síntomas como ausentismo, mal desempeño y dificultad
para reajustarse a la vida familiar.

Jim Striker, clínico psicólogo del Departamento de Servicios Sanitarios
del Banco Mundial, dice que el banco recomienda para los empleados no más
de 90 días de viaje por año calendario, y que ninguno de los viajes
supere los 30 días. Además, cuando un viaje toma más de
nueve horas, el empleado tiene derecho a tomarse 24 horas de licencia.

Por “viaje frecuente” se entiende seis o más viajes de negocios
al año, cada uno de por lo menos tres días. Se sabe que los viajeros
frecuentes experimentan cansancio corporal y mental, desórdenes en el sueño
y en la alimentación, problemas respiratorios y síntomas psicosomáticos
entre otras muchas afecciones.

Después del repentino ataque al corazón que costó la muerte
a James R. Cantalupo, presidente de McDonald´s, uno de sus ex ejecutivos, comentó
que Cantalupo había estado viajando mucho últimamente y “ésa
es una de las cosas más estresantes que existen”.”

El Banco Mundial hizo un estudio sobre los efectos del estrés provocado
por los viajes. En un análisis de 1997 sobre 10.000 reclamos médicos
que presentaron los empleados por enfermedades físicas y psíquicas,
descubrió que la tasa de problemas era 80% más alta para viajeros
internacionales varones y 18% más alta para viajeras internacionales mujeres
de la que correspondía a colegas no viajeros.

El banco descubrió también que los empleados que realizaban cuatro
o más viajes al año tenían tres veces más de posibilidades
que los no viajeros de necesitar ayuda psicológica por problemas de ansiedad
y reacción aguda al estrés.

Las empresas deberían tomar en cuenta la carga que ponen sobre algunos
empleados. También deberían entrenar a los viajeros, incluso a los
más acostumbrados, sobre lo que hay y no hay que hacer en tierras extranjeras.
De todas maneras, para la mayoría de los viajeros frecuentes, el riesgo
de cometer un error cultural empalidece frente a la más cotidiana lucha
con los trámites en los aeropuertos.

La mayoría de los ejecutivos pueden salvarse de pequeñas molestias
como asientos estrechos o bebés que chillan refugiándose en “business
class”, pero otros problemas no desaparecen tan fácilmente, como
la deficiente calidad del aire.

Diana Fairechild, una ex camarera de avión que escribe y asesora sobre
los riesgos de volar, dice que muchas veces las personas que viajan frecuentemente
no logran asociar sus viajes con algunas enfermedades crónicas que los
aquejan, como fatiga o alergias. A ella le llevó años darse cuenta
de que era alérgica a los pesticidas que se pulverizan en las cabinas
de los aviones.

El estrés, además, no termina cuando termina el viaje. Los investigadores
dicen que muchos ejecutivos sufren de “resaca viajera” cuando llegan
a casa, con síntomas como ausentismo, mal desempeño y dificultad
para reajustarse a la vida familiar.

Jim Striker, clínico psicólogo del Departamento de Servicios Sanitarios
del Banco Mundial, dice que el banco recomienda para los empleados no más
de 90 días de viaje por año calendario, y que ninguno de los viajes
supere los 30 días. Además, cuando un viaje toma más de
nueve horas, el empleado tiene derecho a tomarse 24 horas de licencia.

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