Normas contables: no serán las únicas que cambien

En el fondo, el problema reside en una manía anglosajona: las pesas y medidas medievales. “Si EE.UU. y Gran Bretaña ni siquiera atinan a unificar el galón o la milla, será difícil compatibilizar normas contables en escala global”.

28 noviembre, 2003

Así sostiene un medio insospechable de europeísmo, el “Wall Street Journal”. El problema viene de antiguo y sigue trabando la convergencia de pautas contables norteamericanas con las mundiales; en buena parte porque la serie de escándalos y fraudes iniciada en 2001 aún no termina.

Según un análisis del experto Cassell Bryan-Low, “las propias empresas estadounidenses empezarán pronto a sentir los efectos negativos del retraso en las reformas”. De ahí que, antes de terminar el año, la Junta de Pautas Contables (FASB, o sea Financial Accounting Standards Board) propondrá adaptar sus normas a las que aplica la Junta Internacional de Pautas Contables (IASB: International Accounting Standard Board).

De entrada, la denominación norteamericana es impropia, pues “financial accounting” es una redundancia. La actitud de la FASB es innovadora, dado que –en general- instituciones y prácticas estadounidenses suelen esperar que el resto del planeta se adapte a ellas Así, persisten pulgadas, libras, onzas, galones, millas, etc. Sólo la capitulación inglesa ha unificado el “billion” de origen francés que, en realidad, es apenas “mil de millón” (en realidad, billón es millón de millones, cifra que los anglosajones llaman “trillón”).

Curiosamente, muchos ejecutivos y banqueros de la Unión Europea veían casi inevitable plegarse a las normas norteamericanas. Hasta los escándalos que han cuestionado a profesionales (contadores, auditores, actuarios) considerados adalides y ejemplos. Ahora, IASB y FASB tratarán no sólo de compatibilizar pautas vigentes sino, también, generar nuevas.

De un modo u otro, eso llevará a descartar otras unidades de medida, porque el objetivo clave de las reformas reside en un balance alemán o italiano sea comparable -en todos los aspectos- con uno inglés o estadounidense. Lógicamente, esa meta entraña modificar prácticas norteamericana, especialmente si (como admite Robert Herz, presidente de la FASB) “pensamos que el modelo internacional es igual o mejor que el nuestro”.

Los contactos entre ambas entidades incluyen un punto delicado: la retroactividad de la futura compabilización. En particular si los ajustes afectan balances anuales. Por eso mismo, se recomendará a bancos y empresas asimilar ejercicios al año calendario; algo que, eventualmente, debiera hacer el sector público. Algunas empresas grandes siguen cerrando balances en medio no ya del año, sino del mes. Quizá porque, hace varias generaciones, eso le venía bien al tenedor de libros, a menudo pariente del dueño.

“La antigüedad es un grado”, insisten –sin mucha lógica- los militares latinoamericanos. Igual creen muchos contadores al norte del río Grande. Por eso les cuesta plegarse al decálogo IASB, entidad que nace recién en 2001, a raíz de los escándalos.

Además, no es una criatura de los pérfidos europeos. Al revés, fue establecida por un pacto entre la FASB y la Comisión Federal de Valores estadounidense (SEC, Securities & Exchange Commission). Pero obtuvo inmediata recepción al otro lado del Atlántico, mientras los estudios que reinan en el negocio contable norteamericano la resistían.

Los tiempos se aceleran. A partir de 2005, la Unión Europea –ampliada a 25 socios- hará obligatorias las pautas internacionales. En ese momento, otros setenta países estarán recomendando o exigiendo lo mismo a sus sectores privados. Igual ocurrirá con pesas, medidas y cantidades.

Así sostiene un medio insospechable de europeísmo, el “Wall Street Journal”. El problema viene de antiguo y sigue trabando la convergencia de pautas contables norteamericanas con las mundiales; en buena parte porque la serie de escándalos y fraudes iniciada en 2001 aún no termina.

Según un análisis del experto Cassell Bryan-Low, “las propias empresas estadounidenses empezarán pronto a sentir los efectos negativos del retraso en las reformas”. De ahí que, antes de terminar el año, la Junta de Pautas Contables (FASB, o sea Financial Accounting Standards Board) propondrá adaptar sus normas a las que aplica la Junta Internacional de Pautas Contables (IASB: International Accounting Standard Board).

De entrada, la denominación norteamericana es impropia, pues “financial accounting” es una redundancia. La actitud de la FASB es innovadora, dado que –en general- instituciones y prácticas estadounidenses suelen esperar que el resto del planeta se adapte a ellas Así, persisten pulgadas, libras, onzas, galones, millas, etc. Sólo la capitulación inglesa ha unificado el “billion” de origen francés que, en realidad, es apenas “mil de millón” (en realidad, billón es millón de millones, cifra que los anglosajones llaman “trillón”).

Curiosamente, muchos ejecutivos y banqueros de la Unión Europea veían casi inevitable plegarse a las normas norteamericanas. Hasta los escándalos que han cuestionado a profesionales (contadores, auditores, actuarios) considerados adalides y ejemplos. Ahora, IASB y FASB tratarán no sólo de compatibilizar pautas vigentes sino, también, generar nuevas.

De un modo u otro, eso llevará a descartar otras unidades de medida, porque el objetivo clave de las reformas reside en un balance alemán o italiano sea comparable -en todos los aspectos- con uno inglés o estadounidense. Lógicamente, esa meta entraña modificar prácticas norteamericana, especialmente si (como admite Robert Herz, presidente de la FASB) “pensamos que el modelo internacional es igual o mejor que el nuestro”.

Los contactos entre ambas entidades incluyen un punto delicado: la retroactividad de la futura compabilización. En particular si los ajustes afectan balances anuales. Por eso mismo, se recomendará a bancos y empresas asimilar ejercicios al año calendario; algo que, eventualmente, debiera hacer el sector público. Algunas empresas grandes siguen cerrando balances en medio no ya del año, sino del mes. Quizá porque, hace varias generaciones, eso le venía bien al tenedor de libros, a menudo pariente del dueño.

“La antigüedad es un grado”, insisten –sin mucha lógica- los militares latinoamericanos. Igual creen muchos contadores al norte del río Grande. Por eso les cuesta plegarse al decálogo IASB, entidad que nace recién en 2001, a raíz de los escándalos.

Además, no es una criatura de los pérfidos europeos. Al revés, fue establecida por un pacto entre la FASB y la Comisión Federal de Valores estadounidense (SEC, Securities & Exchange Commission). Pero obtuvo inmediata recepción al otro lado del Atlántico, mientras los estudios que reinan en el negocio contable norteamericano la resistían.

Los tiempos se aceleran. A partir de 2005, la Unión Europea –ampliada a 25 socios- hará obligatorias las pautas internacionales. En ese momento, otros setenta países estarán recomendando o exigiendo lo mismo a sus sectores privados. Igual ocurrirá con pesas, medidas y cantidades.

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