Fiebre ética en la banca de inversión

Cambiaron las reglas del juego y lo que antes era encomiable ahora es causal de despido. Los nuevos parámetros éticos, no siempre comunicados con la debida antelación a los empleados, provocan una alarmante ola de despidos, a veces injustificados.

5 abril, 2005

Con el rígido escrutinio regulatorio puesto en práctica después
de la caída de Enron y las que siguieron, las empresas y sus directorios
adoptaron políticas de tolerancia cero. Ahora exigen de sus empleados los
más altos estándares de conducta empresaria y personal. El resultado
es una ola de despidos repentinos basados en nuevas normas no suficientemente
comunicadas al personal. Esto ocurre especialmente en el ámbito de la banca
de inversión, donde las empresas se han largado a detener lo que ahora
suponen son faltas de ética por parte de sus empleados y que podría
resultar en demandas o desastres de relaciones públicas.

En estos momentos trascendió en Estados Unidos el caso del Bank of America,
donde el número uno, visiblemente incómodo y flanqueado por dos
abogados de la institución, mandó llamar a dos de sus bancarios
y les leyó una comunicación donde les notificaba que estaban despedidos
y que debían abandonar el edificio en ese mismo momento. La decisión
era definitiva. Azorados, los aludidos preguntaron si habían faltado a
algunas de las disposiciones del banco. La respuesta fue “no” y una
hora más tarde iban rumbo a sus hogares.

Esos hombres habían hecho más o menos lo que hasta el momento había
sido su trabajo. Enterados por un colega de una inminente fusión, llamaron
a una de las dos empresas protagonistas y pidieron participar en la operación.
En otro tiempo, tal acción podría haber sido un ejemplo de lo que
habían los bancos para asegurarse un cliente y hasta habría sido
premiada, pero nunca habría sido considerada uso indebido de información
y causal de despido.

El aparente frenesí por lograr alto nivel ético es impulsado tanto
por un deseo de hacer las cosas bien como por el propio interés, porque
ya se sabe que un escándalo manda al suelo el valor de las acciones, aleja
clientes y termina con muchas carreras, opinan algunos observadores en Estados
Unidos. Los despedidos de Bank of America, Eric Corrigan y Thomas Chen, dicen
que el furor por hacer lo que ahora se juzga correcto los ha manchado injustamente.
“Somos el chivo expiatorio,” dijo Chen. “Estamos de acuerdo en
que debe haber tolerancia cero cuando se violan las reglas, pero nosotros no violamos
ninguna”.

Las causales de despidos son muy variadas y abarcan desde acciones potencialmente
ilegales hasta conductas impropias. El mes pasado la aseguradora American Internetional
Group echó a dos altos ejecutivos por negarse a cooperar con una investigación
regulatoria.

Boeing pidió la renuncia a su CEO, Harry C. Stonecipher, por tener un romance
con una ejecutiva, conducta que en un momento más permisivo habría
sido tolerada. Según Marjorie Kelly, editora de la revista Business Ethics,
hay un nuevo tipo de puritanismo que vino a reemplazar una era de arrogancia e
ignorancia donde la actitud era “qué se le va a hacer… los muchachos
son así…”

Hoy, Wall Street sigue de cerca a bancos de inversión, fondos mutuales
y aseguradoras, quienes saben que cualquier desliz les puede significar multas,
juicios, escándalo o ruina. Bank of America pagó el año pasado
US$ 1.000 millones en multas, por ejemplo. Pero no está solo en el escenario.

Citigroup es otro que durante mucho tiempo incurrió en fallas éticas
y terminó sufriéndolo en el bolsillo. No hace mucho despidió
a tres altos ejecutivos en Japón. Los reguladores japoneses le obligaron
a cerrar su filial en Tokio a raíz de numerosas violaciones provocadas
por falta de controles internos, incluida la posibilidad de una cuenta para lavado
de dinero. Uno de los ejecutivos echados, Thomas W. Jones, demandó al consultor
que redactó un informe interno sobre el tema. Jones dice que sólo
hizo lo que debía hacer. Durante este mes de abril, Citigroup implementará
en Internet un programa de capacitación ética que será obligatorio
para sus 300.000 empleados.

El CEO de Goldman Sachs, Henry M. Paulson Jr., actuará este año
como moderador de 20 foros sobre cuestiones éticas que organizará
para sus directores gerentes. Uno de los disertantes invitados será Eliot
Spitzer, el fiscal general del Estado de Nueva York.

Volviendo al caso Bank of America, un vocero dice en un comunicado que “el
Banco espera que sus asociados mantengan el nivel ético más alto
posible en todo lo que hacen”. Para Corrigan, Chen y Thomas W. Heath -la
persona del J. P. Morgan que les suministró la información-la caída
en desgracia fue precipitada. Hasta entonces, Corrigan y Chen eran personas respetables
que cada año recibían un bono en premio por su trabajo.

El caso muestra claramente cómo estos tiempos cambiantes han convertido
al rumor y al intercambio de información – que durante tanto tiempo fueron
la sangre que daba vida a los negocios en Wall Street – un ejercicio plagado de
riesgos.

Con el rígido escrutinio regulatorio puesto en práctica después
de la caída de Enron y las que siguieron, las empresas y sus directorios
adoptaron políticas de tolerancia cero. Ahora exigen de sus empleados los
más altos estándares de conducta empresaria y personal. El resultado
es una ola de despidos repentinos basados en nuevas normas no suficientemente
comunicadas al personal. Esto ocurre especialmente en el ámbito de la banca
de inversión, donde las empresas se han largado a detener lo que ahora
suponen son faltas de ética por parte de sus empleados y que podría
resultar en demandas o desastres de relaciones públicas.

En estos momentos trascendió en Estados Unidos el caso del Bank of America,
donde el número uno, visiblemente incómodo y flanqueado por dos
abogados de la institución, mandó llamar a dos de sus bancarios
y les leyó una comunicación donde les notificaba que estaban despedidos
y que debían abandonar el edificio en ese mismo momento. La decisión
era definitiva. Azorados, los aludidos preguntaron si habían faltado a
algunas de las disposiciones del banco. La respuesta fue “no” y una
hora más tarde iban rumbo a sus hogares.

Esos hombres habían hecho más o menos lo que hasta el momento había
sido su trabajo. Enterados por un colega de una inminente fusión, llamaron
a una de las dos empresas protagonistas y pidieron participar en la operación.
En otro tiempo, tal acción podría haber sido un ejemplo de lo que
habían los bancos para asegurarse un cliente y hasta habría sido
premiada, pero nunca habría sido considerada uso indebido de información
y causal de despido.

El aparente frenesí por lograr alto nivel ético es impulsado tanto
por un deseo de hacer las cosas bien como por el propio interés, porque
ya se sabe que un escándalo manda al suelo el valor de las acciones, aleja
clientes y termina con muchas carreras, opinan algunos observadores en Estados
Unidos. Los despedidos de Bank of America, Eric Corrigan y Thomas Chen, dicen
que el furor por hacer lo que ahora se juzga correcto los ha manchado injustamente.
“Somos el chivo expiatorio,” dijo Chen. “Estamos de acuerdo en
que debe haber tolerancia cero cuando se violan las reglas, pero nosotros no violamos
ninguna”.

Las causales de despidos son muy variadas y abarcan desde acciones potencialmente
ilegales hasta conductas impropias. El mes pasado la aseguradora American Internetional
Group echó a dos altos ejecutivos por negarse a cooperar con una investigación
regulatoria.

Boeing pidió la renuncia a su CEO, Harry C. Stonecipher, por tener un romance
con una ejecutiva, conducta que en un momento más permisivo habría
sido tolerada. Según Marjorie Kelly, editora de la revista Business Ethics,
hay un nuevo tipo de puritanismo que vino a reemplazar una era de arrogancia e
ignorancia donde la actitud era “qué se le va a hacer… los muchachos
son así…”

Hoy, Wall Street sigue de cerca a bancos de inversión, fondos mutuales
y aseguradoras, quienes saben que cualquier desliz les puede significar multas,
juicios, escándalo o ruina. Bank of America pagó el año pasado
US$ 1.000 millones en multas, por ejemplo. Pero no está solo en el escenario.

Citigroup es otro que durante mucho tiempo incurrió en fallas éticas
y terminó sufriéndolo en el bolsillo. No hace mucho despidió
a tres altos ejecutivos en Japón. Los reguladores japoneses le obligaron
a cerrar su filial en Tokio a raíz de numerosas violaciones provocadas
por falta de controles internos, incluida la posibilidad de una cuenta para lavado
de dinero. Uno de los ejecutivos echados, Thomas W. Jones, demandó al consultor
que redactó un informe interno sobre el tema. Jones dice que sólo
hizo lo que debía hacer. Durante este mes de abril, Citigroup implementará
en Internet un programa de capacitación ética que será obligatorio
para sus 300.000 empleados.

El CEO de Goldman Sachs, Henry M. Paulson Jr., actuará este año
como moderador de 20 foros sobre cuestiones éticas que organizará
para sus directores gerentes. Uno de los disertantes invitados será Eliot
Spitzer, el fiscal general del Estado de Nueva York.

Volviendo al caso Bank of America, un vocero dice en un comunicado que “el
Banco espera que sus asociados mantengan el nivel ético más alto
posible en todo lo que hacen”. Para Corrigan, Chen y Thomas W. Heath -la
persona del J. P. Morgan que les suministró la información-la caída
en desgracia fue precipitada. Hasta entonces, Corrigan y Chen eran personas respetables
que cada año recibían un bono en premio por su trabajo.

El caso muestra claramente cómo estos tiempos cambiantes han convertido
al rumor y al intercambio de información – que durante tanto tiempo fueron
la sangre que daba vida a los negocios en Wall Street – un ejercicio plagado de
riesgos.

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