Implicancias de la cercanía de Lula con el régimen de Beijing

Firmaron acuerdos por un valor aproximado de US$ 10.000 millones. La megadelegación brasileña que viajó a China hace muy pocos días incluyó a muchos empresarios, siete ministros, cinco gobernadores, y 27 legisladores.

25 abril, 2023

Aunque los comentarios de Lula sobre la guerra en Ucrania fueron quizá los que recibieron mayor cobertura en la prensa occidental), el viaje también restableció la relación de su gobierno con su mayor socio comercial. En Beijing, Brasil y China firmaron una serie de memorandos y acuerdos que, según las autoridades, tienen un valor de unos US$ 10.000 millones.

Lula tiene mucha experiencia en el trato con China. Se acercó al país durante sus dos anteriores mandatos presidenciales, de 2003 a 2010. En esos años ambos países firmaron un acuerdo mediante el cual se convertían en socios estratégicos, crecieron el comercio y las inversiones bilaterales y cofundaron el grupo BRICS junto con Rusia, India y Sudáfrica.

En aquel momento, Lula y sus asesores celebraban los crecientes lazos entre Brasil y China. Pero otros funcionarios de economía y política exterior brasileña empezaron a preguntarse si el gobierno ponía el debido cuidado en su comercio bilateral con China. En la actualidad, la letra pequeña de los diversos acuerdos firmados la semana pasada sugiere que aquellas preocupaciones definieron el enfoque del nuevo gobierno de Lula hacia Beijing.

Durante el primer mandato de Lula, China tenía enorme interés por materias primas brasileñas como soja, hierro y petróleo. Pero los fabricantes de productos manufacturados brasileños tropezaban con dificultades para vender en el mercado chino. Mientras tanto, la cuota del sector manufacturero en el PBI brasileño se reducía rápidamente. Cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil publicó una colección de ensayos sobre las relaciones Brasil-China en 2011, muchos se preguntaron si las relaciones económicas con China estaban fomentando la desindustrialización de Brasil.

Los estudiosos advierten que la desindustrialización prematura es peligrosa para un país en desarrollo. Muchos de los países que pasaron de pobres a ricos, primero desarrollaron sus sectores manufactureros y no empezaron a abandonarlos hasta que la población emigró a empleos altamente calificados y bien remunerados en otros sectores. (Brasil recorrió la primera parte de ese camino desde los años 50 hasta los 80, cuando crecieron la metalurgia, la fabricación de automóviles, la producción textil y la fabricación de maquinaria pesada).

Pero en algunos países en desarrollo donde se está produciendo una desindustrialización prematura, como Brasil, la gente suele abandonar los sectores industriales en busca de trabajos mal pagos y de baja productividad, en lugar de empleos mejor remunerados. Por ejemplo, un ex trabajador fabril puede trabajar ahora como cajero, conductor de Uber o vendedor ambulante. Nada menos que 39% de los brasileños trabajan hoy en el sector informal.

Un documento de 2022 publicado conjuntamente por la economista y experta en China Tatiana Rosito y Vinicius Mariano de Carvalho, del Kings College de Londres -ambos brasileños- sostiene que, aunque Brasil y China han mantenido “una exitosa agenda complementaria”, los datos comerciales de las dos últimas décadas muestran que Brasil “no logró diversificar de forma significativa sus exportaciones ” a China.

Rosito tiene ahora la oportunidad de cambiar el rumbo: ella y otras personas que piden que se depure la estrategia de Brasil hacia Beijing han sido nombradas para ocupar altos cargos en el nuevo gobierno de Lula.

Entre las personalidades recién llegadas a Brasilia se encuentra Tatiana Prazeres, secretaria de Comercio Exterior del Ministerio de Desarrollo, Industria, Comercio y Servicios de Brasil. Prazeres declara que la nueva administración busca las inversiones chinas en Brasil que puedan promover “una neoindustrialización del país” centrada en las tecnologías verdes y otros sectores de alta tecnología que calificó como “industrias del futuro”.

Brasil fue el mayor receptor de inversión extranjera directa china en 2021, según un informe del Consejo Empresarial China-Brasil. Entre 2007 y 2021, el organismo calculó que las inversiones chinas en Brasil se destinaron sobre todo a los sectores de electricidad y petróleo, y parece que los dos países están planeando un fondo de inversión conjunta en energía verde.

Uno de los memorandos firmados e comprometía a facilitar proyectos que impliquen transferencias de tecnología; por otra parte, se anunciaron acuerdos que incluyen una planta de hidrógeno verde, proyectos de energía eólica marina y la última fase de un programa de satélites de producción conjunta, así como el compromiso de ayudar a las empresas emergentes brasileñas a comercializar sus productos en China y un plan para crear una empresa binacional de logística agrícola.

Muchas de las ideas anunciadas “son todavía intenciones” más que planes concretos, como dijo a Foreign Policy el economista Paulo Morceiro, de la Universidad de Johannesburgo, “pero en general es positivo”. Añadió que Brasil debería aprovechar que tiene muchos de los minerales críticos necesarios para la transición energética, “y China tiene la tecnología”.

Sin embargo, las frecuentes declaraciones del gobierno de Lula sobre nuevas políticas industriales -en asociación o no con China- ponen nerviosos a algunos economistas. Emanuel Ornelas, de la Fundación Getúlio Vargas, cree que es muy difícil calibrar con éxito este tipo de políticas. Dijo que el actual discurso sobre política industrial le pone “un poco la piel de gallina” y añadió que la historia de Brasil está plagada de políticas industriales fallidas que llevaron a industrias que fueron “protegidas durante décadas y sobrevivieron sin llegar a ser competitivas internacionalmente”.

Independientemente de cómo diseñe Lula sus últimas políticas industriales, el Gobierno no tiene dinero para lanzar los multimillonarios paquetes de estímulo ecológico que están de moda en Estados Unidos y Europa. Lo que sí tiene son materias primas, un mercado interior de 215 millones de personas y, si actúa con cautela, la capacidad de negociar internacionalmente.

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