Conservadores: ¿van perdiendo espacios en Washington?

La derecha normal se estanca, tras 50 años juntando poder. Sus proyectos languidecen, el gasto federal sube, fracasa la reforma en seguridad social, la gente se aleja. También los neoconservadores arriesgan bancas en las próxinas elecciones.

23 enero, 2006

La prórroga “sine die” de la ley de seguridad interior –el “acta patriótica”, transgresión a la primera enmienda constitucional- perdió por 55 a 32 en el senado, la reforma tributaria por 48 a 38 y la privatización de la seguridad social por 54 a 29. Viejas y nuevas “ideas” parecen en reflujo, pese a la obsesiva campaña contra Charles Darwin. Para peor, el Vaticano ha reiterado el rechazo al creacionismo (alias) “diseño inteligente”, dislate promovido por el fundamentalismo evangélico. Dato clave: el catolicismo romano es la mayor comunidad cristiana en Estados Unidos.

¿Qué está pasando? Primero, la mayoría de los temas que impulsaban los republicanos desde la segunda posguerra ya han sido agotados. El conservadurismo “moderno” estaba formado por quienes se oponían a la ex Unión Soviética, exigían dureza con el delito urbano, pedían rebajas de impuestos –especialmente a empresarios, banqueros, especuladores bursátiles y ricos en general-, menor asistencia social y más derregulaciòn económica.

En segundo término, ese conservadurisno ha sido incorporado al partido republicano, hoy dominado por una mutación perversa, el neoconservadurismo, tan cerril como “confesional”. Las consecuencias del proceso son varias. Una de ellas explica las incertidumbres sobre los comicios parlamentarios: los republicanos ya no defienden ideas ni programas, sino a otros republicanos, sus cabilderos inescrupulosos y una larga lista de intereses creados. El escándalo de Thomas DeLay (ex jefe de la bancada oficialista en diputados, próximo a perder el escaño) y su operador mafioso, Jack Abramoff, ilustra el punto con rara perfección.

Lo más grave, empero, es la creciente presión interna para “privatizar y evangelizar del toto” (palabras del economista Robert Kuttner) el partido. Un analista alemán añadìa un aspecto poco mencionado: opera en el viejo partido una alianza de facto entre cristianos y judíos laicos de extrema derecha. Esto recuerda los años 70-80, cuando los ofertistas alrededor de Richard Nixon y Ronald Reagan (con el senador Jack Kemp a la cabeza) virtualmente se rebelaron contra el liderazgo republicano en el congreso y la cúpula del partido. Ahora ocurre lo mismo: cualquier asomo de divergencia es reprimido por la capilla en torno de George W.Bush, su eminenca gris, el vicepresidente Richard Cheney, y el inamovible asesor Karl Rowe, predicador electrónico.

En tercer término, los conservadores tradicionales actuaban en un mundo mediático creado por gente que no pensaba como ellos. Por el contrario, en la actualidad, conservadores, neoconservadores y liberales –en sentido correcto, no el que emplean tantos polìticos y analistas argentinos- viven cada cual en su burbuja mediática.

Casi nadie presta oídos a voces ajenas. Eso le permite a Bush, en plena fase declinante de su carrera política, hablar de “conservatismo compasivo”, una contradicción de términos. En cuarto lugar, los republicanos han perido su filofía der gobierni. En 1994, creían que su misión básica era reducir el aparato gubernamental. Cuando esto fracasó y desembocó en un prodigioso “triple déficit” (presupuesto, comercio exterior, balanza de pagos), apelaronb a consignas estilo guerra al terrorisno internacional, fundamentalismo religioso, imperialismo “a la romana”, etc.

Quinto y muy peligroso, las republicanos conservadores ya no están en contacto con su base electoral. Para imponerse, hoy dependen de votos rurales de ultraderecha y de un estrato social urbano que gana apenas entre US$ 30.000 y 50.000 anuales (2.500/4.165 mensuales). Pero su oferta política, social y económica carece de propuestas orientadas a esos estamentos.

Los norteamericanos con esos niveles de ingresos son, claro, adversos al riesgo financiero y no quieren saber nada con esquemas como la frustránea privatización de la seguridad social. Máxime porque su contracara es la paulatina eliminación de planes jubilatorios en el sector privado.

En sexto término, los conservadores no han sido capaces de encarar problemas de “segunda generación”. Así, los cambios tecnológicos, inclusive la terceración en el exterior, que van modificando la estratificación social, económica y laboral. Mientras las empresas “exportan trabajo” a India, China, Europa centroriental o economías subdesarrolladas, se reduce la movilidad social en Estados Unidos, donde los salarios se estancan y la desocupación (5,3%) sigue lejos de la legada por William J.Clinton (4,2%).

Semejante cuadro explica por qué tantos legisladores republicanos temen perder bancas en los comicios de medio mandato. En particular, tratan de soslayar el efecto de escándalos como malversación de aportes electorales,, apretes mafiosos, lavado de dinero, infidencias estilo “Plamegate”, etc.

