Papel chino en el megadéficit comercial norteamericano

Como se sabe, el rojo del intercambio estadounidense subió casi 18% en 2005 y alcanzó US$ 725.800 millones, récord histórico nominal. A su vez, las importaciones desde China aumentaron 25%.

13 febrero, 2006

Por tanto, la brecha desfavorable a EE.UU. sumó US$ 201.600 millones. Eso significa 27,8% del déficit global en el comercio. No sorprende que, todo el fin de semana, medios gráficos, audiovisuales y electrónicos hayan reflejado iras contra Beijing y desazón ante el gobierno en el sector privados. Ahí también se censura a “quienes les compran a los chinos sin tener en cuenta el interés nacional” (como decían los jefes de ambas bancadas en el senado federal, aludiendo a sus compatriotas importadores). Un lenguaje que, en boca de latinoamericanos, suele tacharse de herejía.

El punto clave es, sin duda, que la mayor porción individual de ese rojo se deba al 43% de incremento en compras de textiles e indumentaria. En este caso, existe un detonante: la eliminación de cuotas desdeenero de 2005, dispuesta por la Organización Mundial de Comercio. Meses atrás, la Unión Europea ya criticaba a la OMC por igual motivo.

Como sucede en otros sectores, la medida favorece a importadores, comerciantes y –en esencia- al público de Occidente. No, claro a las industrias textiles en EE.UU. y la UE. Las mismas que han estado tercerizando su propio valor agregado en el subcontinente indio, el sudeste asiático y… China, debido a los magros salarios imperantes en la región.

En un plano más “técnico”, aunque sea totalmente político, legisladores de ambos partidos le endilgan al gobierno responsabilidad por el motor de esas “distorsiones de costos”. O sea, un yüan todavía barato y un dólar caro, a más de YR 8,12.

Por supuesto, la industria de vestido e indumentaria y los sindicatos, aparte de culpar a los chinos de “competencia desleal”, censuran a las empresas que tercerizan en el exterior para reducir costos salariales. Lo hacen con la bendición de Wall Street, la ortodoxia y una larga lista de analistas gerenciales con apellidos asiáticos.

“Semejante brecha de intercambio atenta contra industrias enteras y sus puestos laborales”, afirma Richard Trumka, secretario general de AFL-CIO (Association of federated labor, Confederation of industrial organizations, o sea la CGT). Esta situación “condena los trabajadores a un ciclo de menores ingresos, desempleo y endeudamiento, que los lleva a emplearse en servicios de baja paga”. Curiosamente, lo mismo podría decirse de la industria automotriz y el sector informático, sólo que los villanos son Japón e India.

Por lo demás, hay otro punto en debate: los efectos reales del déficit comercial en el crecimiento del producto bruto interno. Comúnmente, se dice que el aumento de ese rojo promueve mayor endeudamiento externo con alza de intereses, frena la economía física y fomenta desempleo. Los optimistas, tipo Alan Greenspan, señalan que la inflación está controlada –su política de tasas dice lo contrario-, los intereses siguen bajos y hasta el desempleo parece aflojar.

Esos datos dan alas al “optimismo fundamentalista” lanzado en 2003 por Greenspan. Según esa curiosa teoría, mientras Japón, China y otros países sigan comprando letras de Tesorería -o sea, deuda norteamericana-, las tasas largas continuarán flojas (hoy están alredededor de 4,57% anual a diez años, poco más que la de cortísimo plazo). Pero hay otro corolario, si se quiere irónico: las importaciones baratas de bienes finales ayudan a limitar la inflación en EE.UU. y la UE.

Dicho de otro modo, en la visión puramente monetarista el creciente décifit comercial con China es una ventaja. Es la misma concepción neoclásica que hace subir las bolsas a ambos lados del Atlántico, cada vez que una empresa grande anuncia planes para reducir personal y producción.

Obviamente, la clave del debate político reside en el empleo. Por eso, aunque el déficit comercial con Beijing ceda en 2006 (así ocurrirá si el PBI norteamericano no sube más de 3%), habrá más presiones legislativas -en un año de elecciones parlamentarias- para imponer trabas o restricciones a las importaciones desde China. Máxime con una Casa Blanca cada día más vulnerables a otros factores de poder.

