Hitler, Stalin, Sinclair Lewis y sus modernos plagiarios

El actual interés en el nacionalsocialismo “genera malas copìas de Lewis”, comentaba Harold Bloom, célebre crítico. Se refería a su “It can´t happen here” y a tres libros recientes. Pero también se revisa el antisemitismo estalinista.

12 diciembre, 2005

Premio Nobel de literatura 1930, Sinclair Lewis –“novelista político”, lo llamó Truman Capote- publicó en 1935 una obra inspirada por los tempranos excesos del III Reich. Se llamaba “It can´t happen here” (“Aquí no puede pasar”) y su argumento era aterradoramente profético, sostenido en un estilo afín al policial negro de entonces. Una curiosidad: tomaba elementos de relatos pertenecientes a la serie del Santo (Leslie Charteris, 1928).

En esencia, un político barato y no muy sagaz, en un estado chico, se rodea de operadores filonazis, aunque no de agentes alemanes. Al llegar al poder, va construyendo un régimen estilo Adolf Hitler y, claro, todo termina en una desastrosa guerra internacional. Ya muy popular, las ventas del libro llegan a lo astronómico cuando Hitler se apodera de Austria y Checoslovaquia (1937/8), para finalmente invadir Polonia en 1939. Se lo edita en varios idiomas, entre ellos una pobre traducción al castellano (Buenos Aires).

George Orwell no tuvo problemas en admitir su deuda con Lewis –1885/1951- en “Animal Farm” y “1984” (1948). También Philip Dick, el que inspiró “Blade Runner”, en “Man in the Castle”. Pero se trataba de escritores en serio, no simples cultores de la ucronía, o sea la novelización de situaciones posibles si determinado hecho no se hubiera producido en la historia. Por ejemplo, Waterloo o el golpe de Julio César contra el senado.

Pero el comentario de Bloom aludía más bien a tres éxitos oportunistas. A saber, “Fatherland” (Robert Harris), “The Iron Dream” (Norman Spinrad) y “Conspiracy against America (del inevitable Philip Roth). El tercer caso directamente toma un célebre racista de la entreguerra, Charles Lindbergh, y lo hace ganarle a Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1940. Casi imitando a Lewis, esta ucronía –pese a la ideología de Lindbergh- no presenta un régimen antisemita estilo europeo.

Las tres obras tienen dos cosas en común: faltan datos o elementos que persuadan sobre la “realidad” que postulan y están apenas redactadas, como los “best sellers” a medida. En este plano, se acercan a la “megaconspiración” hoy de moda (“Código da Vinci”), denunciada como plagio escandaloso. Eso sin tener presente que es una larguísima serie de ucronías, anacronismos y simples errores.

En un marco mucho más serio, comienzan a aparecer ensayos y libros que trasuntan dos revisionismos diferentes. Uno, negativo, niega o relativiza la masacre de judíos bajo el III Reich. Otro replantea la política antijudìa de Jódzif Stalin, vía una colección de documentos inéditos, centrados en 1938/9 –época del pacto de hierro Berlín-Moscú-y compilados por Alyexandr Yakóvlyev.

Su trabajo coincide con una polémica entre historiadores. Por un lado, interviene Robert Conquest, autor de “The Great Terror”, sobre la persecusión de judíos en la Unión Soviética hasta la liquidación del ex monje georgiano. Por el otro, aparece el italiano Luciano Canfora, a quien Conquest acusa de edulcorar la imagen de Stalin en torno del mismo asunto.

Premio Nobel de literatura 1930, Sinclair Lewis –“novelista político”, lo llamó Truman Capote- publicó en 1935 una obra inspirada por los tempranos excesos del III Reich. Se llamaba “It can´t happen here” (“Aquí no puede pasar”) y su argumento era aterradoramente profético, sostenido en un estilo afín al policial negro de entonces. Una curiosidad: tomaba elementos de relatos pertenecientes a la serie del Santo (Leslie Charteris, 1928).

En esencia, un político barato y no muy sagaz, en un estado chico, se rodea de operadores filonazis, aunque no de agentes alemanes. Al llegar al poder, va construyendo un régimen estilo Adolf Hitler y, claro, todo termina en una desastrosa guerra internacional. Ya muy popular, las ventas del libro llegan a lo astronómico cuando Hitler se apodera de Austria y Checoslovaquia (1937/8), para finalmente invadir Polonia en 1939. Se lo edita en varios idiomas, entre ellos una pobre traducción al castellano (Buenos Aires).

George Orwell no tuvo problemas en admitir su deuda con Lewis –1885/1951- en “Animal Farm” y “1984” (1948). También Philip Dick, el que inspiró “Blade Runner”, en “Man in the Castle”. Pero se trataba de escritores en serio, no simples cultores de la ucronía, o sea la novelización de situaciones posibles si determinado hecho no se hubiera producido en la historia. Por ejemplo, Waterloo o el golpe de Julio César contra el senado.

Pero el comentario de Bloom aludía más bien a tres éxitos oportunistas. A saber, “Fatherland” (Robert Harris), “The Iron Dream” (Norman Spinrad) y “Conspiracy against America (del inevitable Philip Roth). El tercer caso directamente toma un célebre racista de la entreguerra, Charles Lindbergh, y lo hace ganarle a Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1940. Casi imitando a Lewis, esta ucronía –pese a la ideología de Lindbergh- no presenta un régimen antisemita estilo europeo.

Las tres obras tienen dos cosas en común: faltan datos o elementos que persuadan sobre la “realidad” que postulan y están apenas redactadas, como los “best sellers” a medida. En este plano, se acercan a la “megaconspiración” hoy de moda (“Código da Vinci”), denunciada como plagio escandaloso. Eso sin tener presente que es una larguísima serie de ucronías, anacronismos y simples errores.

En un marco mucho más serio, comienzan a aparecer ensayos y libros que trasuntan dos revisionismos diferentes. Uno, negativo, niega o relativiza la masacre de judíos bajo el III Reich. Otro replantea la política antijudìa de Jódzif Stalin, vía una colección de documentos inéditos, centrados en 1938/9 –época del pacto de hierro Berlín-Moscú-y compilados por Alyexandr Yakóvlyev.

Su trabajo coincide con una polémica entre historiadores. Por un lado, interviene Robert Conquest, autor de “The Great Terror”, sobre la persecusión de judíos en la Unión Soviética hasta la liquidación del ex monje georgiano. Por el otro, aparece el italiano Luciano Canfora, a quien Conquest acusa de edulcorar la imagen de Stalin en torno del mismo asunto.

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