Al respecto de “lobbies”, circula en Washington una cifra significativa: US$ 2.500 millones repartidos por 30.000 cabilderos en escala federal durante 2005. Este moneto supera en 56,3% la registrada en 2001 por la consultoría especializada Political MoneyLine.

La prórroga “sine die” de la ley de seguridad interior –el “acta patriótica”, transgresión a la primera enmienda constitucional- perdió por 55 a 32 en el senado, la reforma tributaria por 48 a 38 y la privatización de la seguridad social por 54 a 29. Viejas y nuevas “ideas” parecen en reflujo, pese a la obsesiva campaña contra Charles Darwin. Para peor, el Vaticano ha reiterado el rechazo al creacionismo (alias) “diseño inteligente”, dislate promovido por el fundamentalismo evangélico. Dato clave: el catolicismo romano es la mayor comunidad cristiana en Estados Unidos.

¿Qué está pasando? Primero, la mayoría de los temas que impulsaban los republicanos desde la segunda posguerra ya han sido agotados. El conservadurismo “moderno” estaba formado por quienes se oponían a la ex Unión Soviética, exigían dureza con el delito urbano, pedían rebajas de impuestos –especialmente a empresarios, banqueros, especuladores bursátiles y ricos en general-, menor asistencia social y más derregulaciòn económica.

En segundo término, ese conservadurisno ha sido incorporado al partido republicano, hoy dominado por una mutación perversa, el neoconservadurismo, tan cerril como “confesional”. Las consecuencias del proceso son varias. Una de ellas explica las incertidumbres sobre los comicios parlamentarios: los republicanos ya no defienden ideas ni programas, sino a otros republicanos, sus cabilderos inescrupulosos y una larga lista de intereses creados. El escándalo de Thomas DeLay (ex jefe de la bancada oficialista en diputados, próximo a perder el escaño) y su operador mafioso, Jack Abramoff, ilustra el punto con rara perfección.

Lo más grave, empero, es la creciente presión interna para “privatizar y evangelizar del toto” (palabras del economista Robert Kuttner) el partido. Un analista alemán añadìa un aspecto poco mencionado: opera en el viejo partido una alianza de facto entre cristianos y judíos laicos de extrema derecha. Esto recuerda los años 70-80, cuando los ofertistas alrededor de Richard Nixon y Ronald Reagan (con el senador Jack Kemp a la cabeza) virtualmente se rebelaron contra el liderazgo republicano en el congreso y la cúpula del partido. Ahora ocurre lo mismo: cualquier asomo de divergencia es reprimido por la capilla en torno de George W.Bush, su eminenca gris, el vicepresidente Richard Cheney, y el inamovible asesor Karl Rowe, predicador electrónico.

En tercer término, los conservadores tradicionales actuaban en un mundo mediático creado por gente que no pensaba como ellos. Por el contrario, en la actualidad, conservadores, neoconservadores y liberales –en sentido correcto, no el que emplean tantos polìticos y analistas argentinos- viven cada cual en su burbuja mediática.

Casi nadie presta oídos a voces ajenas. Eso le permite a Bush, en plena fase declinante de su carrera política, hablar de “conservatismo compasivo”, una contradicción de términos. En cuarto lugar, los republicanos han perido su filofía der gobierni. En 1994, creían que su misión básica era reducir el aparato gubernamental. Cuando esto fracasó y desembocó en un prodigioso “triple déficit” (presupuesto, comercio exterior, balanza de pagos), apelaronb a consignas estilo guerra al terrorisno internacional, fundamentalismo religioso, imperialismo “a la romana”, etc.

Quinto y muy peligroso, las republicanos conservadores ya no están en contacto con su base electoral. Para imponerse, hoy dependen de votos rurales de ultraderecha y de un estrato social urbano que gana apenas entre US$ 30.000 y 50.000 anuales (2.500/4.165 mensuales). Pero su oferta política, social y económica carece de propuestas orientadas a esos estamentos.

Los norteamericanos con esos niveles de ingresos son, claro, adversos al riesgo financiero y no quieren saber nada con esquemas como la frustránea privatización de la seguridad social. Máxime porque su contracara es la paulatina eliminación de planes jubilatorios en el sector privado.

En sexto término, los conservadores no han sido capaces de encarar problemas de “segunda generación”. Así, los cambios tecnológicos, inclusive la terceración en el exterior, que van modificando la estratificación social, económica y laboral. Mientras las empresas “exportan trabajo” a India, China, Europa centroriental o economías subdesarrolladas, se reduce la movilidad social en Estados Unidos, donde los salarios se estancan y la desocupación (5,3%) sigue lejos de la legada por William J.Clinton (4,2%).

Semejante cuadro explica por qué tantos legisladores republicanos temen perder bancas en los comicios de medio mandato. En particular, tratan de soslayar el efecto de escándalos como malversación de aportes electorales,, apretes mafiosos, lavado de dinero, infidencias estilo “Plamegate”, etc.

Al respecto de “lobbies”, circula en Washington una cifra significativa: US$ 2.500 millones repartidos por 30.000 cabilderos en escala federal durante 2005. Este moneto supera en 56,3% la registrada en 2001 por la consultoría especializada Political MoneyLine.

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