Por tanto, la brecha desfavorable a EE.UU. sumó US$ 201.600 millones. Eso significa 27,8% del déficit global en el comercio. No sorprende que, todo el fin de semana, medios gráficos, audiovisuales y electrónicos hayan reflejado iras contra Beijing y desazón ante el gobierno en el sector privados. Ahí también se censura a “quienes les compran a los chinos sin tener en cuenta el interés nacional” (como decían los jefes de ambas bancadas en el senado federal, aludiendo a sus compatriotas importadores). Un lenguaje que, en boca de latinoamericanos, suele tacharse de herejía.

El punto clave es, sin duda, que la mayor porción individual de ese rojo se deba al 43% de incremento en compras de textiles e indumentaria. En este caso, existe un detonante: la eliminación de cuotas desdeenero de 2005, dispuesta por la Organización Mundial de Comercio. Meses atrás, la Unión Europea ya criticaba a la OMC por igual motivo.

Como sucede en otros sectores, la medida favorece a importadores, comerciantes y –en esencia- al público de Occidente. No, claro a las industrias textiles en EE.UU. y la UE. Las mismas que han estado tercerizando su propio valor agregado en el subcontinente indio, el sudeste asiático y… China, debido a los magros salarios imperantes en la región.

En un plano más “técnico”, aunque sea totalmente político, legisladores de ambos partidos le endilgan al gobierno responsabilidad por el motor de esas “distorsiones de costos”. O sea, un yüan todavía barato y un dólar caro, a más de YR 8,12.

Por supuesto, la industria de vestido e indumentaria y los sindicatos, aparte de culpar a los chinos de “competencia desleal”, censuran a las empresas que tercerizan en el exterior para reducir costos salariales. Lo hacen con la bendición de Wall Street, la ortodoxia y una larga lista de analistas gerenciales con apellidos asiáticos.

“Semejante brecha de intercambio atenta contra industrias enteras y sus puestos laborales”, afirma Richard Trumka, secretario general de AFL-CIO (Association of federated labor, Confederation of industrial organizations, o sea la CGT). Esta situación “condena los trabajadores a un ciclo de menores ingresos, desempleo y endeudamiento, que los lleva a emplearse en servicios de baja paga”. Curiosamente, lo mismo podría decirse de la industria automotriz y el sector informático, sólo que los villanos son Japón e India.

Por lo demás, hay otro punto en debate: los efectos reales del déficit comercial en el crecimiento del producto bruto interno. Comúnmente, se dice que el aumento de ese rojo promueve mayor endeudamiento externo con alza de intereses, frena la economía física y fomenta desempleo. Los optimistas, tipo Alan Greenspan, señalan que la inflación está controlada –su política de tasas dice lo contrario-, los intereses siguen bajos y hasta el desempleo parece aflojar.

Esos datos dan alas al “optimismo fundamentalista” lanzado en 2003 por Greenspan. Según esa curiosa teoría, mientras Japón, China y otros países sigan comprando letras de Tesorería -o sea, deuda norteamericana-, las tasas largas continuarán flojas (hoy están alredededor de 4,57% anual a diez años, poco más que la de cortísimo plazo). Pero hay otro corolario, si se quiere irónico: las importaciones baratas de bienes finales ayudan a limitar la inflación en EE.UU. y la UE.

Dicho de otro modo, en la visión puramente monetarista el creciente décifit comercial con China es una ventaja. Es la misma concepción neoclásica que hace subir las bolsas a ambos lados del Atlántico, cada vez que una empresa grande anuncia planes para reducir personal y producción.

Obviamente, la clave del debate político reside en el empleo. Por eso, aunque el déficit comercial con Beijing ceda en 2006 (así ocurrirá si el PBI norteamericano no sube más de 3%), habrá más presiones legislativas -en un año de elecciones parlamentarias- para imponer trabas o restricciones a las importaciones desde China. Máxime con una Casa Blanca cada día más vulnerables a otros factores de poder.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades