Norcorea abandona negociaciones y formula amenazas

Norcorea se retiró de las negociaciones en Beijing un día antes y amenazó con “declararle la guerra” a Estados Unidos. Colin Powell le restó importancia a esta actitud, que golpeó fuerte en los mercados asiáticos. China está inquieta.

24 abril, 2003

“Pyongyang debe abandonar su lenguaje belicoso y volver a la mesa de conversaciones. A nosotros, no nos intimida”, señaló el secretario de Estado tras aclarar que su país mantenía “abiertas todas las opciones”. Luego, Donald Rumsfeld (Defensa) fue menos diplomático: “Si Norcorea busca un conflicto, lo tendrá. Pero preferiríamos que reanudara las negociaciones, aunque fuese solo con China”.

Frente a estos acontecimientos, expertos de Beijing, Tokio y Washington presuponen un móvil oculto en la conducta de Pyongyang: la crisis económica local y el fantasma del hambre. Esto se debe a que el régimen de Kim Jong Il gasta demasiado en su aventura nuclear y un ejército de un millón.

A diferencia de la hambruna de 1995/6, la vulnerabilidad económica norcoreana adquiere hoy relevancia estratégica. Las reuniones en la capital china, de paso, eran las primeras entre gente de Washington y Pyongyang, desde que aquél acusó a ésta (octubre) de desarrollar en secreto armas atómicas. Más tarde, Norcorea reinició la construcción de un reactor, echó a los inspectores de la ONU, denunció el tratado de no proliferación y disparó proyectiles de prueba sobre el mar del Japón.

Meses más tarde, Beijing, Washington y –en segundo plano- Moscú buscan formas de que Pyongyang congele la parte bélica de su programa nuclear. Los tres, Japón, Taiwán y Surcorea temen que, si Norcorea aumentase su “stock” de ojivas, podría chantajear a una parte de Asia donde viven más de 1.500 millones. En rigor, Jong Il –ése es su nombre, Kim es el clan- dispone ya proyectiles de largo alcance capaces de alcanzar Surcorea, Japón, China, Siberia oriental, Taiwán y, en teoría, territorio norteamericano (Guam, Hawái).

Entretanto, no son claros los objetivos concretos de Pyongyang. Sea asistencia económica, sea alimentos, sea un tratado de no agresión con EE.UU., “si las negociaciones fracasan, las consecuencias serán desastrosas”, teme Shi Yinghong, experto chino en relaciones internacionales. “Hay posibilidades de conflicto armado”.

Pese al tema atómico, la clave norcoreana actual es económica. Observadores chinos y rusos sospechan que las reformas de 2002 están fracasando mientras sube la inflación, la industria se paraliza y vuelve el hambre (no aún con la intensidad de 1995/6). Una diferencia es que, ahora, no hay catástrofes naturales de por medio y el actual colapso se debe enteramente a medidas económicas.

El problema empieza el 1° de julio último, cuando se dejó que precios, tarifas y salarios buscasen “niveles de mercado”. Como ocurriera en otras parte del mundo, el sueldo subió hasta 18 veces, pero algunas tarifas se multiplicaron por treinta y el precio del arroz aumentó 55 veces. Al mismo tiempo, la reforma no remonetizó la economía, como era su objetivo técnico, y hoy casi no hay bancos abiertos fuera de la capital. Mientras tanto, casi todo el intercambio con el exterior se hace por trueque o en monedas extranjeras; principalmente el yüan renminbi chino, el yen japonés y el euro (el dólar fue prohibido en marzo).

El won nórdico casi no existe (su contraparte meridional, el yen o el dong vietnamita simplemente traducen el término “yüan”, dinero en chino). Entre noviembre y mediados de abril, la moneda de Beijing subió de 45 a 150 won (+233%), por lo cual el tercio septentrional de Norcorea no puede practicar el comercio fronterizo, su fuente principal de sustento. A su vez, la inflación ha llevado el kilo de arroz de 0,80 a 198 won en nueve meses y el sueldo de un técnico o un paramédico, mil won por mes, compra apenas cinco kilos de ese alimento básico.

En medio de tantos problemas, el sistema sigue apoyándose casi exclusivamente en soldados, policías y la alta burocracia. Norcorea declara destinar a gastos militares casi 15% del producto bruto interno, pero EE.UU. eleva ese estimado a 25/30%, contra 7,5% en Surcorea. Alrededor de 17% de los varones en edad de trabajar llevan uniforme. La concentración en el presupuesto militar no sólo cubre el arsenal de disuasión, sino también los privilegios de las fuerzas armadas y policiales: alimentos, ropa, vivienda y prebendas para asegurarse su lealtad.

Sin embargo, “si la caída en el nivel de vida empezase a sentirse entre los militares, surgirían riesgos internos para el régimen”, sostiene Michael Newton (HSBC, Hongkong). “Mientras el ejército no diga basta, Kim Jong Il y su entorno seguirán en el poder. Sin duda, los uniformados obtienen lo mejor asequible pero, a medida que se achique la torta, sentirán el apriete”.

“Pyongyang debe abandonar su lenguaje belicoso y volver a la mesa de conversaciones. A nosotros, no nos intimida”, señaló el secretario de Estado tras aclarar que su país mantenía “abiertas todas las opciones”. Luego, Donald Rumsfeld (Defensa) fue menos diplomático: “Si Norcorea busca un conflicto, lo tendrá. Pero preferiríamos que reanudara las negociaciones, aunque fuese solo con China”.

Frente a estos acontecimientos, expertos de Beijing, Tokio y Washington presuponen un móvil oculto en la conducta de Pyongyang: la crisis económica local y el fantasma del hambre. Esto se debe a que el régimen de Kim Jong Il gasta demasiado en su aventura nuclear y un ejército de un millón.

A diferencia de la hambruna de 1995/6, la vulnerabilidad económica norcoreana adquiere hoy relevancia estratégica. Las reuniones en la capital china, de paso, eran las primeras entre gente de Washington y Pyongyang, desde que aquél acusó a ésta (octubre) de desarrollar en secreto armas atómicas. Más tarde, Norcorea reinició la construcción de un reactor, echó a los inspectores de la ONU, denunció el tratado de no proliferación y disparó proyectiles de prueba sobre el mar del Japón.

Meses más tarde, Beijing, Washington y –en segundo plano- Moscú buscan formas de que Pyongyang congele la parte bélica de su programa nuclear. Los tres, Japón, Taiwán y Surcorea temen que, si Norcorea aumentase su “stock” de ojivas, podría chantajear a una parte de Asia donde viven más de 1.500 millones. En rigor, Jong Il –ése es su nombre, Kim es el clan- dispone ya proyectiles de largo alcance capaces de alcanzar Surcorea, Japón, China, Siberia oriental, Taiwán y, en teoría, territorio norteamericano (Guam, Hawái).

Entretanto, no son claros los objetivos concretos de Pyongyang. Sea asistencia económica, sea alimentos, sea un tratado de no agresión con EE.UU., “si las negociaciones fracasan, las consecuencias serán desastrosas”, teme Shi Yinghong, experto chino en relaciones internacionales. “Hay posibilidades de conflicto armado”.

Pese al tema atómico, la clave norcoreana actual es económica. Observadores chinos y rusos sospechan que las reformas de 2002 están fracasando mientras sube la inflación, la industria se paraliza y vuelve el hambre (no aún con la intensidad de 1995/6). Una diferencia es que, ahora, no hay catástrofes naturales de por medio y el actual colapso se debe enteramente a medidas económicas.

El problema empieza el 1° de julio último, cuando se dejó que precios, tarifas y salarios buscasen “niveles de mercado”. Como ocurriera en otras parte del mundo, el sueldo subió hasta 18 veces, pero algunas tarifas se multiplicaron por treinta y el precio del arroz aumentó 55 veces. Al mismo tiempo, la reforma no remonetizó la economía, como era su objetivo técnico, y hoy casi no hay bancos abiertos fuera de la capital. Mientras tanto, casi todo el intercambio con el exterior se hace por trueque o en monedas extranjeras; principalmente el yüan renminbi chino, el yen japonés y el euro (el dólar fue prohibido en marzo).

El won nórdico casi no existe (su contraparte meridional, el yen o el dong vietnamita simplemente traducen el término “yüan”, dinero en chino). Entre noviembre y mediados de abril, la moneda de Beijing subió de 45 a 150 won (+233%), por lo cual el tercio septentrional de Norcorea no puede practicar el comercio fronterizo, su fuente principal de sustento. A su vez, la inflación ha llevado el kilo de arroz de 0,80 a 198 won en nueve meses y el sueldo de un técnico o un paramédico, mil won por mes, compra apenas cinco kilos de ese alimento básico.

En medio de tantos problemas, el sistema sigue apoyándose casi exclusivamente en soldados, policías y la alta burocracia. Norcorea declara destinar a gastos militares casi 15% del producto bruto interno, pero EE.UU. eleva ese estimado a 25/30%, contra 7,5% en Surcorea. Alrededor de 17% de los varones en edad de trabajar llevan uniforme. La concentración en el presupuesto militar no sólo cubre el arsenal de disuasión, sino también los privilegios de las fuerzas armadas y policiales: alimentos, ropa, vivienda y prebendas para asegurarse su lealtad.

Sin embargo, “si la caída en el nivel de vida empezase a sentirse entre los militares, surgirían riesgos internos para el régimen”, sostiene Michael Newton (HSBC, Hongkong). “Mientras el ejército no diga basta, Kim Jong Il y su entorno seguirán en el poder. Sin duda, los uniformados obtienen lo mejor asequible pero, a medida que se achique la torta, sentirán el apriete”.

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